El leninismo contra la revolución

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Grupo Comunista Internacionalista

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Primera parte:

socialdemocracia, leninismo y estalinismo

 

 

La contrarrevolución

 

Rusia y la URSS nunca fueron socialistas. La política de los «partidos comunistas» de todos los países nunca fue revolucionaria. Bien por el contrario, la URSS fue un gran campo de trabajo y acumulación capitalista, un campo de concentración cuyos primeros ocupantes fueron los verdaderos revolucionarios[1]. Los «partidos comunistas» en todo el mundo, en nombre de muy variables cambios tácticos, siempre se opusieron a la lucha proletaria por la revolución y, cuando no pudieron desviarla y liquidarla ideológicamente, no dudaron en hacer parte decisiva de los cuerpos de choque de la contrarrevolución, utilizando sistemáticamente la tortura y la desaparición de personas, para enfrentar a los que si luchaban por la revolución[2].

Durante décadas, revolucionarios de diferentes latitudes denunciaron el mito del socialismo ruso y a los partidos dirigidos por Moscú por lo que realmente eran: fuerzas de la contrarrevolución internacional. Pero la contrarrevolución se seguía afirmando y cada vez hubo menos revolucionarios para gritar la verdad y menos oídos para interesarse en los hechos reales. La liquidación física de militantes revolucionarios (en Rusia o en España, pero también en otros países de Europa, Asia, América… adonde la GPU los designaba como blancos a liquidar) se generalizó simultáneamente, con una enorme capa de cemento ideológico, en la que todo aquel que no reconocía «los éxitos del socialismo» era considerado agente del imperialismo. Las depuraciones gigantescas, que se iniciaron en los años 20 y 30, fueron decisivas en todas partes, para liquidar a los revolucionarios y a la revolución misma como perspectiva proletaria real. Hay que señalar que la versión «comunista» no sólo convenía a quienes la habían creado, a los marxistas leninistas de Moscú o del exterior, sino que el resto de la burguesía mundial se complacía en que «eso» fuera el «comunismo», en que el «socialismo» que tanto habían temido se pareciera tanto a la gran fábrica y se mostrara tan capaz de disciplinar en el trabajo a millones de seres humanos. ¡En que ese «comunismo» no pusiera en cuestión ni a la mercancía, ni al Estado! ¡Marx había sido superado! La burguesía de todos los países se regocijaba en constatar que los «comunistas», fuera de la contienda inter-imperialista en el reparto del mundo y por su influencia sobre las masas, ya no eran peligrosos revolucionarios que organizaban huelgas insurreccionales y querían abolir el dinero y el Estado,  sino que se habían vuelto colaboradores racionales, demócratas, progresistas, posibilistas, sindicalistas, colegas parlamentarios… con los que no sólo se podían entender, en los diferentes aspectos del progreso social, sino incluso consultar y decidir juntos las diversas políticas de gestión (¡y represión!) de la fuerza de trabajo.

Precisamente, gracias a esa confusión e identificación sistemática de socialismo con URSS, de «comunismo» con la política contrarrevolucionaria de los partidos que portan ese nombre y con los diferentes frentes únicos, unidos, populares y antiimperialistas, que los mismos conforman juntos a otras fuerzas socialdemócratas («socialistas», «libertarios», progresistas, …), la contrarrevolución se perpetuó, se desarrolló en reproducción ampliada y el desencanto de las grandes masas proletarias con respecto al «comunismo» fue cada vez mayor. La defensa del programa comunista, como práctica y como conciencia actuante, fue perseguida inquisitorialmente y reducida a su más mínima expresión semisecreta, como en las primeras épocas sectarias del movimiento comunista. Durante todo el siglo XX la contrarrevolución mantuvo su hegemonía totalizadora, la historia fue rescrita por quienes ganaron. En base al esfuerzo de los interesados hombres de Estado en la URSS y al de los intelectuales orgánicos del capitalismo internacional, el «socialismo real», negación absoluta del socialismo a secas (sin capital, sin mercancía, sin estado…), pasó a ser la verdad absoluta: la única alternativa «real» al «capitalismo».  La maniobra de avalar como «real», lo que decían los hombres del Estado Ruso sobre su propio mundo (que evidentemente concordaba con los intereses de la burguesía mundial), fue una gran operación publicitaria de gran envergadura y que tuvo un éxito total. Eso pasó a ser considerado como la explicación materialista, realista, hasta tal punto que el termino «socialismo real» fue digerido por gran parte de sus propios críticos que hasta llegaron a adoptar aquella absurda denominación. Los profesores de Economía Política Marxista (sic), fabricadores de la ideología, en particular en los países de Europa del Este recitaban: «si, es verdad que Marx había dicho que en el socialismo no existiría ni dinero, ni mercancía, ni trabajo asalariado… pero ahora, que existe el socialismo, vemos que aquel se equivocó, que “realmente” todo eso sigue existiendo y existirá hasta el comunismo». ¡Lo que no era más que un círculo vicioso, se transformó en la explicación científica por excelencia! Esa era la «realidad» del socialismo para la economía política y para la ciencia en todo el mundo. ¡Ya hace mucho tiempo que Marx denunciaba a los hombres de ciencia por buscar exponer no la verdad, sino lo que es agradable a la policía! El terrorismo de Estado fue perfeccionado con la consecutiva descalificación generalizada de todo aquel que dijera que eso no era socialismo, o que simplemente pensara que la humanidad tenía intereses contrapuestos, no con tal o cual país, sino con la sociedad mercantil generalizada. El realismo estatal encerraba a la humanidad en su lógica: «¿Si usted no está de acuerdo con el socialismo que existe realmente en Rusia, con el socialismo de qué otro país está de acuerdo?». La lucha revolucionaria quedaba así relegada a una utopía que no partía de la «realidad socialista».

Pero ¿de dónde viene esa «Realidad»? No viene del hecho de que Stalin, antes de ser quien fue, había sido un buen monaguillo, aunque tal vez hasta este hecho, anecdótico y sin importancia, tenga mucho que ver: en toda la ideología dogmática desarrollada por el Estado estalinista hay huellas eclesiásticas[3]. Viene del hecho de que toda la ideología dominante en el capitalismo es de origen judío/cristiano (o si se quiere judío/cristiano/musulmán), que hasta los términos, que parecen más verdaderos, son puro producto de la ideología y particularmente de la concepción religiosa monoteísta. Así,  «la realidad», contrariamente a lo que se puede pensar, no surge de la vida y las relaciones sociales de ningún país, sino que, por el contrario, «la realidad» es un término culto creado por los teólogos, al igual que el «socialismo real» que tampoco proviene de la sociedad sino de las ideas, de la fe. Como dice Agustín García Calvo: «el nombre (realidad) no viene de la lengua corriente, es un nombre que viene de las escuelas de teólogos que inventaron ese término para aplicarlo a Dios, naturalmente que tenía que ser la Realidad de las Realidades. Lo que pasa es que luego este nombre que viene de las escuelas ha tenido tanto éxito que ya hay por todas partes mucha gente que declara que tal o cual cosa es Real, que Realmente pasa esto, que la Realidad es así, hijo mío y declaraciones por el estilo»[4] «…la Realidad está constituida por Ideas que al mismo tiempo son creencias. No se debe distinguir entre Ideas y Fe. Ideas y Fe vienen a ser lo mismo»[5] Como con Dios, la Realidad estalinista no parte de lo que realmente sucede sino del conjunto de ideas dominantes validadas por toda la clase dominante y su fe profunda en que el mundo solo puede ser así.

El socialismo, el comunismo, en tanto que sociedad en donde no existe la mercancía, ni el dinero, ni la explotación del hombre por el hombre… fue, desde entonces, reducido al rango de «utopía». No faltaron incluso aquellos que defendieron una sociedad sin mercancía y sin Estado pero, en nombre de La utopía. Y construyeron así toda una reivindicación de la utopía que, en los hechos, acepta el mito de que el socialismo «real» eran esos gigantescos campos de trabajo y concentración, que se autodenominaron «países socialistas». Grupos autodenominados anarquistas, que muy confusamente habían criticado aspectos del estalinismo[6] (¡cuando no se habían hecho totalmente cómplices de él, como la CNT española en la década del 30, que llegó hasta el extremo de hacer la apología de la URSS y del propio Stalin!), aceptaban en los hechos el mito de los países socialistas, llamándolos de esa manera y llamando «comunistas» a los partidos que habían masacrado a los comunistas en todas partes. Hoy mismo, muchos de los que declaran anarquistas han renunciado a llamarse comunistas o anarco-comunistas, como lo hacían en el pasado, y no tienen vergüenza en llamar «comunistas» a los partidarios del Estado y del «socialismo real», a los propios represores y contrarrevolucionarios. Contribuyen, así, a la mentira burguesa más gigantesca de todo el siglo XX, y aún vigente ahora: el comunismo sería un gran campo de concentración. Los que, en nombre de la anarquía, proceden de esta manera, no sólo traicionan a generaciones y generaciones de anarquistas comunistas, sino que se sitúan del lado de todos los Estados del mundo, del Estado mundial contra el proletariado, en su necesidad de denigrar el comunismo.

La construcción ideológica estalinista propiamente dicha, sobre las supuestas etapas y distinciones entre socialismo y comunismo, fue totalmente secundaria en toda esta imposición mediática. Fue más importante la monopolización de los medios de fabricación de la opinión pública y la acción de la policía política estalinista en todo el mundo, reprimiendo a los verdaderos revolucionarios y comunistas, que las imbéciles explicaciones «para marxistas» sobre el hecho de que había que distinguir entre socialismo y comunismo, que en el primero si había dinero, mercancía, trabajo asalariado… pero que en el segundo, no. Y por si todo eso fuera poco, cuando la crisis misma de la acumulación capitalista en Rusia empezó a empujar al cuestionamiento de las diversas fracciones burguesas en ese país, por ahí por mediados de la década del 60, ellas mismas no dudaron en cagarse en todo eso, a los efectos de intentar otra operación mediática. En medio de la crisis económica y política de la burguesía rusa, en medio de las contradicciones al interior de la clase dominante que se expresan en las demandas de reformas y autonomía financiera de las empresas, el PC de la URSS declara sin vergüenza que el socialismo ya estaba superado, que se entra en pleno comunismo… pero por supuesto con la misma sociedad mercantil de siempre, ahora en plena bancarrota. Con ello la confesión del carácter capitalista de la sociedad rusa y del imperio soviético, que Bordiga ya había previsto, fue postergada unos años más. Con la caída del muro cayeron mitos y máscaras, pero la confesión misma fue disimulada por enormes operaciones mediáticas y nos vendieron, así, las supuestas «transformaciones operadas a la caída del muro» o incluso la «vuelta al capitalismo». Todo se organizó para ocultar la verdad histórica, era mucho más rentable ideológicamente, para la contrarrevolución mundial, el afirmar que se volvía al capitalismo, que admitir que nunca había habido socialismo, ni comunismo, ni nada parecido.

Los trotskistas se tragaron todo esto sin denunciar nunca el verdadero carácter capitalista de la URSS (con la honrosa excepción de la última compañera de Trotsky y de Munis que por eso mismo rompió con el trotskismo), sin decir claramente nunca que la propiedad estatal no liquida el carácter privado de la propiedad, sin denunciar las raíces del estalinismo. Las fórmulas del Estado obrero deformado y/o degenerado y sus llamados a una revolución exclusivamente política sitúa, a los trotskistas de todo pelo y color, en abierta complicidad con el estalinismo: se niega la necesidad de una revolución social. Las críticas a la burocracia, a la corrupción, a la «degeneración del socialismo», como en cualquier otro país capitalista, corresponden, no a la crítica proletaria del capitalismo en Rusia, sino a una serie de ajustes de cuentas al interior de la clase dominante y no aspira, para nada,  a cuestionar el sistema social en su globalidad, sino a la gestión política de la sociedad.

La máxima expresión de la contrarrevolución fue la guerra misma, lo que la burguesía mundial catalogó como «Segunda guerra mundial». Y ello en todos los terrenos. La guerra terminó de destruir físicamente al proletariado que la contrarrevolución había logrado liquidar política e ideológicamente. De los millones de proletarios luchando por la revolución social en 1917, 1918, 1919…, 20 años después no quedaba nada. El aislamiento de los grupos verdaderamente revolucionarios es el peor de la historia —«es medianoche en el siglo»—. El proletariado mundial, salvo contadas y breves excepciones, había sido reducido a una inmensa masa productora y reproductora de capital mundial, que se movilizaba nacionalmente para defender su propia explotación. El socialismo nacional, el nacional socialismo, la democracia, el frente único, el frente popular, el frente de liberación nacional eran diferentes estructuras y banderas para ese mismo objetivo[7]: trabajar mucho por la patria y preparar así la guerra. Esa gigantesca farsa tenía como verdadero objetivo el terminar de domar al proletariado para hacerlo cómplice de su explotación, para transformarlo en pueblo ruso, pueblo yanqui, pueblo francés, pueblo alemán… en carne de cañón del imperialismo mundial.

Como broche de oro, ese mundo de la verdad única, y de la guerra por todas partes, constituyó un gran enemigo absoluto y misterioso, que justificaría todas las barbaries de la civilización occidental, cristiana y democrática. Así, luego de que todos habían coqueteado con los fascistas y habían hecho pactos con los nazis, en la medida de que fascistas y nazis van perdiendo la guerra, se esconde el origen de esos partidos (en realidad variantes de la socialdemocracia y versiones diferentes del socialismo nacionalista) y se los va definiendo como el enemigo absoluto. La atrocidad fascista nazi debe redefinirse no sólo como peor que todas las otras atrocidades, sino que fue definida como la atrocidad en sí, como la atrocidad que está prohibido comparar con cualquier otra. Hay que dejar chiquito a las decenas de millones de muertos en los campos de concentración estalinistas, a Hiroshima, a Nagasaki,… a Dresde, a las matanzas en Grecia, a los campos de concentración aliados. Hasta se inventaron palabras, procedimientos, leyes, prohibiciones para que el verdadero genocidio no sea el cometido por las Cruzadas, ni por la Inquisición, ni el cometido contra los indios de América, ni contra los negros de África, ni contra los liquidados en las bombas atómicas tiradas en Japón, ni contra los liquidados en el Congo belga, ni por los campos de concentración leninoestalinistas, sino el cometido por ese enemigo en sí. El proletariado mundial vencido y humillado fue así arrodillado ante el totalitarismo democrático bendecido por todos, incluidos los supuestos comunistas. El cuco del fascismo y el nazismo servía, así, para legitimar el integrismo democrático. El comunismo, que había surgido y que se había desarrollado en contraposición total con la democracia, a la que siempre había definido, con razón, como dictadura de la burguesía, como dictadura que había que derrotar totalmente, había sido totalmente asesinado por los que, en su nombre, se plegaban a la gran cruzada democrática. Yalta y otras fiestas capitalistas anteriores y posteriores, en donde los representantes de los más poderosos del mundo se abrazaban, fueron la canonización general de esos valores. A la humanidad esclavizada se la condenó a someterse frente a quienes repetían la famosa frase de Churchill de que el sistema democrático es el peor de los sistemas a excepción de todos los otros. El totalitarismo del mal menor se hizo omnipotente y toda crítica fue obligada a plegarse al mismo: «de lo único que podemos quejarnos es de no tener bastante democracia».

¡El integrismo democrático había vencido!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Las fuerzas que hicieron posible esa liquidación

 

Pero ¿cómo empezó toda esta mierda? ¿Cómo se liquidó la revolución social que, desde México a Rusia, desde Alemania a España… había hecho temblar a la burguesía mundial? ¿Cómo se liquidó la fuerza histórica del proletariado contraponiéndose a la dictadura mundial de la democracia y el capital? ¿Cómo y sobre qué bases la burguesía pudo reorganizar su dominación de clase mundial?

¿Es que acaso fue una cuestión militar? Sin lugar a dudas no. Aquí y allá los proletarios destruyeron ejércitos y potencias militares, pero los proletarios que triunfaban eran prisioneros de un partido y una concepción que los llevaba, no a la destrucción del capitalismo, sino a su defensa, no a abolir el trabajo asalariado, sino a desarrollarlo. Ese partido fue globalmente la socialdemocracia, en sus diversas versiones u organizaciones formales, y muy especialmente el leninismo.

Como desarrollamos en muchos de nuestros trabajos, la socialdemocracia es específicamente un partido burgués para los proletarios, es decir un partido que en nombre del socialismo, el comunismo, la anarquía, el socialismo revolucionario, el comunismo anárquico…, llama a desarrollar el capitalismo y hace pasar la dominación burguesa como positiva para los proletarios. Así se presenta la dictadura de la burguesía, la democracia, como un paso hacia el socialismo, el mismo desarrollo económico del capitalismo como parte del camino hacia el socialismo. En cada uno de los grandes procesos revolucionarios del siglo XX, México, Rusia, Alemania, España… la potencia del proletariado armado y triunfante, pero dirigido por la socialdemocracia histórica, fue puesta al servicio del trabajo asalariado, del desarrollo del capital y la revolución misma fue liquidada.

