No deja de resultar tan curioso como significativo el hecho de que el esfuerzo que se viene haciendo en los últimos tiempos por la “recuperación de la memoria histórica” del anarcosindicalismo español obvie labores en pos de la “construcción de la historia” de su más importante organización en la actualidad, de la CGT. Aunque nacida con esa denominación a partir del llamado “Congreso de las siglas”, en abril de 1989, cuando una sentencia del Tribunal Supremo prohibió que se siguieran utilizando las históricas siglas CNT –en tanto que también las usaba la CNT-AIT, entidad que instó el proceso judicial-, la organización había puesto su acta de fundación en el Congreso de Unificación de junio de 1984. Así pues, a pesar de contar ya con dos decenios largos de trayectoria y de que ésta ha conformado una organización con personalidad propia y muy diferente de lo que simplemente sería “otra expresión del anarcosindicalismo”, no están puestas las bases mínimas para la reconstrucción de ese ya no tan reciente devenir, ni, en consonancia, se ha hecho un esfuerzo por analizar lo que ha dado de sí ese tiempo y lo que vincula y distancia las declaraciones de intenciones de 1984 con la realidad actual de la CGT.

En ese sentido, habría que apuntar una cierta inseguridad en esa trayectoria y un cierto vértigo a tomar la historia como “prueba del nueve” de la misma. Así, el crecimiento de la CGT se produce de manera intuitiva, más pegado a las respuestas de coyuntura exterior, a lo que podríamos llamar las exigencias de una respuesta social y sindical cotidiana, que a las pretendidas lealtades con una historia que se reclama tanto como se relega. Aun más, la hipotética continuidad de esa historia se habría dejado, a la vista de esa indolencia ante el reciente pasado, en manos de unos inciertos guardianes que la guiarían sabiamente, cuando la realidad señala cómo una parte muy significativa de la actual organización no conoce demasiado de la misma ni necesita sentirse vinculada a ella. De alguna manera, y como es lógico, ha acabado imponiéndose una “urgencia de respuesta”, nada histórica, una suerte de CGT como instrumento útil para intervenir en una sociedad actual y cambiante.

A la vez, ello ha conformado una organización diferente, nutrida de procedencias diversas, la mayoría no ideológicas, de trabajadores jóvenes de nuevos sectores, no formados en una trayectoria ni en un tiempo político “duro”, como pudo ser el de la transición, que todavía caracteriza a los “viejos” de la CGT, muchas veces los únicos interesados en lealtades históricas. La CGT, en ese sentido, ha sido necesariamente dúctil en el marco de la evolución de las organizaciones procedentes de una tradición libertaria, ha necesitado de ir cambiando conforme cambiaba la sociedad de su entorno, bajo riesgo, de lo contrario, de haber seguido siendo fiel a una ortodoxia histórica que no reclamaba, pero que tampoco quería perder, y que le hubiera conducido directamente a la desaparición o a la inanidad.

También es necesario decir que el poco interés por la historia reciente puede encontrar causa en el hecho de que, para determinado sector de militantes de la CGT, el tiempo de ésta no es sino un paréntesis en la “gran Historia de la Confederación”, que les habría ubicado en un lugar incierto que recuperarán cuando “se vuelva” a las viejas siglas. Sería un tiempo extraño que duraría hasta que la mayoría de las gentes que se integran en diversas entidades reclamadas anarcosindicalistas volvieran a recuperar la unidad… se supone, aunque sin decirlo, que sobre lo básico de la acción de CGT en estos años. Algo así como la historia de los sindicatos de Oposición de la CNT en los años republicanos, que hasta hace muy poco nadie había hecho–y siempre a cargo de historiadores profesionales- porque la Confederación tomaba esa experiencia como un accidente, como un tiempo paralelo al central y verdadero de la CNT.

Sea como sea, y más allá de las visiones de cada cual, lo cierto es que el tiempo no ha pasado en vano y que la CGT es una organización concreta, diferente y con una historia particular. Haría falta, entonces, dedicar tiempo y esfuerzo a esta “recuperación histórica” de la CGT, a rescatar papeles que no están localizados, ni mucho menos ordenados, a recopilar testimonios orales de personas que tuvieron que ver con este tiempo reciente, porque la historia no está solo en los papeles, ni solo los papeles permiten entenderla adecuadamente, a reconstruir unos hitos básicos que sirvieran de soporte a una historia más cualitativa y analítica (fechas de congresos y reuniones importantes, sucesión de secretarios, evolución cuantitativa y sectorial de la organización, temas de debate interno, intervención en huelgas y procesos sociales y políticos señalados…) o a instar a la elaboración de textos, como estos de este dossier y otros, que sirvieran de base a una historia que mereciera con precisión ese nombre. Hoy, con lo que hay, no se puede aspirar más que a hilvanar unos pocos datos y unas pocas referencias de análisis. Estamos muy lejos aún de la Historia, nos tenemos que mover inevitablemente en la inseguridad a la hora de afirmar cosas, pero asumimos el encargo de apuntar algunas bases sobre las cuales otros puedan en lo inmediato escribir un relato más preciso, solvente y documentado sobre lo que ya va siendo la historia de la CGT. Ni más, ni menos.