El día que asumió la presidencia del país, Friedrich Ebert declaró finalizada la revolución y en nombre del socialismo la necesidad de desarrollar el capital. «A partir de este momento —dijo— hay que desarrollar el capital pacíficamente, porque sólo un capital llevado hasta los límites de su desarrollo podrá ser socializado».  Se resume así todo el programa de la socialdemocracia: no sólo «viva el capital», sino que «el socialismo es el reparto de los frutos del progreso del capital». No hay ni una sola ruptura entre capitalismo y esa socialización. Palabras más palabras menos es lo que defendió Lenin apenas asumido el poder: «el capitalismo de Estado sería un paso adelante en nuestra República de los Soviets. Si por ejemplo en seis meses lográsemos instaurar el capitalismo de Estado, ello sería un triunfo enorme [...]. El capitalismo de Estado sería un inmenso paso adelante, incluso si [...] ello lo pagamos más caro que en el presente. [...] El capitalismo de Estado es, desde el punto de vista económico, infinitamente superior a nuestra economía actual. [...] Nuestro deber es el de insertarnos en la escuela del capitalismo de Estado de los alemanes»[8] Unos años después, y en la misma medida en que se reprimía al proletariado en toda Rusia (sangrientas represiones del proletariado agrícola, de las huelgas de Petrogrado, de la revuelta de Kronstadt), Lenin insistiría en su «táctica»[9] de desarrollar el capitalismo a toda costa y a no temerlo: «Hay que desarrollar por todos los medios y a toda costa el intercambio, sin temor al capitalismo… Esto podrá parecer una paradoja ¿el capitalismo privado en el papel de coadyudador del socialismo? Pero no es ninguna paradoja, sino un hecho de carácter económico absolutamente incontrovertible… se deduce de modo absolutamente inevitable la importancia primordial que tiene en estos momentos el intercambio local, en primer término, y en segundo término también la posibilidad de que el capitalismo privado preste la ayuda al socialismo»[10]. La CNT española, en los años 36 y siguientes, en nombre del antifascismo y del frente popular antifascista, impuso la misma política de renuncia a la revolución y de desarrollo del capitalismo. La renuncia a la lucha contra el Estado, la contribución al mismo se basa en el argumento de que había que hacerle la guerra a los fascistas pero sobretodo en trabajar mucho y reorganizar la producción.

El frente popular y los sindicatos basarían su estrategia constructiva en el trabajo. En todos los casos, en nombre de la revolución y el socialismo futuro se liquidó toda organización autónoma de proletarios, se reorganizaron las fuerzas represivas y toda la fuerza del proletariado se la puso al servicio de la producción. La apología de la gran industria y los esfuerzos productivos del Estado, la apología del trabajo y la represión de los grupos proletarios que luchaban contra la explotación (¡hasta en las colectivizaciones!), el taylorismo y el stajanovismo, el sindicalismo estatal, los campos de trabajo, el brutal aumento de la tasa de explotación fueron el común denominador del proceso contrarrevolucionario dirigido por quienes se llamaban comunistas, socialistas, anarquistas… La clave de la contrarrevolución es precisamente este tipo de partido y de programa que dirigen al proletariado hacia la defensa del capitalismo y busca disciplinarlo en el trabajo. Siempre en nombre de un futuro mejor y socialista, siempre en nombre del trabajo, esa fuerza ideológica preconiza el mal menor y llama, explícitamente o no (¡todo llamado a trabajar más es invariantemente un llamado al desarrollo del capital!), al desarrollo del capitalismo. Toda la fuerza y energía proletaria es liquidada, así, en el trabajo, en el frente productivo o/y en el frente de batalla.

El programa económico social de la socialdemocracia en general, y de Lenin en particular, es entonces el desarrollo del capital apoyando lo que denominan el capitalismo monopolista de Estado, que en realidad se resume a la estatización (cambio meramente jurídico) de la propiedad privada. La revolución se resume, para ellos, a la política, a un cambio (violento o no) en la dirección del Estado; y es muy importante tenerlo en cuenta porque ésta será la concepción leninista y la concepción realmente puesta en práctica en la política económica y social de los bolcheviques tanto en lo interno como en lo externo[11]. Según Lenin «…en un Estado verdaderamente democrático y revolucionario, el capitalismo monopolista de Estado significa inevitablemente, infaliblemente, un paso o pasos adelante hacia el socialismo… Pues el socialismo no es otra cosa que la etapa inmediatamente consecutiva al monopolio capitalista del Estado puesto al servicio del pueblo entero y que, por eso mismo, ha dejado de ser un monopolio capitalista»[12]. Como se ve la misma dictadura del proletariado no se concibe como destrucción de todas las relaciones sociales, sino por el contrario, como control del capital que por eso mismo pasa, según cualquier socialdemócrata o Lenin, a ser socialismo[13]. ¡Qué lejos se está de Marx que siempre denunció la ilusión de poder controlar gubernamentalmente al capital! Lo que se llama revolución es en realidad «revolución»[14] exclusivamente política y reformismo económico social. No se destruye el capital sino que el Estado controlado por quienes toman el poder se apropia del capital y lo «dirige»[15], como en toda «revolución» burguesa. Y como toda «revolución» burguesa, el interés manifiesto es que se trabaje lo más posible. Para ello, Lenin patrocinaba, ya desde antes de la toma del poder,  las medidas más radicales, incluido el trabajo forzado, que se concretarían algo más tarde en los campos de trabajo obligatorio y que serían un modelo internacional que luego los nazis imitarían. Si considerar que ese sistema económico, basado en los campos de trabajo forzado, era para el estalinismo, y en gran medida para el trotskismo, sinónimo de socialismo (o «Estado obrero»), puede parecer hoy una exageración, es necesario subrayar que no lo es en absoluto y que para el mismísimo Lenin era, no sólo, «un paso inmenso» hacia el mismo, sino que era una garantía que no admitía vuelta atrás:

«El servicio de trabajo obligatorio instituido, regulado, dirigido por los Soviets de diputados obreros, soldados y campesinos, no es todavía socialismo, pero ya no es más capitalismo. Es un paso inmenso hacia el socialismo, un paso luego del cual es imposible, siempre en democracia integral, volver hacia el capitalismo, al menos que se use la peor violencia contra las masas…»[16]

El marxismo leninismo es paradigmático en ese sentido. No en el sentido de que sea «original» con respecto a la socialdemocracia, porque todo su programa es socialdemocrático, sino porque, cuando la socialdemocracia era cuestionada, en todo el mundo, la misma resurge con nuevos bríos bajo esta nueva forma marxista leninista para imponerse por doquier. Al aparecer como opuesto a la socialdemocracia y reivindicando «el comunismo», el marxismo leninismo conferirá una nueva juventud a aquel viejo y putrefacto programa.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Caracterización de la socialdemocracia y su contraposición con el comunismo

 

Como lo dijimos en muchas oportunidades, la socialdemocracia no es, ni nunca fue, un partido proletario, sino un partido de la burguesía «para» el proletariado, es decir para encuadrar al proletariado[17].

Todo partido de la burguesía tiene como proyecto social desarrollar el capital, es decir el trabajo. La única especificidad de este partido es dirigirse especialmente a la clase que tiene interés objetivo en destruir esta sociedad, en declarar que tiene ese mismo objetivo, pero, desde su origen, esa declaración no es más que un anzuelo para cumplir mejor su función de encuadrar a los proletarios y someterlos al trabajo, al desarrollo del capital.

Consecuentemente con ello, y contrariamente al comunismo, la socialdemocracia no se define nunca contra el capitalismo sino por su desarrollo, por su progreso y dentro del mismo dice representar al «factor trabajo». No se define contra la dictadura democrática de la burguesía sino por su mejora. Su programa es, en nombre de la igualdad social, el de la realización de la democracia. De ahí su apelación. Su objetivo es el de democratizar las reivindicaciones sociales o, dicho de otra forma, el de transformar las exigencias proletarias en reformas democráticas. Como expresaba Marx, su función es la de limar las puntas revolucionarias del programa del «partido social» para hacerlo democrático.

Por eso las estructuras básicas de ese partido son el sindicato y el parlamento, es decir los principales organismos de encuadramiento político/social del Estado, que tienen por misión el transformar las reivindicaciones proletarias en reformas económicas o políticas. De ahí que la socialdemocracia identifique sistemáticamente dos cosas que son tan opuestas como los intereses de las clases que representan: la reivindicación y la reforma. La primera es la exigencia proletaria y la segunda lo que el capitalismo y el Estado puede realizar para calmar aquella exigencia, limitándola a las necesidades de valorización del capital[18]. Resumiendo, esos aparatos del estado burgués, parlamento y sindicatos que la socialdemocracia dice utilizar, cumplen siempre la función de transformar una reivindicación proletaria, que tiende a imponerse por la acción directa contra el capital, en una reforma sindical o política (legislación parlamentaria) que el Estado burgués concede con el objetivo social (sea consciente o no este proceso) de impedir que aquella acción cuestione la esencia del capital y el Estado.

La democratización, el progreso, el desarrollo… son para la socialdemocracia no sólo algo positivo en sí, que beneficiaría a todo el mundo, sino el objeto mismo de sus afanes. Esa es otra de las grandes trampas, porque el progreso, en esta sociedad, no puede ser más que progreso del capital (¡piénsese en la guerra que incuestionablemente está ligada a toda la historia del progreso capitalista y que no es precisamente un progreso para los seres humanos!), que desarrollo de la explotación. Las tareas democráticas burguesas no pueden ser otra cosa que el desarrollo de las fuerzas productivas del capital. El presentar su propio progreso como progreso en sí, su propio desarrollo como igual al desarrollo de la humanidad, es una condición indispensable de todo partido de la clase dominante para asegurar su dominación.

Como partido de la clase dominante para los explotados, como partido democrático para integrar las reivindicaciones sociales, es lógico que su objetivo sea al mismo tiempo la distorsión permanente del programa de la revolución, del programa comunista. Para eso, en todos los países y épocas históricas, la socialdemocracia tiene en su interior, al lado de las fracciones abiertamente democráticas y opuestas a la revolución, fracciones que, en nombre de la revolución, presentan un conjunto de reformas democráticas. Aunque el objetivo siempre es el desarrollo del capital, «para mejorar la situación de la clase obrera», mientras las primeras son directamente parlamentarias y gradualistas, las segundas hablan de revolución, intentan tomar el poder y utilizan la violencia en el terreno político (lo que en los hechos corresponde a las luchas intestinas por el poder político), pero su «revolución» no es más que un conjunto de reformas (en general estatizaciones, nacionalizaciones, colectivizaciones, socializaciones, comunizaciones[19]) que se supone mejorarían la situación de los proletarios.  Contrariamente al comunismo, que es ruptura social del orden establecido, destrucción total del capitalismo, es decir de todas las relaciones sociales de producción burguesa, ese proyecto «revolucionario» plantea la reforma como un conjunto de mejoras del edificio social que en general se limitan al ámbito de la distribución, de la repartición. La trampa está en llamarle revolución a ese reformismo radical para dirigir la rabia revolucionaria del proletariado hacia el reformismo.

La socialdemocracia no representa en ningún caso los intereses del proletariado contra el capitalismo, sino, como ella misma lo dice, los intereses del trabajo en el capitalismo. La trampa está en presentar como sinónimo de la contradicción entre burgueses y proletarios a la dupla capital trabajo y definirse en la misma como partidario del polo trabajo.  Concedámosle este mérito, la socialdemocracia es el partido del trabajo[20]. Esta confusión es corriente, incluso en sectores que se pretenden continuadores de la izquierda comunista[21]. Quien está en contradicción con el capital no es el trabajo, sino el trabajador y no lo está en tanto que trabajador sino en tanto que ser humano. El trabajo no sólo no es contradictorio con el capital, sino que es su esencia, el trabajo es la materia misma del capital capitalizándose. En la contradicción proletariado/burguesía, el trabajo, el máximo trabajo, está necesariamente del lado del capital contra el ser humano. Este, en tanto que trabajador, no se opone al capital sino que al contrario le da vida, renuncia a su vida para afirmar la vida del ser que lo vampiriza. Como trabajador no vive como ser humano, sino que renuncia a su humanidad. Como trabajador no es su propia vida, sino que es vida del capital, es capital reproduciéndose. En efecto, el capital es también trabajo acumulado y en el proceso de producción subsume al trabajo vivo. Más aún, si desde el punto de vista del proceso de trabajo, el trabajo aparece como el sujeto activo del mismo, al transformar los medios de trabajo, desde el punto de vista del proceso de valorización es el trabajo muerto que dirige al trabajo vivo. Por eso, toda apología explícita del trabajo es necesariamente apología implícita del capital y apología de la subsunción del trabajo en el capital. ¡Por eso en la sociedad mercantil generalizada toda apología abierta del trabajo es apología encubierta de la explotación de clases!  ¡Piénsese en toda la historia del leninismo y el marxismo leninismo en Rusia, en China, en Cuba, en Albania, en los países de Europa del Este, en Vietnam, Laos, Camboya, Corea,…! ¡Y también en los países en que los marxistas leninistas apoyaron «críticamente» los diferentes frentes, gobiernos y estados «populares», «antiimperialistas», «progresistas»…!

La contraposición programática entre comunismo y socialdemocracia encuentra aquí su máxima nitidez: mientras que el comunismo lucha por la abolición del sistema de trabajo asalariado, punto decisivo del proceso hacia la abolición del trabajo mismo, la socialdemocracia es el partido del trabajo, el partido de la generalización del trabajo. Por eso mientras el comunismo, como movimiento social, renace en toda lucha contra la explotación y opresión, mientras el comunismo expresa la oposición proletaria a todo el progreso de la valorización y a la industrialización misma, la resistencia contra todo aumento de la extensión e intensidad del trabajo, la socialdemocracia es, por el contrario, el partido de la gran industria, de la masificación del trabajo, de los grandes movimientos para trabajar lo más posible, de los llamados al trabajo voluntario, al trabajo de emulación socialista, a los sábados comunistas, de los campos de trabajo, de los campos de concentración (inventados precisamente para eso).…

Lenin en Una gran iniciativa (julio de 1919) que lleva el significativo subtítulo de El heroísmo de los obreros en la retaguardia, los sábados comunistas dice: «Y esos obreros hambrientos… organizan “sábados comunistas”, trabajan horas extraordinarias sin ninguna retribución y consiguen un aumento inmenso de la productividad del trabajo a pesar de hallarse cansados, atormentados y extenuados por la subalimentación ¿No es esto un heroísmo grandioso? ¿No es el comienzo de una transformación de importancia histórico universal? La productividad del trabajo es, en última instancia, lo más importante lo decisivo para el triunfo del nuevo régimen social… El comunismo representa una productividad del trabajo más alta que el capitalismo, una productividad obtenida voluntariamente por obreros conscientes y unidos que tienen a su servicio una técnica moderna. Los sábados comunistas tienen un valor excepcional como comienzo efectivo del comunismo y eso esto es algo extraordinario, pues nos encontramos en una etapa en la que se “dan sólo los primeros pasos en la transición del capitalismo al comunismo” (como dice, con toda razón, el programa de nuestro partido)»

La apología que hace Lenin del trabajo y del aumento de la productividad del trabajo, como fundamental en la transición hacia el comunismo, es totalmente contrarrevolucionaria y en los hechos una apología del capital. Lo que Lenin defiende aquí no tiene nada que ver, a pesar de la apariencia, con el hecho lógico, de que en plena lucha revolucionaria pueda suceder que sectores del proletariado tengan puntualmente que trabajar y que ese trabajo, coyunturalmente, sea considerado parte de la lucha revolucionaria tendiente a la abolición del trabajo asalariado y del trabajo a secas. Aquí lo que queda en evidencia es, por el contrario, que Lenin, como todo socialdemócrata, no concibe el comunismo como una sociedad que ha abolido el trabajo, sino como una sociedad que lo afirma. Queda en evidencia que Lenin no concibe la transición hacia el comunismo como un proceso en donde se lucha por trabajar lo menos posible, como un proceso de destrucción del trabajo asalariado y del trabajo mismo, sino como una sociedad en la que se trabaja «voluntariamente» cada vez más. Más aún, que Lenin, como cualquier patrón o economista vulgar, identifica productividad con la extensión del tiempo de trabajo. En efecto, si leemos bien, constatamos que en el caso considerado, es mentira lo que Lenin dice: que habría un aumento de la productividad del trabajo. En el ejemplo citado NO hay ningún aumento de la productividad del trabajo, sino que, como el propio Lenin nos informa, los sábados comunistas implican más trabajo, implican que los proletarios trabajan horas extraordinarias sin ninguna retribución. Lo que consiguen así no es para nada «un aumento inmenso de la productividad», sino que el mismo trabajo sigue produciendo lo mismo y lo que sucede es que los trabajadores trabajan más. El trabajo no es más productivo sino que se trabaja más. El trabajo sería más productivo si trabajasen lo mismo (o si trabajasen menos), si tuviesen el mismo desgaste humano produciendo un resultado mayor, lo que como Lenin lo confiesa, al decirnos que trabajan más, no es para nada el caso. Como además lo hacen «sin ninguna retribución», lo que aumenta no es la productividad sino la tasa de sobretrabajo, el sobretrabajo dividido por el trabajo necesario, el porcentaje que va para el capital (¡pues ni Lenin niega que éste sigue existiendo!) en relación con el que se apropian los proletarios, es decir la mismísima tasa de explotación y, en última instancia, la tasa de ganancia del capital. ¡Lo que aumenta no es la productividad del trabajo, sino la explotación y es esto lo que Lenin celebra! La productividad del trabajo queda constante pero lo que aumenta es la productividad del capital: con el mismo capital se obtiene más. La confusión entre una y otra cosa es típica de los capitalistas y hombres de Estado. Es lógico para ellos, lo que les interesa es obtener más capital, más cosas con el mismo capital. Para ellos, es exactamente lo mismo que ese resultado sea obtenido poniendo más máquinas o modernizándolas (en ese caso sí puede haber aumento de la productividad) o poniendo jefes y, si se quiere, látigos para que los trabajadores trabajen más (más tiempo o más intensamente). Pero para los trabajadores no es para nada lo mismo: un aumento de la productividad del trabajo no significa nunca trabajar más sino menos para obtener lo mismo, en cambio un aumento de la extensión del tiempo de trabajo siempre significa más desgaste humano, más tripalium, más tortura.

Vemos entonces que Lenin, cuando afirma «El comunismo representa una productividad del trabajo más alta que la del capitalismo», no entiende para nada lo mismo que Marx, un proceso por el cual, una vez abolida la sociedad mercantil, el aumento de la productividad del trabajo permite trabajar cada vez menos (menos tiempo de trabajo y además trabajo menos intenso), hasta su abolición total, sino totalmente al contrario: para Lenin, como para todo socialdemócrata, el comunismo es la realización de una sociedad del trabajo. No conocemos ningún texto leninista, ni de otro de los bolcheviques que integraron el Estado, que haga, al menos, una crítica del trabajo y asuma el proyecto comunista de abolición del trabajo. Más aún para la socialdemocracia, para el leninismo y el estalinismo, los discursos, las canciones, las banderas y símbolos del «comunismo» siempre contienen loas al trabajo y la apología de los medios mismos con los que se trabaja. Nada más lógico entonces que los martillos y las hoces, hayan sido consagrados como los símbolos del leninismo, del trotskismo, del estalinismo, del maoísmo…, los símbolos históricos de los partidos del trabajo, de los partidos del tripalium, de los partidos de la tortura, de los partidos de la sumisión del ser humano a la no vida. En plena contrarrevolución internacional, la apología marxista leninista del trabajo, como sinónimo de realización del ser humano, llegó a subsumir totalmente el movimiento obrero mundial, hasta tal punto que toda crítica del trabajo, podía ser catalogada (como todas las posiciones revolucionarias) como «pequeño burguesa» y la misma lucha silenciosa, pero persistente de los proletarios en todo el mundo para trabajar lo menos posible (trabajo a desgano, indisciplina, baja del ritmo, ausentismo, sabotaje, …) como contrarrevolucionaria. Tal vez la película Tiempos Modernos de Chaplin, en la que tantos proletarios se identificaron, nos libró de que los PC del mundo sustituyeran los martillos por las cadenas de montaje en los panfletos y banderas. ¡Hubiese sido coherente con lo que ellos defendían y siguen defendiendo hoy! El progreso, el perfeccionamiento, de la explotación del hombre por el hombre.

Aunque lo hemos hecho muchas veces, merece subrayarse la contraposición total que hay entre Marx, que siempre defendió la lucha por la supresión total de los dos polos de la relación capital/trabajo asalariado, así como del trabajo mismo, con respecto a la socialdemocracia que invariantemente se definió por el polo trabajo del capital, por los intereses del trabajo en el capitalismo. ¡Como si en la práctica el capitalismo pudiera tener otros intereses que no sean el trabajo! ¡Como si la economía nacional del capital pudiese tener otros intereses que el desarrollo del trabajo!

El propio Lenin fija así la actividad de los sindicatos en Rusia en pleno poder bolchevique: «Los sindicatos deben desplegar su actividad en todos estos aspectos, no desde el punto de vista de los intereses de cada departamento, sino desde el punto de vista de los intereses del trabajo y de la economía nacional en su conjunto»[22] ¡Los intereses del trabajo![23]y ¡de la economía nacional en su conjunto! Ambos aspectos sólo pueden ser intereses capitalistas, Marx pasó toda su vida a señalar la contraposición total e invariante entre los intereses del ser humano y los intereses de «la economía nacional en su conjunto», entre los intereses del ser humano y los «intereses del trabajo».

El progreso del trabajo y del partido del trabajo es necesariamente progreso del capitalismo y extensión e intensificación de la explotación. El proletariado es la contraposición viviente de ese progreso del capital y la explotación. Claro que esto no quiere decir, como pretende la socialdemocracia, que ello implica luchar por la vuelta de la rueda de la historia para atrás. El proyecto revolucionario no es volver a las cavernas. Este es el tipo de descalificativo barato que utilizan nuestros enemigos en toda discusión. La lucha por la disminución de la jornada de trabajo o contra el aumento de la intensidad del trabajo o también por aumento del salario, es decir en general toda la lucha contra el aumento de la tasa de explotación (con el que el capital intenta siempre contrarrestar la tendencia a la disminución de la tasa de ganancia), que caracteriza desde siempre a la lucha de los explotados y que es necesariamente resistencia al desarrollo del capital, también empuja el desarrollo de las fuerzas productivas de la humanidad y obliga, por ejemplo, al capital a sustituir trabajo por fuerzas tecnológicas y por lo tanto también al desarrollo de las fuerzas productivas. Pero hay una diferencia abismal en plantear, como siempre hizo el movimiento comunista, el progreso del capital como contradictorio con la humanidad y afirmar que, gracias a la resistencia contra ese progreso, el mismo es algo menos nocivo, que hacer la apología a secas del progreso como si fuera algo neutro. ¡Como si el progreso de la sociedad del capital beneficiase al ser humano!

La transformación comunista de la sociedad no partirá de las cavernas sino obligatoriamente, nos guste o no (¡y en realidad no nos gusta!), del imponente (en el sentido fuerte de esa palabra) desarrollo de las fuerzas productivas del capital, que serán apropiadas por el ser humano. Pero justamente, como ese impresionante progreso no es neutro, ni beneficia a todas las clases (sino que efectivamente es también progreso contra el ser humano), el comunismo debe cuestionar todo, absolutamente todo. No basta con la destrucción de las relaciones de producción capitalista, sino que resulta indispensable cuestionar absolutamente todas las fuerzas de producción existentes e irlas sustituyendo en la medida de que sea posible. En efecto, desde el pan que comemos hasta la máquina más perfeccionada, desde el último computador hasta el tractor, desde el hospital a la escuela, desde el armamento hasta las oficinas, desde las casas a los cuarteles…, todo lo que asume o asumió la forma mercantil está necesariamente marcado (concebido) por la dictadura del capital. Nada, absolutamente nada de este mundo tecnológico es neutro, todo objeto o medio de trabajo es el resultado de la dictadura de cientos de años del capital contra el ser humano, del valor contra el valor de uso, que hacen a estos tan inhumanos. La misma ciencia, verdadero dogma religioso de la sociedad burguesa (y muy particularmente de la socialdemocracia), lejos de ser algo que beneficiaría a ambas clases, está, hasta la médula, determinada por la dictadura del valor en proceso, por la tasa de ganancia del capital. Por lo que, si bien es cierto que no se puede destruir todo y empezar de cero, sino necesariamente se parte de lo que se hereda, es indispensable cuestionar todas las fuerzas productivas que heredará la humanidad del capitalismo para irlas sustituyendo lo más rápido que se pueda. Es clave, en el proceso de dictadura del proletariado, la sustitución total de esas fuerzas productivas concebidas para aumentar la explotación por fuerzas productivas determinadas por criterios humanos, que no requieran más trabajo, ni más intensidad del trabajo sino que, al contrario, lo disminuyan y lo tiendan a suprimir, que estén determinadas por las necesidades humanas, por la buena salud de los seres humanos (ejemplo alimentación) y no por la ganancia de los empresarios que hoy contamina todo. Se trata no sólo de abolir la dictadura social del capital, sino de abolir todo valor de uso que ha sido producido bajo la dictadura del valor, incluso el más anodino y necesario para los hombres, porque en su concepción tiene concentrado muchos siglos de opresión, de dictadura del valor contra el valor de uso. Todo «bien» lleva, en su seno, esa opresión histórica. Pongamos el ejemplo más banal, el pan[24] (y no por ejemplo las armas,  los contadores de gas  o los edificios de bancos, las cárceles, los parlamentos… ¡que se trata simplemente de abolir lo más rápido posible!) no sólo está contaminado por los pesticidas, herbicidas y otras porquerías químicas que se le pone al trigo, a la levadura y al pan mismo, en su proceso final, por ejemplo, para conservarlo, para transformarlo, para venderlo, sino que no está concebido en función de las necesidades humanas sino de ganar lo más posible: en su concepción no entra por ejemplo la necesidad de consumir fibras, ni de que sea un producto verdaderamente fresco (sino que parezca: conservantes, colorantes, preservativos…), que corresponda a la evolución histórica del aparato digestivo humano (incompatibilidad cada vez más generalizada con el gluten, degeneración de los cereales, etc.). El pan no se ha ido modificando, a través de los siglos, en función de las necesidades humanas, sino, bien por el contrario, en función de la rentabilidad del capital que produce y distribuye el pan (no de todo el capital, ejemplo reducción del valor de la FT). Por ello ha «mejorado» únicamente como soporte del valor valorizándose. El valor de uso se ha ido adaptando a las necesidades de la tasa de ganancia, es decir que en ese mismo proceso ha empeorado como pan, como valor de uso de la humanidad. Este ejemplo permite ver hasta que punto la dictadura de la tasa de ganancia se concreta en la «putrefacción», en el degeneramiento de la cosa misma. Por ello, la dictadura del proletariado tiene que cuestionar todos los valores de uso aplicando, en forma consecuente, esos dos criterios de base en todos los sectores productivos: dictadura total de lo que el ser humano requiere y menos trabajo. Es decir que la destrucción de la dictadura del valor tiene que llevarse a las últimas consecuencias, destruyendo toda aquella herencia. O como decía Engels, sobre el Estado, sólo podrán conservarse los valores de uso de la sociedad actual, «en los museos de la historia».

El comunismo es ese movimiento histórico de contraposición a la sociedad del capital y, como tal, es heredero de toda la resistencia de la humanidad contra las sociedades de clase. Desde la resistencia de la comunidad primitiva contra la explotación y opresión, a la resistencia de los esclavos contra la esclavitud (y/o la lucha de otras clases explotadas y oprimidas contra sus explotadores y opresores, luchas que fueron diferentes según las diversas regiones del mundo), a la lucha del proletariado contra el capital hay una línea invariante de objetivos y medios, y sólo puede superarse como revolución comunista mundial. En contraposición con eso, la socialdemocracia es heredera de todas las clases dominantes del pasado, que han presentado su progreso como el progreso de toda la humanidad[25]. En coherencia con eso, los progresistas socialdemócratas ven el pasado con ojos racistas y civilizadores porque como progresistas son los herederos de los colonizadores, de los conquistadores que, junto con la espada, llevaron la cruz y la biblia de los inquisidores a todo el planeta. A veces lo reconocen así, a veces no. La socialdemocracia siempre discutió si era buena o mala la colonización, hubo fracciones que protestaron y algunas que se opusieron, pero nunca hicieron una verdadera lucha abierta contra la burguesía y el Estado de las potencias colonizadores. Además, la socialdemocracia siempre se definió a favor del carácter civilizador del capital, siempre defendió la separación histórica entre la comunidad humana y los medios de vida, es decir la expropiación de las comunidades primitivas, en nombre del progreso. Ese progreso, que permitió el asalariado, lo defendieron todos, desde Bernstein a Kautsky, desde Erbert a Lenin, desde Proudhom a Abad de Santillán, desde Stalin a Mao, desde Trotsky a Fidel Castro, desde Ho Chi Min a Rocker… Lo que ocultan o relativizan, con sus apologías del desarrollo de las fuerzas productivas del capital y la famosa «necesidad de las tareas democrático burguesas», es que ese progreso siempre se hizo y se hace a sangre y fuego, que ese progreso significa millones de muertos en todas partes, que contra ese progreso resistieron nuestros compañeros «comunistas primitivos», que el proletariado se constituyó como clase, no en base al apoyo a ese progreso, sino peleando, resistiendo contra él con todas sus fuerzas. ¡Que el proletariado se constituyó en clase e intentó conformarse como partido y fuerza autónoma, en una lucha a muerte contra el progreso del capitalismo! Lo que ellos piden es que el proletariado renuncie a esa resistencia, que acepte el progreso de sus enemigos. ¡Pero como no lo hace, lo reprimen! ¡Como no acepta, lo mandan a los campos de concentración! La socialdemocracia no se siente nunca heredera de esa resistencia histórica. Al contrario, los socialdemócratas se sienten mucho más afines con los defensores de la «revolución francesa»[26], síntesis suprema de realización de las tareas democráticas que ellos se encargan de imponer al proletariado. Nunca se solidarizaron con quienes lucharon en todo el mundo contra los efectos civilizadores del capital.

La contraposición programática entre comunismo y socialdemócrata que constatamos hoy es, en el fondo, la misma que hubo en toda la historia del capitalismo. El primero luchando contra la separación histórica entre el ser humano y sus medios de vida y por lo tanto contra toda explotación. La segunda afirmando esa separación, a favor del progreso, del trabajo, de la explotación. La humanidad resistiendo al permanente aumento histórico del tiempo y la intensidad de trabajo, la socialdemocracia llamando al progreso, al desarrollo del trabajo asalariado y al trabajo mismo.

 

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La globalidad programática, que acabamos de resumir, es el producto histórico del desarrollo de la socialdemocracia como partido, y contiene, a su vez, otro conjunto de determinaciones derivadas, incluidas, en la misma, que esquematizaremos aquí[27] para terminar de caracterizar ese partido.

·     Así, esa política implica necesariamente la política del mal menor[28] que, en los hechos, consiste en oponerse a la revolución social en nombre del «realismo», en nombre del posibilismo. Así, todo cuestionamiento, que va a la raíz de la sociedad, es rechazado en nombre de las «condiciones realmente existentes». Es esencial e invariante, en la socialdemocracia, el decir que «las condiciones para hacer la revolución no están dadas». ¡Nunca están dadas! Y  por lo tanto hay que preferir el menor de los males, es decir aceptar la política reformista del capital o, en el caso de los más radicales, en nombre de la revolución de mañana luchar por las reformas hoy.

·            Evidentemente esto está ligado a todo un esquema de preferencia burgués, cuyo principal objetivo es la liquidación de la lucha del proletariado por la revolución y su transformación en lucha interburguesa: se prefiere la izquierda a la derecha, el progresismo al conservadurismo, lo demócrata a lo dictatorial, lo republicano a lo fascista, lo popular a lo aristocrático, la liberación nacional al imperialismo[29]… Desde el punto de vista comunista, lo importante no es discutir, en cada caso, si esto es realmente más o menos malo que aquello, si tal o cual político o política será mejor o peor para los proletarios, sino denunciar la esencia de esa zanahoria:  llevar al proletariado a luchar por intereses que no son los suyos, sacarlo de la lucha revolucionaria y hacerlo servir de carne de cañón no sólo en tal o cual lucha burguesa, sino hasta de todas las guerras imperialistas en donde, siempre, se podrá argumentar que uno u otro campo es mejor que el otro.

·            El posibilismo, el mal menor, el cuadro de preferencias burgués determina otra característica esencial de la socialdemocracia: el frentismo. Como la política exclusivamente revolucionaria, exclusivamente proletaria nunca «es realista», siempre «es utópica», como la insurrección es, siempre según ellos,  «puro aventurerismo político», siempre es necesario saber renunciar a «ir por el todo», a la lucha final. ¡Como en España en que la CNT, en el momento clave de junio del 36, decide no ir por el todo sino ingresar al comité de milicias antifascistas! Someterse a la colaboración interclasista, primer estribo para montar al Estado, antes de la integración total al mismo. La argumentación posibilista se presenta invariantemente como vía para conquistar aliados, para ir a las masas, para ser creíble, para no asustar a los timoratos, para desarrollar el frente más amplio posible con otros sectores sociales. El frentismo es el complemento indispensable de esa política de renunciación, de mal menor, de supeditación de los proletarios a la democracia, a la burguesía, al frente democrático, al frente popular, al frente único, al frente antiimperialista, al frente unido…

·            El apoyo a la llamada liberación nacional es en realidad una forma particular de frentismo, en nombre del progreso del capital (nacional) y la oposición a tal o cual imperialismo se llama a hacer un frente con tal o cual fracción de la burguesía. La liberación nacional es un anzuelo que busca enganchar al proletariado en un frente nacional para usarlo como carne de cañón en la guerra imperialista[30].

·            Se puede decir que en la práctica todas las zanahorias son buenas para sacar al proletariado de su terreno de clase, de su práctica revolucionaria. Todo reclamo económico o social, transformado en «algo más realista», en reforma, puede servir para hacer marchar al proletariado, bien sometidito, como el burro detrás de la zanahoria; toda la cuestión es la capacidad de neutralización de la crítica radical y de convocación hacia el cambio reformista.  La socialdemocracia tiene invariantemente como objetivo la liquidación de la autonomía del proletariado, su transformación en base de apoyo de tal o cual fracción burguesa progresista, y/o de un capitalismo con jeta o careta algo más  humana.

·            Cuando ese objetivo no se logra cabalmente, cuando no se logra someter el proletariado a esas zanahorias más clásicas para destruir la autonomía de clase, cuando no se lo logra encuadrar en el posibilismo y el realismo politicista, cuando resulta difícil transformar al proletariado en furgón de cola de tal o cual frente, se utilizan otros mecanismos más sutiles pero que tienen exactamente los mismos objetivos. Un ejemplo de ello es la política del apoyo crítico. Así cuando no se logra que los proletarios apoyen un régimen social que los explota y oprime, cuando salta a la vista que la explotación y la represión aumentan, cuando las críticas proletarias son inevitables, se recurre a un tipo de formalismo crítico que disimule el apoyo, al «apoyo crítico» (que, aunque a menudo nos olvidamos, siempre debiéramos escribir entre comillas, porque así lo llaman, aunque lo de «crítico» queda reducido, en la práctica, a una cuestión de oportunidad). Concretamente se argumenta que «lo otro» podría ser mucho peor, que esta opción, aunque no es la buena, es mejor que la otra, que por eso «hay que apoyarla críticamente», «que hay que preservar los logros», que «no hay que hacer el juego de la derecha», que no se debe «entrar en el juego del capitalismo» buscando, así, que las críticas queden en un cuadro respetable, no revolucionario. Fue así que el trotskismo (y otros socialistas influenciados por ellos) logró atenuar y canalizar políticamente una parte importante de las críticas que se hacían al poder en Rusia: no había que «hacerle el juego al capitalismo», «había que preservar los logros de la revolución». Esa concretización política del mal menor y del apoyo crítico, que se expresa también en los frentes únicos, que funcionan como anzuelos de los frentes populares, genera la confusión general y funciona como enganche de izquierda para el apoyo del statu quo. Ese hermano menor del estalinismo, que es el trotskismo, se contrapuso terminantemente a la denuncia del carácter capitalista del estado en Rusia y dividido, entre su ala de derecha y su ala de izquierda, apoyó «críticamente» toda la política de su hermano mayor (¡big brother!)[31]. Es difícil decir si, de no existir esta política de canalización política de la contradicción social, el proletariado hubiese tenido la fuerza de reemprender el camino de la revolución, pero es seguro que, desde el punto de vista de la dominación, esa política de apoyo crítico es una colaboración decisiva para su reproducción, y no es exagerado decir que si el trotskismo en Rusia no hubiese existido, Stalin hubiese tenido interés en inventarlo. ¡Aunque más no sea para atribuirle todos los fracasos y sabotajes que, contra la producción burguesa, hacía el proletariado! ¡Hasta en esto había complementariedad entre los hermanos! Al acusar a todo saboteador de trotskista, se impedía la unificación de los verdaderos saboteadores del capitalismo, en su lucha por la revolución social.

·            Pero el apoyo crítico no es utilizado solamente en ese caso extremo, también sirve de complemento de izquierda de cualquier política frentista. Todo frente popular, todo frente antifascista, todo frente «antiimperialista», tiene sus apoyadores críticos. Son una especie de brigada de reclutadores de los desconformes. Son los que impiden que la ruptura llegue a su raíz. Son los que más posibilitan que la crítica radical y total de esos frentes, de encuadramiento burgués de los proletarios, sean denunciados por lo que son. El trotskismo, que formalmente se opone al frente popular en nombre de otro frente (¡el «frente único» con la socialdemocracia, que en el fondo es otro frente popular!), con su táctica de «apoyo crítico» aportó una enorme contribución a la sumisión generalizada del proletariado, a la desaparición de la autonomía de clase, a su transformación en carne de cañón de la guerra imperialista en Europa y en el mundo entero.

·            Además, los trotskistas no son los únicos apoyadores críticos. ¡Cuántas veces en nombre del anarquismo se apoyó a los defensores del Estado! ¡Cuántas veces en nombre del comunismo se llamó a la defensa de las medidas económicas de tal o cual gobierno invocando el apoyo crítico! ¡El antifascismo mismo, que desde hace ya 80 años es el modelo de frentismo y de reclutamiento de proletarios para la guerra imperialista, siempre funciona con apoyadores críticos que se dicen marxistas leninistas, anarquistas, comunistas, trotskistas, libertarios! La Segunda Guerra Mundial, que comenzó con la liquidación de la tentativa revolucionaria en España y su transformación en guerra fascista antifascista, fue un modelo en ese sentido. La CNT, en nombre del mal menor y del apoyo crítico al antifascismo, colaboró en la liquidación del proletariado revolucionario en España y también en la guerra imperialista. Esa es una historia emblemática de cómo transformar la lucha del proletariado por sus intereses en su exacto contrario, lo que, como se sabe, terminó con la transformación de los proletarios en carne de cañón que entronizó mundialmente a Stalin, Churchill y Roosvelt. ¡Si será útil el mal menor, el apoyo crítico, el frentismo… que ha logrado, en nombre del comunismo y del anarquismo, disolver la fuerza del proletariado e imponer la mayor sumisión de clases de la historia! Si hoy sigue utilizándose tanto el cuco del fascismo (¡hasta el extremo de inventar cualquier cosa para darle veracidad!) es porque ningún otro frente burgués histórico logró tanta adhesión como el antifascista, porque es el ejemplo supremo de totalitarismo e integrismo democrático.

·            Lo que la socialdemocracia presenta como táctico, el mal menor, el frente…, es en realidad estratégico. Lo supuestamente estratégico, el socialismo, la revolución, pasa a constituir en realidad un conjunto de principios ideales que sirven de anzuelo, pero que no tienen, ni tendrán, nunca una concreción. Así, es en nombre del comunismo o el anarquismo, por los que luchan los proletarios, que los partidos, que se autodenominan de esa manera, llaman a preferir tal o cual fracción de la clase dominante, tal o cual política o grupo de poder. Claro que eso siempre se hace en nombre de la táctica, se declara que el objetivo final sigue siendo el comunismo o el anarquismo. Pero así, se puede pasar toda la vida esperando que al fin se luche por el objetivo final. En realidad la socialdemocracia nunca lucha por ese objetivo final, nunca llama a los proletarios a esa lucha, lo que, contrariamente a lo que se declara, muestra que el mismo no es para nada su objetivo, sino más bien un anzuelo para que se apoye, críticamente o no, a todos los males menores que nos proponen. Esa es la historia de la izquierda burguesa, podrán pasar 100 o 200 años, siempre es, y será, en nombre de ese futuro inalcanzable, que la socialdemocracia engancha proletarios hoy, para limpiarle las botas a tal o tal fracción de la clase dominante.

·            El dualismo entre principios y táctica, entre programa máximo y programa mínimo, entre histórico e inmediato, entre político y económico… está omnipresente en todas las teorías, todos los discursos, todas las maniobras, todas las explicaciones socialdemócratas. El principal de todos esos dualismos es cuando claramente nos dicen, como Ebert y Lenin, que citamos antes, que hay que desarrollar el capitalismo (¡de Estado o no!) en nombre del socialismo, que gracias a ese desarrollo podremos lograrlo después. Toda la obra de Lenin es, como resumimos luego, la apología de la táctica, de la maniobra, de la capitulación, del apoyo o el compromiso con tal o cual fracción de la burguesía, de la oportunidad, de las bondades del capitalismo y de trabajar lo más posible en nombre de preservar «el socialismo» o la «patria socialista» que, en los hechos, sólo funciona como anzuelo adonde se fueron a ensartar todos los que lo siguieron.

·            Pero en general es menos explícito y directo. Cuando es sutil puede tener hasta decenas de mediaciones antes de llegar a los mismos objetivos. En nombre del socialismo, se llama al apoyo crítico de tal frente, en nombre de ese frente a apoyar un gobierno y el Estado, en nombre de ese gobierno y ese Estado en colaborar al envío de tropas de pacificación de la ONU a tal o cual país. Es imponente con la facilidad con que se utiliza, así, a los proletarios como carne de cañón, es imponente con la facilidad con que se moviliza por objetivos completamente contrarios a lo que se decía defender, es imponente el grado de especialización de los líderes socialdemócratas en este tipo de «táctica».  En nombre de las necesidades de los trabajadores se llama a la defensa del salario, en nombre del salario se llama a la defensa de la fuente de trabajo, en nombre de esa fuente de trabajo se llama a ser comprensivo con la necesaria rentabilidad de la empresa y de la economía nacional, en nombre de la rentabilidad de la empresa y de la economía nacional a hacer sacrificios, en nombre de todo eso se termina invariantemente utilizando a los proletarios como base de apoyo de la burguesía nacional y carne de cañón de la guerra imperialista.

·            Justamente todo aquel dualismo no tiene otro objetivo que ese, que sacar al proletariado de su terreno de clase y llevarlo a defender los intereses del capitalismo y la economía nacional. Es clave, en la dominación de clase, este oscurecimiento de los objetivos. Desde el punto de vista revolucionario, la cuestión es bien simple en todos los casos, países, épocas, circunstancias… los intereses de los explotados y los explotadores no sólo son diferentes, sino opuestos, antagónicos. Como no se puede negar que el capitalismo y el comunismo son cosas diferentes (¡aunque tampoco faltaron quienes en nombre del comunismo dirán que no son tan diferentes![32]), la clase dominante debe necesariamente introducir estas dicotomías. «El “renegado” Kautsky y su discípulo Lenin»[33] lo confesaban, cuando consideraban diferentes los intereses inmediatos e históricos por los que luchaba el proletariado, y que era la socialdemocracia la que aportaba la conciencia socialista, que era un producto de la ciencia: ¡la famosa introducción de la conciencia de clase desde afuera, por parte de los intelectuales y científicos, de toda la socialdemocracia y el leninismo, es precisamente esto! Es así que nos dirán que en el futuro lucharemos por el socialismo y/o el anarquismo pero que ahora, por cuestiones prácticas, tácticas, inmediatas… o como carajo lo llamen… hay que hacer justo lo contrario y apoyar a tal o cual política capitalista. «No, ahora no hay condiciones para imponer el programa máximo, por lo tanto luchemos por el programa mínimo…», «Es verdad que este gobierno es burgués pero debemos apoyarlo porque es menos malo que el fascismo», «Ahora no podemos exigir aumento de salario»…

·            A la claridad y unicidad del programa comunista se opone la oscuridad y dualismo del programa socialdemócrata. Nosotros proletarios, no tenemos diferentes intereses económicos y políticos. Nuestros enemigos sólo pueden asegurar la dominación dividiendo y oponiendo ideológicamente lo que es una unidad. Si los proletarios se aferran a sus propios intereses, necesariamente luchan contra el capital y el Estado y, aunque no lo sepan, o sólo lo sepa una pequeñísima minoría de entre ellos, están necesariamente luchando por la revolución comunista. El dualismo entre programas, entre táctica o estrategia, entre tal o cual aspecto del programa, no puede venir, en absoluto, del proletariado, sino de la dominación ideológica de la burguesía y, prácticamente, reproduce esta dominación. La dualidad no está en los intereses del proletariado, ni en su programa, ni en su propia vida. En todos los casos su interés es único y contrapuesto siempre a todo el capital, a todas sus fracciones. El hecho de que se pueda presentar tal o tal programa, táctica, principio, frente… como bueno para el proletariado, al mismo tiempo que se le pide sacrificios, es necesariamente algo que proviene de la clase dominante. Contrariamente a lo que dicen los socialdemócratas, como Kautsky o Lenin, en su defensa de la introducción, en la clase, de la conciencia socialdemócrata, el interés económico del proletariado es el mismo que su interés político, la verdadera lucha por sus intereses económicos es una lucha revolucionaria. Por ello esa introducción ideológica socialdemócrata, desde el exterior, desde la ciencia, desde ese dios de la socialdemocracia, es necesariamente antagónica con la totalidad de los intereses del proletariado.

·            Así, nuestro interés es resistir a todo aumento de la tasa de explotación; esa lucha es inseparable de la lucha contra la explotación misma y por su supresión. Mientras el capital tiene siempre interés en aumentar la explotación, gracias a lo cual puede contrarrestar el aumento de la tasa de ganancia, el interés económico del proletariado es siempre luchar contra ese aumento. Ahora bien, es imposible pedirle a los proletarios que luchen contra sus propios intereses, por eso la socialdemocracia, como todo partido de la clase dominante, cuando se dirige a los explotados tiene por objetivo convencerlos de que es imposible luchar contra todo el capital y el Estado y, consecuentemente con ello, convencerlos de que, aunque los objetivos finales (o políticos, o principistas…) son tales y cuales, hoy lo mejor es, precisamente lo contrario. Sólo así, en nombre del socialismo, se lo podía y se lo puede reclutar para apoyar el desarrollo del capitalismo.

·            Este fenómeno ha hecho creer, a muchos revolucionarios, que la socialdemocracia no defiende los intereses históricos del proletariado, pero sí sus intereses inmediatos; y justifican, así, el papel histórico del sindicalismo. Ello es absolutamente falso, la socialdemocracia y el sindicalismo nunca defienden los intereses del proletariado, sino su recuperación estatal; y la confusión proviene de confundir la reivindicación con la reforma, el reclamo proletario inmediato, que una lucha expresa, con lo que los patrones o el estado están dispuestos a conceder: la reforma.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Caracterización del leninismo y el marxismo leninismo

 

Formalmente, el marxismo leninismo es una invención de Stalin, consagrada como religión de Estado, a partir de la muerte de Lenin. El fastuoso entierro de Lenin, organizado por Stalin, y el culto a la personalidad de aquel será la forma elegida de presentar, ante las masas arrodilladas, esa «nueva» ideología, verdadera religión de Estado. El marxismo leninismo es la ideología que desarrolló el Estado capitalista ruso, dirigido por el estalinismo, para regentar «el movimiento comunista mundial», en función de las decisiones de los dirigentes del Estado ruso y de los intereses del capital imperialista centralizado en ese país.

Sin embargo, la política que caracterizará al Estado ruso, desde la toma del poder bolchevique, y  la imposición de la política «leninista» o bolchevique, a los grupos y partidos que iban rompiendo con la socialdemocracia, existe desde la consagración de los bolcheviques como sinónimo de los verdaderos revolucionarios, fenómeno operado desde la insurrección de octubre y la idealización del papel que los bolcheviques habrían desempeñado en la misma, que se expandirá por doquier. Es en esa medida, que puede hacerse extensiva la denominación de leninismo, bolchevismo o marxismo leninismo (que podemos considerar como sinónimos), a esa política inaugurada con Lenin en el poder. Es así que utilizamos dicha denominación aquí, desde que Lenin mismo gobierna, dándole así un carácter más general, que nos parece totalmente pertinente, incluso antes de que se consagrara formalmente la misma, a la muerte de Lenin.

Si el marxismo ya había sido una ideología de completa falsificación de la obra de Marx (que llevó a declarar al propio Marx: «yo no soy marxista»), para afirmar la concepción socialdemócrata de partido, que en nombre del socialismo pusiera al proletariado al servicio del capital, el leninismo y el marxismo leninismo pasarían a ocuparse de las franjas más activas del proletariado en lucha por la revolución social, particularmente de aquellas que se denominaban comunistas (y que de alguna forma habían iniciado una ruptura con la socialdemocracia formal), con el mismísimo objetivo de ponerlas al servicio del capital y el Estado.

Como el resto de la socialdemocracia, el marxismo leninismo llama revolución socialista o comunista, no a la destrucción del capitalismo, a la abolición del trabajo asalariado y las relaciones de producción mercantiles, sino por el contrario, a la toma del poder político para la realización de un conjunto de reformas económicas. Ese dualismo político y económico corresponde, evidentemente, al dualismo de siempre de la socialdemocracia, del que hablamos antes. Lenin mismo definió todo su programa «comunista» en su célebre frase: «El comunismo es el Poder soviético más la electrificación de todo el país»[34]. ¡En toda la obra de Lenin, como en la de Stalin o en general de otros socialdemócratas, no hay nada, absolutamente nada, concreto en cuanto a la destrucción de la dictadura del valor, el dinero, la mercancía; nada claro y explícito en cuanto a la abolición concreta de las relaciones de producción y explotación propias a la sociedad burguesa! Contrariamente a la apariencia de radicalidad que el leninismo tuvo en su época, su concepción de la revolución socialista es completamente reformista, contrarrevolucionaria. Se reduce a tomar el poder para modernizar el capitalismo y, complementariamente con ello, se estatiza, es decir se hace pasar la propiedad privada  (jurídica, formal) a manos del gobierno. Ese tipo de reforma nacional fue lo que inició el leninismo y terminó de concretar el estalinismo en Rusia, lo que en los hechos fue la forma que encontraron de reorganizar y modernizar las relaciones de producción capitalistas. El marxismo leninismo, como ideología, sirvió para presentar esa modernización, en nombre de Marx y de Lenin, primero, como un paso hacia el socialismo (sin olvidar que para Lenin paso al socialismo y desarrollo del capitalismo es lo mismo), luego, con la ideología del socialismo en un solo país, como el «socialismo» mismo. Así, el «socialismo» pasó a ser en todo el mundo sinónimo de un desarrollo acelerado del capitalismo, basado principalmente en el trabajo, en la apología del elemento trabajo y trabajador del capitalismo. Aunque la generalización de los campos de concentración, los campos de trabajo forzado (¡qué Rusia desarrolló antes que Alemania!) se ocultaron, especialmente frente al exterior, fueron el elemento esencial del marxismo leninismo y de la construcción del «socialismo» en el mundo. Toda la producción de la Unión Soviética y su potencia en la competencia inter-imperialista era función de forzar al máximo el trabajo en todas las ramas productivas. Dada la diferencia comparativa tecnológica desfavorable a Rusia con respecto a otras potencias, ese tipo de desarrollo capitalista, en donde predomina la plusvalía absoluta (aumento de la extensión y de la intensidad del trabajo), es el único que el estalinismo logró realizar. Los campos de trabajo forzado como realidad económica y como amenaza generalizada marcaron el ritmo y las fluctuaciones de la gestión de la explotación y las aceleraciones y crisis de la producción «socialista». Si llamarle a esa monstruosidad capitalista «socialismo» fue una invención genial de la contrarrevolución marxista-leninista, es decir del Estado estalinista (ese país de la «mentira desconcertante»), se comprende enseguida que dicha denominación fue acogida con complacencia por la burguesía mundial. Nada le había dado tantos beneficios a la clase dominante mundial para dominar a sus esclavos asalariados. ¡Este fue el mayor negocio capitalista del siglo XX!

Contra el comunismo, la socialdemocracia presenta, invariablemente, las nacionalizaciones y estatizaciones como parte del programa socialista, y hasta como la cuestión central del pasaje al socialismo. Contra los comunistas de izquierda en su propio partido, que denunciaban el desarrollo del capital y las estatizaciones como tendencias al capitalismo de Estado, Lenin defendió abiertamente al capitalismo de Estado, como un paso hacia el socialismo. Como el concepto mismo de revolución, sustentado en la  destrucción de las relaciones sociales basadas en el valor, es ajeno al proyecto leninista, es totalmente lógico que para Lenin no haya mucha diferencia entre capitalismo de Estado y socialismo (ni en general entre capitalismo y socialismo), o que la misma se reduzca a quien tiene el poder. De ahí que para los leninistas todo es cuestión de «toma del poder» y nunca de destrucción del poder del capital. ¡Como si el poder fuese algo que se toma y se usa para otra cosa! ¡Como si el Estado fuese sólo un instrumento! ¡Como si la revolución proletaria fuera una mera revolución política! Es lógico también que, a la muerte de Lenin, se haya dado el pasito final llamándole «socialismo» a ese capitalismo jurídicamente estatizado[35] y que, luego, el marxismo leninismo fuera la doctrina general de todo lo que se autoproclamó «campo socialista».

El marxismo leninismo en la URSS será simplemente este desarrollo del capitalismo efectuado en nombre de la «gran revolución de octubre». Todo lo que no coincide en absoluto con lo que Marx había indicado como socialismo, se explicará aduciendo que Marx está superado por la teoría de Lenin y luego de Stalin, que corrigieron los errores de aquel. Más aún, el estalinismo globalizará, así, una nueva teoría (en realidad una modernización y adecuación de la teoría socialdemócrata presentada como nueva), en la cual el dualismo, propio a la socialdemocracia e imprescindible para poner al proletariado al servicio de la contrarrevolución estalinista, será presentado como la teoría del marxismo modernizada, como la teoría del marxismo corregida por Lenin y Stalin y aplicable a la época imperialista. La teoría de lo nuevo, de que la época había cambiado, de que el capitalismo había cambiado pasando de su fase competitiva a su fase monopólica, imperialista[36], fue la clave del leninismo y de la revisión general de la teoría de Marx que culminaría con el estalinismo. Todo lo que no coincide con Marx sería explicado por el leninismo y luego por el estalinismo, no como resultado de su propio revisionismo, sino justificado por el cambio de época. Lenin tenía siempre en la boca la expresión «Marx no pudo haber previsto que…». Merece destacarse el hecho de que la teoría de Lenin, sobre el imperialismo como Estado supremo del capitalismo, tiene como fuentes, reconocidas por Lenin mismo, la derecha revisionista de la socialdemocracia, particularmente del libro de J.B. Hobson El Imperialismo (1902) y del de  Hilferding El Capital Financiero (1912). Dicha concepción, que Lenin reproduce, y que es la de los principales jefes socialdemócratas, es dominante en los Congresos socialdemócratas de Chemnitz y de Basilea. Como se sabe, la platónica denuncia del imperialismo, que toda la socialdemocracia efectuó en esos y otros congresos, no le impidió ser el partido con mayor capacidad de reclutar proletarios para la guerra imperialista iniciada en 1914.

El reformismo mismo es defendido por Lenin, utilizando ese procedimiento revisionista, afirmando que «ahora» la relación entre reforma y revolución es diferente a la que había establecido Marx. «Sólo el marxismo ha definido con exactitud y acierto la relación entre las reformas y la revolución, si bien Marx tan sólo pudo ver esta relación bajo un aspecto, a saber: en las condiciones anteriores al primer triunfo más o menos sólido, más o menos duradero del proletariado aunque sea en un solo país… Después del triunfo del proletariado, aunque sea en un solo país, aparece algo nuevo en la relación entre las reformas y la revolución. En principio el problema sigue planteado del mismo modo, pero en la forma se produce un cambio, que Marx, personalmente no pudo prever, pero que sólo puede ser comprendido colocándose en el terreno de la filosofía y de la política del marxismo… Hasta el triunfo del proletariado, las reformas son un producto accesorio de la lucha de clases revolucionaria. Después del triunfo, ellas (aunque a escala internacional sigan siendo el mismo “producto accesorio”) constituyen, además, para el país en que se ha triunfado una tregua necesaria y legítima en los casos en que es evidente que las fuerzas, después de una tensión extrema, no bastan para llevar a cabo por vía revolucionaria tal o cual transición»[37] En vez de la contraposición clara entre reforma y revolución, Lenin, diciendo que «Marx no lo previó, ni lo podía prever», sostiene que el reformismo sería una especie de ayuda de la revolución, de repliegue indispensable para que la revolución avance, con lo que podrá justificar cualquier cosa.

Junto con ese argumento, de lo que Marx no había previsto, el leninismo reafirmará toda la ideología socialdemócrata de la falta de condiciones para realizar la revolución, del atraso generalizado de las condiciones económicas y la conciencia de las masas. Toda la política contrarrevolucionaria se justificará diciendo que el atraso de las masas no permite otra política. En Rusia, todo lo contrarrevolucionario se justificará por el atraso del país o de la falta de conciencia de las masas, ocultando tanto la potencia del capitalismo en ese país como la fuerza y consecuencia que había mostrado el proletariado en la lucha. Así, para Lenin, no se podía pasar del capitalismo al socialismo en Rusia por el atraso de las masas: «No cabe dudas de que en un país donde la inmensa mayoría de la población está formada de pequeños productores agrícolas, sólo es posible llevar a cabo la revolución socialista a través de toda una serie de medidas transitorias especiales, que serían completamente innecesarias en países de capitalismo desarrollado, donde los obreros asalariados de la industria y de la agricultura constituyen una mayoría aplastante… Sólo en países donde esta clase se halla desarrollada en grado suficiente, el paso directo del capitalismo al socialismo es posible…»[38] Y luego, para defender la necesidad de restablecer el comercio, que el proletariado insurrecto había comenzado a destruir, Lenin insiste en que no se puede pasar al socialismo y que es indispensable más capitalismo: «…no es posible retener el poder proletario en un país increíblemente arruinado, con un gigantesco predominio de los campesinos, igualmente arruinados, sin ayuda del capital (sic), por la que, lógicamente cobrará intereses desorbitados»[39]. ¡Con el argumento del atraso, el leninismo hace pasar al capital como si fuese algo neutro,  como si se tratara de una cantidad de dinero, o de tecnología, que podría ayudar al socialismo y no como lo que es: una relación social de explotación y dominación que liquida toda posibilidad de socialismo!

Pero, junto con la importancia de la ola revolucionaria en todo el mundo y la imagen que adentro de la misma se va forjando la revolución proletaria en Rusia, el marxismo leninismo adquirirá una importancia mundial, no sólo como ideología para encuadrar a capas radicales del proletariado, sino como dirección formal del proletariado. En efecto, será esa dirección rusa que liquidará la fuerza revolucionaria del proletariado que, con muchas dificultades, se había ido constituyendo como fuerza afuera y contra la socialdemocracia.

Como es sabido, la ruptura con la política contrarrevolucionaria de la socialdemocracia, que desarrolló el proletariado en todo el mundo desde principios de siglo XX y que puso el capitalismo en cuestión (México, Rusia, Hungría, Alemania…), se expresó también en núcleos o grupos de militantes que llamaban a la ruptura total con la socialdemocracia, especialmente cuando la participación de ésta en la carnicería imperialista (en nombre del socialismo, del comunismo, del anarquismo…) dejó en evidencia el carácter contrarrevolucionario de aquel partido. Esa ruptura, que existió a diferentes niveles en todos los países, tenía por objetivo la constitución del proletariado en partido aparte y opuesto a todo el orden establecido, y se expresó, particularmente, en núcleos de revolucionarios que llamaban, en oposición a la política contrarrevolucionaria y proimperialista de la socialdemocracia, a la revolución social.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Ruptura comunista versus socialdemocracia

 

Esa ruptura puede ser esquematizada así[40]:

1. Contra la política defensista, socialimperialista y centrista de la socialdemocracia se llamaba a la lucha abierta contra el capitalismo, contra todos los Estados. Contra la guerra imperialista, los revolucionarios oponían el derrotismo revolucionario, la guerra contra «su propia» burguesía y «su propio» Estado en todas partes, la revolución social mundial. Contra la guerra y contra la paz burguesa, guerra revolucionaria contra la burguesía y los Estados de todos los países; revolución comunista mundial.

2. Contra el apoyo al polo progresista del capital y la defensa de las tareas democrático burguesas, la acción directa contra el capital, la democracia, el Estado.

3. Contra la división programa máximo programa mínimo de la socialdemocracia, se luchaba por la defensa de todos los intereses del proletariado y por la revolución social.

4. Contra la defensa de la democracia, la lucha contra la dictadura burguesa en todas sus formas.

5. Contra el parlamentarismo, el electoralismo;  la acción directa contra sus explotadores y dominadores directos.

6. Contra el sindicalismo (contra el economicismo y el politicismo), la lucha afuera y contra los sindicatos, verdaderos aparatos del Estado y del reclutamiento imperialista. Esa lucha se concretó en la creación de nuevas asociaciones proletarias y estructuras revolucionarias (consejos, soviets, otras organizaciones unitarias, núcleos comunistas … ) en ruptura total con el capital y el Estado.

7. Contra el colonialismo y la liberación nacional, en que se dividían los socialdemócratas, la lucha del proletariado contra los burgueses y los Estados de todos los países.

8. Contra el partido de masas, el partido electoral, el partido parlamentario; la organización de los comunistas en núcleos revolucionarios capaces de dirigir el partido y la revolución comunista.

9. Contra la socialdemocracia formal en todas partes, organización específica de los revolucionarios.

10. Contra todo frente con la burguesía, contra todo frente con la socialdemocracia.

11. Contra la utilización del Estado o la toma del poder del Estado, la destrucción de todos los aparatos estatales y la destrucción del Estado mismo.

Si nuestro interés fuera el individuo militante Lenin, podríamos, aquí, entrar a juzgar en qué medida él mismo fue parte integrante de esa ruptura. Constataríamos que Lenin forma parcialmente parte de esa ruptura, por su práctica contra la guerra imperialista, su derrotismo revolucionario, así como sobre la defensa de la revolución violenta, en contra de la mayoría de los socialdemócratas, incluyendo a sus propios compañeros de partido. Al mismo tiempo veríamos que Lenin, por su concepción global del capitalismo y la ideología de  las «tareas democrático burguesas», siguió siendo integralmente socialdemócrata y considerando que en Rusia sólo se podía hacer una «revolución burguesa». Entraríamos así a preocuparnos de sus incoherencias y nos concentraríamos en su política fluctuante, vacilante, y dubitativa en los momentos decisivos (que ¡hasta en pleno período insurreccional sostuvo la posibilidad de una revolución pacífica!). Pero a nosotros no nos interesa la práctica contradictoria, y oscilante, del individuo militante Lenin. Lo que nos interesa, por el contrario, es como el nombre de ese militante Lenin pasa a asociarse a una práctica social decisiva, a una concepción que será internacionalmente determinante. Es en ese sentido que sí nos interesa Lenin, en la medida que su nombre fue ideológicamente asociado a una visión que impondrá el Estado en Rusia y que dirigirá  a los partidos comunistas en todo el mundo hacia su liquidación. Nos interesa el leninismo, en la medida en que, así definido, es clave en todo el proceso contrarrevolucionario del siglo XX, mucho más allá del militante llamado Lenin. El culto de la personalidad, de quien fuera a su vez presentado como el padre de la revolución rusa, contribuyó evidentemente a sobredimensionar la importancia de ese individuo y a darle más fuerza a la política contrarrevolucionaria, dirigida desde Moscú, desde la fundación de la Internacional Comunista (que abreviamos en lo que sigue como: «IC»).

Debemos, sin embargo, subrayar que la política socialdemócrata de los bolcheviques es característica dominante de ese partido desde siempre y explica las posiciones oscilantes del mismo, desde su constitución y particularmente durante el proceso insurreccional de octubre de 1917, entre democracia burguesa y lucha proletaria, entre apoyo a los gobiernos provisorios o continuidad de la lucha proletaria hacia la insurrección.  Al respecto, nos parece sumamente ilustrativo el tomar los mismos puntos generales de ruptura en ciernes, que enumeramos antes y que expresaban los sectores más radicales del proletariado en los años 1917/21, y situar al leninismo en relación a esa ruptura; primero con Lenin, Trotsky, Zinoviev… a la cabeza del Estado y de la Tercera Internacional y luego con Stalin como jefe supremo.

1. Esa política derrotista revolucionaria, que situará a los bolcheviques a la cabeza de la insurrección proletaria en Rusia junto con otras minorías revolucionarias, es totalmente abandonada, por la dirección del partido y el Estado, desde los primeros días del poder en base a la firma de una paz separada con el militarismo alemán[41]. No sólo se traiciona, así, la consigna de «transformación de la guerra imperialista en revolución comunista mundial», sino que se sacrifica y aísla a sectores del proletariado que habían hecho o estaban en plena insurrección. Es una práctica concreta, contra la insurrección proletaria que estaba en plena gestación en Alemania y una verdadera entrega, del proletariado insurrecto en Ucrania y otras regiones, a la represión contrarrevolucionaria.

2. El leninismo reimpondrá, desde el principio, la vieja política socialdemócrata de realización de las tareas democrático burguesas y desarrollo del capitalismo[42], tanto en Rusia, bajo la consigna de «control obrero», como en todos los países, defendiendo el polo trabajo del capitalismo.

3. Tanto en el terreno nacional, en donde se reclama sacrificios, trabajo y hasta taylorismo, como en el terreno internacional, en donde los leninistas impondrán la política de entrismo en los sindicatos; se reintroduce aquella separación entre programas mínimos y máximos y se defiende abiertamente el minimalismo, el gradualismo, el etapismo, el reformismo, el desarrollismo, el democratismo...

4. Si bien se critica la democracia como dictadura del capital, se preconizan diferentes tácticas, en donde se trata diferente a los diferentes partidos del capital, preconizándose la «táctica de la carta abierta» y luego del frentismo con diferentes partidos democráticos y particularmente con la socialdemocracia. La política del leninismo para el proletariado es, también, la realización de la democracia más democrática posible «la democracia proletaria es un millón de veces más democrática que cualquier democracia burguesa»[43].

5. Se considera infantilista la ruptura con el parlamentarismo. El viejo parlamentarismo socialdemócrata es impulsado ahora bajo la denominación del «parlamentarismo revolucionario». Fue un verdadero parlamentarismo, por más salsa Lenin que la IC le pretendió agregar. En la práctica, el parlamentarismo llevará a liquidar, electoralistamente, a los partidos surgidos para la revolución. La fase electoralista y legalista, al mismo tiempo que alejó a los partidos de la acción directa, será sumamente útil a la represión, para fichar a los cuadros revolucionarios.

6. Contra la ruptura, el leninismo defenderá el sindicalismo, para lo cual, en muchos casos, utilizará, también, el adjetivo engañoso de «sindicalismo revolucionario» y llamará, permanentemente, al trabajo en los sindicatos socialdemócratas.

7. Se proclamará la necesidad, una vez más en nombre de las tareas democrático burguesas y el «necesario» desarrollo del capitalismo, de la lucha por la liberación nacional. En los hechos, esta política no solo implicará el apoyo al nacionalismo burgués, la complicidad con diferentes fracciones burguesas e imperialistas, sino el abandono de toda política autónoma proletaria, la liquidación de las minorías comunistas en todos los países. Subrayamos que esa política, aunque haya sido diseñada para aquellos países o naciones considerados colonias o semicolonias, se concretará en una política contrarrevolucionaria de supeditación del proletariado a la burguesía en todas partes[44].

8. El leninismo, con su política de «ir a las masas», aplicará la misma y vieja receta socialdemócrata electoralista, parlamentarista y liquidadora de la organización estrictamente comunista, que es indispensable en la constitución del proletariado en partido opuesto a todo el orden establecido.

9. Se buscará hacer innumerables frentes, con la socialdemocracia formal, y se aconsejará, a las minorías en ruptura, disolverse dentro de las estructuras y partidos centristas[45].

10. La política frentista funciona en todos los casos, con el viejo argumento socialdemócrata del mal menor, y conduce a la defensa de la democracia bajo diferentes formas.

11. El leninismo nunca luchará por la destrucción del Estado, sino que, por el contrario, defenderá, como la socialdemocracia, la utilización de aquel para la realización de los intereses proletariados, la toma del poder; reduciendo así la «revolución» a un cambio político, a un cambio en la administración del capital.

Luego de la muerte de Lenin, toda esa política será confirmada por el marxismo leninismo, dirigido por Stalin. La diferencia entre ambas épocas es que en la época de Lenin se trató, en nombre del socialismo, de desarrollar el capitalismo en Rusia y se hablaba abiertamente de las supuestas virtudes del mismo y/o del capitalismo de Estado. En la época de Stalin, basándose en la consolidación de la estatización jurídica del capital, se dirá que todo eso es socialismo, que el país es ahora socialista. Es verdad que en la época de Lenin ya éste hablaba de «patria socialista» o de «socialismo», en sus discursos y en sus llamados al sacrificio, al trabajo y a la defensa de la patria; pero frente a la crítica de los comunistas de izquierda, de su propio partido, Lenin admitirá, claramente, que se trata no de la realidad socialista de ese país, sino de una fórmula de propaganda. Claro que, incluso, esta deformación de la realidad, en nombre de la necesidad de la propaganda, este oportunismo, que hasta el propio Lenin reivindicará, le servirá a la burguesía soviética, al estalinismo, para la defensa del capitalismo, en nombre de la teoría del socialismo en un solo país. Los campos de trabajo y de concentración, que se habían fundado en la época de Lenin, en base de la vieja ideología de defensa del trabajo, se generalizarían durante toda la época estalinista, hasta convertirse en característica central de la organización del trabajo, represión social y desarrollo capitalista en ese país.

Muy rápidamente, retomamos la enumeración de las rupturas contra la socialdemocracia, que habían caracterizado la época revolucionaria, para ver como el estalinismo se situó en continuidad con el leninismo y la socialdemocracia.

1. No queda absolutamente ninguna huella de la política derrotista revolucionaria. El estalinismo consolidará a Rusia como una potencia imperialista más, utilizando su poderío militar para dividirse el mundo con las mayores potencias militares del globo. El mismo hará pactos, con todas las potencias incluidos los nazis, participará en todas las guerras y concluirá como abanderado del pacto de Yalta. Como potencia imperialista reprimirá las revueltas proletarias que se desarrollan en su órbita.

2. Se había pasado de la reorganización del capital al desarrollo normal y acelerado del mismo, en base a las campañas stajanovistas (trabajar más tiempo y más intensamente) y a aumentar así, al máximo posible, la tasa de plusvalía (tasa de explotación).

3. En todas partes se defiende el dualismo programático que permite el máximo de sacrificio del proletariado y la apología del trabajo en nombre de tal o tal reforma y/o del «socialismo».

4. No queda nada de la crítica de la democracia como dictadura del capital. La defensa de la democracia es generalizada, se sostiene que el socialismo en construcción tiene «la constitución más democrática del mundo» y, en todas partes, se preconizarán frentes populares con los demócratas y/o con los nacionalistas (incluidos los fascistas), siempre con sectores abiertamente burgueses.

5. Se defiende el parlamentarismo en general y se participa en todo proceso electoral, como siempre lo había hecho la socialdemocracia.

6. La apología de los sindicatos es general, se participa en todo tipo de sindicato y otros aparatos estatales.

7. Constituidos en fuerzas del Estado burgués en todas partes, los PC estalinistas trabajarán, con otros partidos burgueses, para la consolidación de las liberaciones nacionales y llevar adelante las guerras imperialistas en nombre del bloque imperialista ruso.

8. Todos los partidos estalinistas se consolidan como partidos de masa y participan en todos los niveles estatales: los parlamentos, la represión, las instituciones internacionales, los gobiernos…

9. Los «PC» son partidos totalmente socialdemocratizados con la única especificidad de responder y defender los intereses del capital y el imperialismo ruso.

10. Se participa en todo tipo de frentes burgueses y se reprime a las minorías y en general a los proletarios que rechazan dicha política.

11. En todas partes los partidos marxistas leninistas son partidos estatales (ídem que en el punto 8).

 

 

La imagen radical de los bolcheviques

 

Los bolcheviques eran, a nivel internacional, una de las tantas expresiones del proletariado en ruptura con la socialdemocracia, que se desarrollaban por doquier. Dicha ruptura era llevada adelante, tanto por grupos que estaban adentro de la socialdemocracia formal, como por otros que se encontraban afuera de la misma. Pero la ruptura de los bolcheviques no era la más radical, ni mucho menos. Como vimos, la misma nunca fue a la raíz de lo que es la socialdemocracia, como partido burgués para encuadrar a los proletarios. Nunca retomó la crítica que Marx había efectuado del capitalismo, ni la que había iniciado de la socialdemocracia y sus programas formales: crítica del valor, del dinero, del trabajo, del progreso, de la democracia,… y definición del socialismo como la negación generalizada de la sociedad mercantil (destrucción del valor, del dinero, de la democracia…). Nunca se situó en la trayectoria histórica de la lucha comunista, de la resistencia histórica de la comunidad a no ser separada de sus medios de vida; sino en la línea del progreso, del desarrollo, de las tareas democrático burguesas. Los bolcheviques, y el propio Lenin, se consideraban como herederos de los «revolucionarios franceses»; y siempre imaginaron la «revolución rusa» como continuidad de la revolución francesa y no de la lucha de los indígenas expropiados, los esclavos… ¡Cantaban la Marsellesa más que la Internacional! Veían el progreso del capital como el suyo propio y concebían el comunismo no como la verdadera contraposición humana al capital, sino como su continuación, como su evolución suprema a lo que solo era necesario agregarle «el poder obrero», el «poder soviético». La resistencia humana, contra la acumulación capitalista y el progreso del capital, era, para ellos, un arcaísmo que había que superar con el desarrollo mismo del capital en el campo. Nunca hicieron una verdadera crítica del trabajo, sino que sólo criticaban la apropiación de la plusvalía por los patrones, como toda la socialdemocracia y hasta la izquierda de la economía política. La revolución, para los bolcheviques, se situaba, así, no en la esfera del modo de producción, sino en el de la distribución: había que tomar el poder, para liquidar aquella apropiación. El comunismo es, para ellos, el desarrollo del capitalismo controlado por ese mismo partido y con una mejor distribución. El estalinismo, del que reniegan tantos leninistas y/o trotskistas hoy, no fue más que la aplicación consecuente de ese programa.

Sin embargo, el bolchevismo, el leninismo… desde 1917, adquirió una imagen completamente diferente a esta realidad. Con la insurrección de 1917, como reivindica Lenin «El bolchevismo ha venido a ser un fenómeno mundial» en total oposición a lo que fue en su origen… «el bolchevismo, al iniciarse la Revolución de Octubre, era considerado como una curiosidad[46]. Las dos clases de la sociedad vieron, entonces, al bolchevismo no como era en realidad, sino como la concretización misma del comunismo. Para los proletarios de todos los países, el bolchevismo pasó a ser el ejemplo mismo del movimiento revolucionario consecuente; para la burguesía mundial, pasó a ser equivalente del terrorismo generalizado contra sus propiedades, contra su futuro, contra sus vidas. El mismo terror, que la burguesía siente entonces, y las espectaculares medidas antiterroristas que adopta, prestigia al bolchevismo frente a los sectores revolucionarios del proletariado y contribuye a darle esa imagen de radical, tan alejada de la realidad: «Después de la revolución proletaria en Rusia y de sus victorias a escala internacional, inesperadas para la burguesía y los filisteos, el mundo entero se ha transformado y la burguesía es también otra en todas partes. La burguesía se siente asustada por el “bolchevismo” y está irritada contra él hasta casi perder la razón; precisamente por eso acelera, de una parte, el desarrollo de los acontecimientos y, de otra, concentra la atención en el aplastamiento del bolchevismo por la fuerza, debilitando con ello suposición en otros muchos terrenos... Los millonarios de todos los países se conducen hoy de tal modo en escala internacional que debemos estarles reconocidos de todo corazón. Persiguen al bolchevismo con el mismo celo que lo perseguían antes Kerenski y compañía y, como estos, rebasan también los límites y nos ayudan igual que Kerenski. Cuando la burguesía francesa convierte el bolchevismo en el punto central de la campaña electoral, injuriando por su bolchevismo a socialistas relativamente moderados o vacilantes; cuando la burguesía norteamericana, perdiendo por completo la cabeza, detiene a miles y miles de individuos sospechosos de bolchevismo y crea un ambiente de pánico propagando por doquier la nueva conjuraciones de bolcheviques; cuando la burguesía inglesa, la más “seria” del mundo, con todo su talento y experiencia, comete inverosímiles tonterías, funda riquísimas “sociedades para la lucha contra el bolchevismo” crea una literatura especial sobre éste y toma a su servicio, para la lucha contra él, a un personal suplementarios de sabios, agitadores y curas, debemos inclinarnos y dar gracias a los señores capitalistas. Trabajan para nosotros, nos ayudan a interesar a las masas por la naturaleza y significación del bolchevismo. Y no pueden obrar de otro modo, porque han fracasado ya en sus intentos de “hacer el silencio” alrededor del bolchevismo y ahogarlo. Pero al mismo tiempo, la burguesía ve en el bolchevismo casi exclusivamente uno de sus aspectos: la insurrección, la violencia, el terror; por eso procura prepararse de modo particular para oponer resistencia y replicar en este terreno»[47].

La propaganda burguesa, incluida, muy especialmente, la que realizan todos los sectores de la socialdemocracia, acusando al bolchevismo de antidemocrático, prestigian a los leninistas frente a las masas. ¡«Trabajan para nosotros», se jacta Lenin, y era verdad! Pero esa propaganda NO trabaja para la revolución, porque los bolcheviques no eran lo que esa propaganda decía[48]. Dicha propaganda sirve, por el contrario, a la recuperación de los revolucionarios en ese proyecto híbrido, centrista, que, en los hechos, reproducía la ideología socialdemócrata, aunque la misma se pintara, ahora, con más color rojo. Así, no sólo a los bolcheviques se los ve como totalmente partidarios de la «insurrección, la violencia y el terror» (¡cuando defendían más bien la democracia, el parlamento, el sindicato… y hasta las cooperativas de consumidores!), sino que cuando la burguesía injuria «por su bolchevismo a socialistas relativamente moderados o vacilantes» no es una tontería, tan grande como Lenin cree, sino que está generando una confusión ideológica generalizada. Esa confusión es fundamental en la dominación mundial burguesa, pues sirve para esconder la verdadera ruptura que el proletariado estaba intentando, detrás de organizaciones formales que no empujaban para nada a esa ruptura. Pues sirve para reencuadrar al proletariado en opciones, estructuras, programas, que no son los suyos.

Es típico de la sociedad burguesa, y de dominación ideológica de masas, esa cultura de lo formal, esa concentración de la espectacularización del mundo en lo formal. La ruptura, que el proletariado y su vanguardia estaba operando, queda totalmente oculta detrás del mito de los bolcheviques y Lenin, y de otro conjunto de socialdemócratas centristas, que buscaban volver a fundar la Segunda Internacional, pero luego de una lavada jeta, y que querían llamarle Tercera Internacional. El Partido y los jefes formales que aparecen en escena, y que dirigirán la Internacional Comunista  y los Partidos «comunistas» en todas partes (los Lenin, Levi, Zinoviev, Trotsky, Stalin, Kamenev, Radek, Clara Zetkin, Dimitrov, Gramsci, Codovila, Ghioldi,…) CONTRA LA REVOLUCIÓN, esconden el verdadero desarrollo del partido del proletariado en constitución y terminarán por liquidarlo.

Aquella propaganda, aquel trabajo burgués «para nosotros», se concretó, desde el punto de vista del proletariado, en el hecho de que lo que decían los bolcheviques, aunque fuera reaccionario, era entendido como revolucionario. En el mundo entero, los militantes revolucionarios creyeron que los leninistas eran la encarnación misma de la lucha contra el capitalismo, contra la democracia, contra la socialdemocracia, contra el sindicalismo, contra el parlamentarismo y que realmente luchaban en todos los frentes contra el capitalismo y el Estado. En esos mismos años Lenin y los suyos, al mismo tiempo que negociaban con presidentes, generales y ministros y se consolidaban como sucesores del zarismo en el Estado nacional ruso, llamaban a reintegrar los sindicatos, a organizar elecciones, a participar en los parlamentos, a desarrollar el capitalismo, a hacer frentes y alianzas con los socialdemócratas y frentes únicos, populares y nacionales supuestamente antiimperialistas. Todo el prestigio, que esa organización y partido formal habían conquistado, serviría para liquidar y aislar a las minorías revolucionarias, que acarreaban la ruptura real con la socialdemocracia, y para consolidar internacionalmente, en la llamada Internacional Comunista, una política oportunista, contrarrevolucionaria. La emergencia misma de la Internacional, en vez de ser entonces la concreción histórica del partido del proletariado revolucionario, será la reproducción ampliada del socialoportunismo de la socialdemocracia y de la Segunda Internacional.

Resulta importante subrayar que, desde el punto de vista del espectáculo, es lo mismo que había sucedido unos años antes con la socialdemocracia en Alemania e internacionalmente. La conformación formal, de dicha organización, se había concretado en base a un programa formal (Programa de Gotha), que Marx y Engels criticaron violentamente, anunciando que se desolidarizarían públicamente del partido («estaríamos obligados a intervenir públicamente contra tal depravación del partido y de la teoría»[49] ), dado que se los tenía como responsables del mismo. Pero esa crítica se mantuvo en privado y nunca hicieron esa declaración pública de denuncia de la socialdemocracia, que Marx y Engels habían anunciado. Ello le sirvió a los jefes de ese partido podrido, para presentarse como continuadores de la obra de aquellos.

¿Pero, porqué Marx y Engels no denunciaron ese programa y ese partido por lo que realmente era? Según ellos, porque ese programa confuso y reformista, ese programa burgués, pasó a ser considerado como subversivo y comunista por todas las clases sociales. Así, dice Engels que la prensa, en lugar de ridiculizar ese programa, lo consideró radical: El programa «es desde todo punto de vista desordenado, confuso incoherente, ilógico y vergonzoso… pero esos burros de periodistas burgueses… tomaron ese programa totalmente enserio y vieron en el mismo lo que no se encontraba y lo llegaron a interpretar incluso como comunista. Los obreros parecen hacer exactamente lo mismo. Esta circunstancia real es la única que nos a permitido a Marx y a mi, el no desolidarizarnos públicamente con ese programa: mientras nuestros adversarios y nuestros obreros prestarán a ese programa esas intenciones, nosotros podremos callarnos» Evidentemente, esa callada de boca fue el error más grande de la vida de Marx y Engels, pues al callarse concedieron y sirvieron al enemigo. Aquel espectáculo de  revolucionarismo socialdemocrático servía al enemigo, porque era precisamente eso: sólo espectáculo. Gracias al mismo, la burguesía, la socialdemocracia, se fortificó en el nefasto encuadramiento de los proletarios, utilizando también el nombre de aquellos revolucionarios.

El bolchevismo, el leninismo, el marxismo leninismo, al ser identificado internacionalmente con la revolución rusa y con la revolución a secas, gozaría, entonces, del mismo mito espectacular que había gozado la socialdemocracia, pero con un tinte todavía más radical, porque supuestamente «habían hecho la revolución»[50]. Como con la socialdemocracia, enemigos y partidarios considerarían a los partidos dirigidos desde Moscú como comunistas, como revolucionarios… cuando no eran más que partidos burgueses para los obreros. Esta confusión fue decisiva en el encuadramiento de proletarios radicales, en todo el mundo, por parte del leninismo y el estalinismo. Y también en el aislamiento y liquidación de los grupos de vanguardia revolucionaria consecuentes.

En efecto, los bolcheviques y el marxismo leninismo se transformarían en una verdadera autoridad moral de todo el movimiento revolucionario, con capacidad para imponer la práctica de cada partido, u organización formal, que se reivindicaban del comunismo y la revolución. Pero como no impulsaban, en absoluto, la verdadera ruptura revolucionaria, reimpondrán la vieja política de los centristas, llevando a que los «partidos comunistas» sean una nueva versión de la socialdemocracia, con el agregado de defender los intereses imperialistas del estado ruso. Esa política contrarrevolucionaria, aislará y contribuirá a la represión de los grupos de militantes revolucionarios y particularmente de lo que, en algunos países,  se autodenominarán fracciones comunistas, o fracciones de la izquierda comunista. Los «partidos comunistas» culminarían su evolución como fuerzas de choque y de represión contrarrevolucionaria en todo el mundo y participarán abiertamente en la carnicería imperialista denominada «segunda guerra mundial».

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Segunda parte:

el leninismo como liquidador de la ruptura comunista

 

La política internacional de los bolcheviques

Hemos hecho diferentes trabajos en los que denunciamos el papel activo del leninismo como liquidador de la ruptura comunista. Hace ya más de veinte años publicamos una cronología acerca de la política internacional de los bolcheviques[51]. Este trabajo, aunque inacabado e incompleto, es decisivo para captar el proceso de liquidación internacional de los grupos comunistas en ruptura, emprendido por el leninismo desde su origen, por lo que nuestro grupo espera poder corregirlo, mejorarlo y ampliarlo a los efectos de hacerlo público bajo otras formas.

En esa cronología pusimos en evidencia que la práctica de los bolcheviques, en el terreno internacional, fue desde el origen contraria a una política revolucionaria y comunista. Si al principio, en la medida en que la revolución seguía viviente en Rusia y en el mundo, hubo una mezcla rara de la vieja política diplomática e imperialista de la burguesía de ese país, con el impulso contrario que venía del proletariado revolucionario y empujaba a continuar la lucha revolucionaria y formar una Internacional consecuente, los bolcheviques desempeñan el viejo papel de los centristas socialdemócratas e impondrán aquella política a toda la internacional. La Internacional Comunista formal es el resultado de esa relación de fuerzas y si, al principio, hay  declaraciones que corresponden a elementos de la ruptura revolucionaria, que las vanguardias del proletariado exigían, muy pronto el predominio de la línea socialdemócrata de los viejos bolcheviques, que en su mayoría nunca defendieron la insurrección proletaria, lleva al dominio de los viejos métodos socialdemócratas y oportunistas y se abandona hasta la pretensión revolucionaria.

Así se puede verificar que, ya en la época de Lenin, hay un paralelismo evidente entre los elementos claves. En la misma medida que, en lo interno, se fue afirmando la política de desarrollo del capital, basada en el aumento del trabajo (con la consecuente represión de huelgas y grupos proletarios) y desarrollo del comercio, en lo externo se afirmó la política de entrar en el juego inter-burgués, como un Estado más, hasta lograr alianzas y acuerdos comerciales y militares con las grandes potencias imperialistas. Como es lógico, esa política inter-imperialista del Estado ruso fue acompañada de un abandono progresivo de toda ruptura comunista, pasándose de las afirmaciones generales del Primer Congreso de la Internacional Comunista (IC) a una política cada vez más abiertamente oportunista y liquidadora, que resultó dominante en el Segundo Congreso y, más abiertamente aún, en los congresos Tercero y Cuarto.

La dirección bolchevique quería utilizar el capitalismo y el Estado para beneficiar al socialismo[52], pero en la práctica fueron el capitalismo y el Estado los que utilizaron la imagen socialista radical de los bolcheviques para afirmarse y liquidar la revolución.

Es necesario insistir; esa política contra la revolución se verifica desde los primeros días posteriores a la insurrección de octubre. Desde entonces se realizan las primeras conversaciones y se intentan acuerdos con las potencias imperialistas, sacrificando, sin contemplaciones, la línea del derrotismo revolucionario y de la revolución mundial, lo que llevará a la liquidación de la izquierda comunista en Rusia. Con la fundación de la IC, que desde el principio fue dirigida por la dirección bolchevique, ésta hace más potente su influencia nefasta y actúa como un verdadero bulldozer liquidador de toda la ruptura revolucionaria, imponiendo el democratismo, el partido de masas, el sindicalismo, el parlamentarismo… y liquidando, por diversos medios (exclusión, falsificaciones, calumnias, amenazas, represión directa…), a los grupos y militantes que llevaban adelante aquella ruptura.

Es importante tener presente que la afirmación mundial de la contrarrevolución, que siguió pesando incluso en las olas importantes de lucha de clases, como la que tuvo lugar en 1968-1973 en todo el mundo (¡y que sigue pesando hoy!), no hubiera sido tan totalizadora sin aquella legitimidad espectacular, de la que gozaron los bolcheviques, para llevar adelante ese proceso liquidador; sin que éstos, transformados en verdadera autoridad, liquidaran toda la acción de las minorías comunistas. Para comprender ese proceso remitimos al lector a aquella cronología y nos contentamos aquí con resumir las cuestiones centrales de ese proceso liquidacionista, tal como se concreta, bajo la dirección del propio Lenin.

·                      Las minorías revolucionarias creyeron encontrar en los bolcheviques los mejores aliados para romper con la política contrarrevolucionaria de los centristas. Los bolcheviques, por el contrario, exigieron a los grupos comunistas que siguieran trabajando con los centristas y/o la izquierda de la socialdemocracia. A tales efectos promocionaron una política de captación y/o de alianza con sectores de la socialdemocracia, que lleva a la dilución de la vanguardia, a la creación de partidos masivos pero sin fuerza ni pretensión revolucionaria.

·                       Las minorías revolucionarias esperaban el apoyo de los bolcheviques para su acción directa contra el parlamentarismo. Los bolcheviques, bajo pretexto de «parlamentarismo revolucionario», impusieron el viejo parlamentarismo y electoralismo socialdemócrata. El electoralismo práctico liquidó los partidos «comunistas» como fuerzas de acción revolucionaria. En muchos casos, como por ejemplo unos años después en Italia, la participación electoral facilitó la acción de la policía y el Estado en la liquidación de los cuadros y los militantes revolucionarios. Aquellos partidos, cuando no fueron liquidados por las fuerzas represivas, se transformaron en fuerzas estructurales de los Estados burgueses.

·                       Las minorías revolucionarias querían crear un partido que fuera un verdadero núcleo revolucionario, que se pusiera a la cabeza de la revolución y lo definían como «factor unificador y dirigente de la acción de masas». Los bolcheviques impusieron una práctica de partido de masa, al estilo socialdemócrata, en donde los militantes aparecen ahogados dentro de una masa de electores democráticos. El partido bolchevique mismo había dejado de ser un grupo que, a pesar de sus oscilaciones, había logrado expresar tendencias militantes contra corriente y se había transformado en un partido de masas (¡más de medio millón de miembros un año después de la insurrección!) fácilmente manipulable por las burocracias, los congresos y otras maniobras democráticas.

·                       Las minorías revolucionarias llamaban a organizarse afuera y en contra de los sindicatos, consejos, u otras organizaciones unitarias, que habían sido transformadas en aparatos del Estado burgués. Los bolcheviques impondrán una política sindicalista y de entrismo generalizado, en todo tipo de aparato del Estado (hasta en las cooperativas de consumidores), liquidando, así, la incipiente ruptura revolucionaria que se había desarrollado.

·                       Las minorías revolucionarias consideraban como enemigos a todos los centristas que no habían roto con la socialdemocracia. Los bolcheviques llamaron no sólo al trabajo común, como muchos centristas, sino a un conjunto de (supuestas) tácticas, de cartas abiertas y de frente único con sectores socialdemócratas, que condujeron a una política globalmente frentista, de alianza y subordinación del proletariado al programa y la política de la burguesía.

·                       Las minorías revolucionarias luchaban por la ruptura con toda la democracia. Los bolcheviques impusieron consignas e incluso una política integralmente democrática y frentepopulista[53].

·                       Las minorías revolucionarias luchaban, junto a los proletarios de todos los países, sin distinción, contra «su propia» burguesía y «su propio» Estado. Los bolcheviques impusieron una política de alianza y de frentes con diferentes burguesías, que ellos, según las oportunidades, llamaron «nacionalistas». Esa política contrarrevolucionaria y frentepopulista, que al principio se aplicaría en los países llamados «coloniales o semicoloniales», bajo la cobertura de la supuesta «lucha por la liberación nacional»[54].

Reafirmamos integralmente lo que afirmábamos en la cronología antes mencionada:

«No, no fue a partir de la muerte de Lenin que las cosas comenzaron a andar mal como dice el mito; no, no fue a partir de entonces que se hicieron los acuerdos militares con las potencias imperialistas; no, no fue luego de la muerte de Lenin que la Internacional liquidó las posiciones y fracciones revolucionarios y se afirmó como mero instrumento de negociación en nombre del Estado ruso en la arena del capital internacional. De la misma forma que en la práctica interna lo decisivo se produce en los primeros años, y a partir de 1921-1923 la política bolchevique dejará de tener las contradicciones del principio, que reflejaban la contradicción de fuerzas internacionales capitalismo-comunismo, para ser coherentemente contrarrevolucionaria. Al respecto, hay una coherencia general —que queda clara luego de la lectura atenta de la cronología— entre la afirmación de la política de acuerdos comerciales y militares con las grandes potencias, la liquidación del apoyo a las fracciones de vanguardia del proletariado, la participación en las conferencias de paz, las concesiones en Rusia al capital extranjero en nombre de los intereses comunes con los otros países, los compromisos de no agitación revolucionaria firmados con esas potencias para la coexistencia pacífica, y la afirmación en la Internacional de una política cada vez más democrática, de liberación nacional, y de sindicalismo; y una continuidad sin fisuras entre esa política y la que se afirmará luego, de frente popular, de frente antifascista, de frente nacional… de ingreso en la Sociedad de las Naciones, de disolución de la Internacional, de acuerdos de no agresión con Hitler, hasta la participación directa en la segunda guerra mundial».

 

Diplomacia interimperialista y liquidación de la ruptura revolucionaria en la época de Lenin

Desde la insurrección misma de octubre 1917, los bolcheviques, a pesar de los buenos discursos, consideraron la victoria, no como una batalla ganada en una guerra general entre la burguesía y el proletariado mundiales, en la que las fronteras entre los países no cuentan más, sino como la conquista bolchevique del Estado nacional ruso. Por eso, en vez de continuar la guerra revolucionaria internacional, que la insurrección había afirmado (¡hay que recordar que una parte importante de los bolcheviques, y particularmente de la dirección, no sólo no participó en la insurrección, sino que estuvo contra la misma!), enseguida se plantearon como un nuevo gobierno y se dirigieron a sus pares. Lo primero que abandonaron fue, entonces, aquel planteo proletario fundamental, de lucha contra la guerra y la paz burguesa y la lucha por la revolución social, que durante la guerra el propio Lenin había adoptado y, como los otros socialistas burgueses, pasaron a adoptar un planteo pacifista, típico del socialimperialismo. Antes de todo llamado a la continuidad de la lucha revolucionaria internacional, y desde los mismos días de la insurrección, los bolcheviques se dirigen a los diplomáticos[55] y los gobiernos de todo el mundo, buscando pactos y alianzas de todo tipo. La dirección bolchevique se resquebraja, por sus oscilaciones sobre la insurrección misma y la oposición de los viejos bolcheviques a una política clasista, y busca todo tipo de acuerdos con los otros partidos socialdemócratas, especialmente con los mencheviques, a los que les ofrecen[56] una participación gubernamental que fue rechazada. Al mismo tiempo, dicha dirección coquetea con los Aliados, que ven a los bolcheviques como los únicos capaces de reorganizar el viejo ejército, para que Rusia pudiera continuar la guerra. La amistad de Lenin y Trotski con Jacques Sadoul (militar y agente diplomático francés), que se desarrolla en esos primeros y agitados días (se reúnen a diario y muchas horas), logra mantener ese coqueteo permanente con los Aliados y entre bastidores se prepara la negociación con el Estado alemán. Así, Sedoul fija, con Trotski y Lenin, las condiciones de una paz separada con Alemania (asegurándose el Estado francés, a través de Sedoul, de que la misma sea imposible[57]), al mismo tiempo que recibe la promesa formal, de los bolcheviques, de reorganización del ejército ruso, que es lo que realmente busca la burguesía aliada. Durante el mes de diciembre de 1917, Trotski y Lenin prometen, en diversas reuniones informales y formales (de Trotski con Noulens embajador de Francia), la reorganización del ejército ruso que antes habían contribuido a descomponer. Lenin, desde el principio, es el más entusiasta partidario de la política imperialista de paz. Así, dice Sadoul, el 6 de diciembre de 1917, Lenin «me hablaba con entusiasmo de las conversaciones Noulens-Trotski. Se decía seguro de la colaboración amical de los Aliados y de su participación próxima en negociaciones generales de paz. Me costó mucho convencerlo del abismo que había entre sus esperanzas y la realidad»[58].

En febrero de 1918, «ante la nueva invasión del ejército alemán, Trotski intenta acercamientos diplomáticos para obtener la ayuda de las fuerzas imperialistas aliadas. Se negocia las posibilidades de reconstituir el ejército ruso en base a instructores aliados. Aunque las conversaciones no prosperan, por la desconfianza de éstos, es importante por constituir la primera aplicación de la teoría de participar en el juego de los equilibrios inter imperialistas, que años después Trotski achacaría a Stalin»[59]. Merece subrayarse que, el 22 de febrero, se reúne el Comité Central del Partido bolchevique y acepta la propuesta de pedir ayuda militar y económica al imperialismo anglo-francés. En realidad esa política, que buscaba una alianza imperialista, había existido desde el día siguiente a la insurrección. Como dice Sadoul, en carta del 7 de enero de 1918: «Desde hace dos meses, no pasó una sola semana en la que los bolcheviques no hicieran la demanda, extraoficialmente es verdad, pero sinceramente, para que los Aliados los apoyasen».

No se ha subrayado lo suficiente que toda esta política es, por un lado, una renuncia total a la lucha del proletariado mundial contra todos los ejércitos nacionales (que los revolucionarios designaron como «capituladora») y, por el otro, la afirmación de los bolcheviques como jefes de un Estado nacional más, sustituyendo a los otros socialdemócratas y al zarismo, en la continuidad de las guerras y las paces imperialistas. Nada más coherente entonces que la reorganización del viejo ejército burgués.

Así en febrero de 1918, pretextando la ofensiva alemana, se comienza la organización del ejército que Lenin y Trotski prometían a los Aliados: imposición del reclutamiento masivo, así como normas generales de disciplina militarista («formas exteriores de respeto», saludo militar, fórmulas obligatorias para dirigirse a un superior, privilegios para los oficiales...). Dichas medidas fueron aplaudidas hasta por los zaristas y posibilitaron la colaboración con viejos oficiales del zar, pero la aprobación de las mismas no impidió que, en esos mismos días, se aceptaran las condiciones fijadas por Alemania y, unos días después, se firmase el famoso tratado de Brest-Listovsk.

Esa afirmación de la línea política capituladora suscitó, como es lógico, una resistencia proletaria, en especial en los sectores revolucionarios. Fue en el propio partido bolchevique adonde la misma se expresó con mayor claridad. Unos días antes de la firma del tratado de Brest-Listovsk, y contra la capitulación, esa primera oposición comunista a la política de Lenin se expresa así en carta al Comité Central del Partido: «Ese consentimiento [dado por el CC del Partido a los Imperialistas alemanes] significa la capitulación de la vanguardia del proletariado internacional frente a la burguesía internacional… La decisión de concluir la paz a cualquier precio, decisión tomada bajo la presión de los elementos pequeño burgueses y de las corrientes pequeño burgueses, implica inevitablemente la pérdida del papel dirigente del proletariado, no sólo en Occidente, sino en Rusia mismo… Abdicar de las posiciones proletarias en lo externo nos conducirá inevitablemente a abdicar de ellas también en lo interno… Nosotros estimamos que luego de la conquista del poder político, luego de haber aplastado totalmente a los últimos bastiones de la burguesía, el proletariado se encuentra inevitablemente confrontado a la tarea de extender la guerra civil a escala internacional y ningún peligro no puede pararlo en la realización de tal tarea. Renunciar a la misma llevará al proletariado a su pérdida por desagregación interna y equivale a un suicidio»[60]. Como se ve, los sectores revolucionarios tenían una conciencia nítida de que lo que hacía Lenin y compañía era un abandono de las posiciones elementales del proletariado, una verdadera capitulación en lo externo frente a la burguesía mundial, que conduciría también a capitular en lo interno; de que la negociación entre hombres de Estado era una capitulación frente a la burguesía mundial y que con ello se estaba renunciando a la más importante y decisiva tarea, la extensión mundial de la revolución. La declaración, de los compañeros en lucha contra Lenin y compañía, es clarividente en más de un sentido, aunque sea erróneo explicar esa política por la presión pequeño burguesa: es una política directamente burguesa, capitalista, imperialista. Como se subrayará a continuación, en las conversaciones sucesivas con la diplomacia imperialista mundial, los bolcheviques serían cada vez más explícitos, en esa renuncia a extender internacionalmente la revolución.

En términos concretos, la paz de Brest-Listovsk es un golpe muy duro para el proletariado y para la revolución en todo el mundo, y particularmente en la región es una traición evidente de los intereses de la revolución. Esa práctica contra la revolución de los bolcheviques fortifica a la burguesía en un período en que temblaba en todas partes, y contribuye consecuentemente a darle nuevos bríos a la guerra imperialista. La tregua bolchevique fortifica al imperialismo en todas partes, es una bombona de oxígeno para la burguesía y el Estado alemán contra el proletariado de ese país en plena lucha revolucionaria. Más globalmente la firma de la paz deja librado al proletariado, de toda Europa central y del este, a las botas del militarismo alemán en Ucrania, Finlandia, Livonia, Estonia, Crimea, el Cáucaso, así como en un número creciente de territorios del sur de Rusia. En efecto, los milicos alemanes, que vivían ya un periodo de total inseguridad frente al derrotismo revolucionario, reciben con la firma de paz un verdadero espaldarazo de los bolcheviques, que los hace más fuertes frente a los proletarios de Alemania y que les permite, conjuntamente con diferentes fracciones burguesas nacional imperialistas, reimponer el terror blanco en esos territorios. En nombre del proletariado en Rusia y en base a la vieja consigna burguesa retomada del «derecho de los pueblos a su autodeterminación», que la socialdemocracia y Lenin habían reivindicado en nombre del ¡socialismo!, se le decía al proletariado de esas regiones en pleno movimiento revolucionario: «que cada uno se arregle como pueda». Todos los principios de la solidaridad internacional y de la lucha revolucionaria quedaban postergados en nombre de la tregua de Lenin y su política de oportunidades. «Nosotros ya hicimos la revolución ahora podemos negociar con vuestros verdugos». La misma guerra mundial se ve fortificada por esa capitulación que contribuye al imperialismo: por cientos de miles los soldados alemanes, incluso antes de la firma oficial del tratado, son trasladados del frente ruso hacia Italia, Francia... La tregua es un golpe brutal contra la fraternización y el derrotismo revolucionario, contra las insurrecciones en marcha y contra el movimiento revolucionario que estaba en pleno desarrollo. El verdadero significado contrarrevolucionario del tratado de Brest-Litovsk sólo puede comprenderse teniendo en cuenta todo lo que el mismo significó contra las insurrecciones proletarias que en esos mismos días se desarrollaban en toda Alemania. La tregua fortifica el imperialismo y la guerra imperialista como lo denuncia la izquierda comunista alemana, rusa y de otros países. Incluso la propia Rosa Luxemburg, que no es ni por asomo una comunista de izquierda, denunciará el significado contrarrevolucionario de ese «acomplamiento monstruoso de Lenin con Hindenbourg» en uno de sus últimos textos[61].

I. Steinberg (socialista revolucionario de izquierda) declara:

«No es tal o tal territorio o tal denominación de un territorio que aprecia el campesino o el obrero, lo que lleva en el corazón, es la población trabajadora que habita ese territorio o el régimen social bajo el que vive. El alma de la Revolución está afligida… por el hecho de que esas regiones pasaron del poder de la revolución al poder de la reacción, al poder de los terratenientes, de los zares, de poscapitalistas… la República rusa quisiera ser una Gran Potencia de la Revolución y del socialismo… La paz de Brest nos ha desviado de golpe de esta tarea de extensión. Nos ha privado del socorro y de la cooperación revolucionaria de millones de obreros y campesinos consciente y los ha privado a ellos, a la vez, de nuestra contribución y de nuestra cooperación». En Porqué estamos contra la paz de Brest Litowsk.

Lenin retomará, contra Kautsky, la acusación de la izquierda comunista según la cual el proletariado alemán traiciona al proletariado de Europa al participar en esa masacre y en la de Finlandia, Ucrania, Letonia, Estlandia…, pero calla el hecho de que la política de Lenin lleva a que, en esa misma traición, participe el proletariado ruso, al abandonar, por el armisticio y la ideología leninista de la autodeterminación nacional, a los proletarios de todas esas zonas a los milicos alemanes y a la represión internacional contrarrevolucionaria. Lenin dice: «En realidad, Kautsky sabe perfectamente que esta acusación la han lanzado y la lanzan los socialistas de izquierda alemanes, los espartaquistas, Liebnecht y sus amigos. Esta acusación expresa la clara conciencia de que el proletariado alemán incurrió en una traición con respecto a la revolución rusa e internacional al aplastar a Finlandia, Ucrania, Letonia y Estlandia». Es verdad que la política del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) y del Partido Socialdemócrata Alemán Independiente (USPD) no sólo había logrado frenar la revolución, sino que favorecía abiertamente el militarismo alemán y permitía que se lo utilizara para masacrar a sus hermanos de clase en el mundo. Pero la política leninista conducía a lo mismo, y esto Lenin lo esconde sistemáticamente. El aislamiento en que se encuentran los proletarios de esas regiones, frente al terror blanco apoyado por el militarismo alemán, es también el resultado incuestionable de la política imperialista de paz de Lenin.

Esa política contrarrevolucionaria, presentada esa vez como «tregua indispensable», se transforma, más adelante, en el tipo mismo de política internacional leninista. Un día una alianza con un imperialismo al día siguiente con otro, siempre en nombre de que es un mal necesario, un mal menor. Lo que siempre se posterga es la lucha revolucionaria misma, sin alianzas y sin beneficiar a otra fracción de la burguesía. Siempre se argumenta que cualquier cosa es mejor que esa lucha porque se podría correr el riesgo de la «derrota de la revolución». ¡Como si esa política no fuese en sí la peor derrota de la revolución! ¡Como si hubiese algo peor, para la revolución, que la contrarrevolución lograda por el Estado ruso y mundial, dirigido por Lenin, Trotski, Stalin…! Conviene subrayar que esta política leninista es, al principio, minoritaria en todas partes, en los comités, en el partido, en los soviets, en las ciudades, en el campo, y que Lenin y los suyos harán mil maniobras para imponerla democráticamente contra la mayoría y firmar en su nombre la paz. Más adelante, esa política de oportunismo y maniobras, descalificación y purgas, es la norma general de los viejos bolcheviques, que nunca habían sido partidarios de la insurrección (Kamenev, Zinoviev, Stalin…) para, junto a Lenin, imponerse en el partido, en Rusia y progresivamente en la IC.

En los mismos días en que se firma la paz de Brest-Litovsk, Lenin y Trotski, concretando sus promesas a los Aliados y en continuidad con la reorganización del ejército ruso[62], proyectan conjuntamente, con varios ex oficiales zaristas, la reorganización de la marina y, en general, de las fuerzas armadas, ejecutando, así, lo que realiza todo Estado burgués y lo que, en esas circunstancias, la burguesía aliada les está pidiendo. En abril y mayo se decreta la posibilidad de movilizar militarmente a la población y se pasa del reclutamiento voluntario al enrolamiento obligatorio de obreros y «campesinos». Simultáneamente se intenta organizar la economía en base a las «concesiones al capital internacional»[63], se aprueban altos sueldos para administradores y tecnócratas y, al mismo tiempo, se aplican medidas tendientes a aumentar directamente la tasa de explotación de los proletarios, que el propio Lenin resumirá así: «El reforzamiento de la disciplina y el crecimiento de la productividad del trabajo (sic[64]), la introducción del salario a destajo, la aplicación de los numerosos elementos científicos y progresistas que contiene el sistema Taylor». Este programa, abiertamente burgués, buscando por todos los medios un aumento de la explotación del proletariado, y por lo tanto un aumento de la tasa de ganancia, es acompañado con todo tipo de concesiones y propuestas al capital internacional para explotar las fuerzas de producción «soviéticas»: ofrecimiento no sólo de los recursos naturales rusos, sino, explícitamente, de excelentes condiciones de explotación de los proletarios que, supuestamente, tienen el poder en ese país. Así, en mayo 1918, los bolcheviques entregan a Robins un memorando, que luego será presentado al Departamento de Estado de Estados Unidos, en el que, por primera vez, se exponen las ventajas que los bolcheviques proponen para los capitalistas norteamericanos si éstos participan en la explotación de las minas, la construcción de medios de transporte, la introducción de métodos modernos en la agricultura, la explotación de las riquezas marítimas de Siberia, a cambio de productos agrícolas. Este documento, en el que sin escrúpulos se llama a explotar a los proletarios en Rusia, al mismo tiempo que Lenin y su partido patrocinan el aumento, por todas las vías posibles, de la tasa de explotación, muestra hasta qué punto ese partido, como haría hoy cualquier gobierno (de derecha o de izquierda e independientemente de todas las declaraciones y formulaciones socialistas) para atraer capitales, hace todo lo posible para ofrecerle las mejores condiciones de rentabilidad: es decir sacrifica a los proletarios, aumenta en todo lo posible la tasa de explotación y de ganancia del capital. En estas circunstancias, no debe olvidarse nunca que el aumento de la explotación en un país degrada las condiciones de supervivencia del proletariado mundial. En concreto, todo ofrecimiento de mejores condiciones de rentabilidad en Rusia, asegurado por Lenin y compañía, mejoraba no sólo la rentabilidad del capital internacional en ese país, sino la fuerza social y política del capital frente a los proletarios en lucha en todo el mundo, y se situaba objetivamente e independientemente de la voluntad o declaraciones de los bolcheviques del lado de la burguesía mundial contra los proletarios del mundo entero.

Sin embargo, al principio, esa política burguesa no encuentra en la burguesía mundial, salvo en contadas excepciones, toda la comprensión que los bolcheviques merecen ya como representantes de la contrarrevolución mundial. En efecto, la burguesía sigue aterrorizada por los bolcheviques. En los meses siguientes se produce internacionalmente una gran unificación de las fuerzas militares burguesas (rusas, japonesas, francesas, inglesas, norteamericanas…) contra Rusia, que lleva a los bolcheviques a una aparente radicalización, al abandono de aquella política abiertamente imperialista y a presentarse, en apariencia, como «proletarios internacionalistas». Como decimos en nuestra cronología, esa práctica provisoria y aparentemente «internacionalista», «no es el resultado de una línea estratégica invariante, sino de condiciones particulares de aislamiento y enfrentamiento de los estados nacionales… los bolcheviques, forzados a abandonar la política diplomática con los otros gobiernos, concentran su accionar internacional en los llamados al proletariado y a la revolución mundial». Esta fase radical, que dura hasta finales de 1920, coincide con la fase final de la mayor ola revolucionaria de la historia del proletariado, lo que hace aparecer el oportunismo bolchevique como si fuera, en algunos aspectos, revolucionario. Pero incluso en ese corto período, adonde los bolcheviques se hacen los abanderados de una «nueva internacional verdaderamente comunista y revolucionaria», siguen negociando y cerrando acuerdos con los represores directos del proletariado. Entre enero y abril de 1919, los bolcheviques realizan diversas tentativas de conciliación con los gobiernos aliados y declaran abiertamente que reconocen «las obligaciones financieras de los acreedores de nacionalidad de una de las potencias aliadas». Es decir, los bolcheviques declaran reconocer las deudas contraídas por el zarismo, manifestándose, así, frente a sus pares de todo el mundo, como verdaderos hombres de Estado. Chicherin declara que ése es el primer ejemplo de un llamado a la conciliación internacional, en nombre de las ventajas financieras, y dice que ese es «uno de los aspectos más extraordinarios de la política extrajera de Lenin». ¡Sí, muy extraordinario!, si se sigue creyendo que eso servía a los proletarios; pero es totalmente común y corriente si se tiene en cuenta que eso sólo sirve a un Estado burgués particular, el Estado ruso, como era el caso de la política de Lenin. Más aún si tenemos en cuenta el sabotaje práctico que esa política interimperialista significaba para el proletariado en lucha. Recordemos como ejemplo el sabotaje abierto que significó ese tipo de negociaciones en plena insurrección proletaria en marzo 1920 en Alemania.

La política de buenas relaciones interburguesas de los bolcheviques con los capitalistas del mundo entero, que se traducirá en la reafirmación del Estado ruso como potencia imperialista, tal como lo había sido en la época zarista y que tendrá su apogeo en la época estalinista, determina siempre las relaciones con las fuerzas y organizaciones proletarias, que se encuentran en proceso de ruptura con la socialdemocracia. Desde los primeros coqueteos con la burguesía alemana y los mandos militares de ese país, los bolcheviques entran en contradicción con diversos grupos políticos proletarios en Rusia mismo: constitución de grupos de izquierda comunista dentro de los bolcheviques opuestos a la política leninista, resistencia y revueltas de los socialistas de izquierda y de grupos anarquistas y/o anarquistas comunistas. Desde junio-julio de 1918, las protestas contra la política burguesa de los bolcheviques da, con la revuelta de los socialistas revolucionarios de izquierda, la liquidación del embajador alemán y algunas tentativas de liquidar al propio Lenin, un salto de calidad. Esas oposiciones, tanto en posiciones como en acción, son muy variadas y contradictorias, y así como muchas de ellas son oposiciones fundamentalmente socialdemócratas (mencheviques, sectores libertarios defensistas…) o influenciados por posiciones nacionalistas, hay una real resistencia proletaria, representada fundamentalmente por sectores de los propios bolcheviques, de los socialistas revolucionarios de izquierda o por sectores que se reivindican del anarquismo, como es el caso del movimiento makhnovista[65].  Desde los primeros días en el poder, los bolcheviques reprimen, no sólo a las fuerzas contrarrevolucionarias, sino que se ejercerá el terror abierto contra las organizaciones proletarias y revolucionarias que se oponen a su política. Esa represión de grupos proletarios y de minorías revolucionarias, que existe desde los primeros días, es mayor desde mediados de 1918 y da un indudable salto de calidad con la represión del movimiento revolucionario en Ucrania y, más tarde, con la represión de la revuelta de Kronstadt en 1921[66].

 

Las relaciones con los grupos revolucionarios y la política bolchevique dirigiendo la IC

Si la política oportunista de los primeros años crea evidentemente desorientación y desorganización general en los grupos proletarios de vanguardia en el mundo, el año 1919 (en el que se realizó el Primer Congreso de la IC) es considerado en general como el año en que la política bolchevique es más radical. Ello se refleja en los documentos principales de ese congreso (Plataforma y Manifiesto), que, en relación a lo que vendrá después, aparecen como elementos de ruptura con el capital internacional y, en particular, con la tradición socialdemócrata. Pero incluso en ese congreso se afirma la «utilización revolucionaria del parlamento», lo que es una posición abiertamente contra la ruptura comunista que se estaba procesando en todo el mundo: en más de 15 países se habían constituido grupos de importancia variable, en ruptura con el socialismo burgués. Todos esos grupos, que llamaban a la constitución de partidos afuera y en contra de la socialdemocracia, consideraban el parlamentarismo y el electoralismo, de todo tipo, como contrarrevolucionario y afirmaban, de diversas maneras, una crítica más global de la democracia y de la socialdemocracia.

Durante todo el año 1919, en el que se suceden grandes movimientos insurreccionales y huelguísticos en todo el mundo, los bolcheviques, directamente o en tanto que Comité Ejecutivo de la IC, defienden el electoralismo y el parlamentarismo, contra el movimiento del proletariado y las izquierdas comunistas. Subrayemos, al respecto, que en la primera circular del Comité Ejecutivo (El parlamentarismo y la lucha por los soviets), de septiembre de aquel año, se defiende ya la necesidad de la utilización «táctica» (sic) del parlamentarismo y que un mes después, en el Congreso de Heidelberg del Partido Comunista Alemán (KPD), Radek, en nombre de los bolcheviques, defiende la participación en las elecciones y en los sindicatos, oponiéndose abiertamente a la izquierda comunista en un momento crucial. El Congreso de Heildeberg se da en un momento de represión abierta, lo que impide la participación de las diferentes delegaciones, mayoritariamente de «comunistas de izquierda». Levi, con el apoyo decisivo de los bolcheviques, y particularmente de Radek, excluye a todos los militantes comunistas. Conviene subrayar que Radek ya había redactado, en esos momentos, su repugnante opúsculo: Evolución de la revolución mundial y las tareas del partido comunista; verdadera preedición de la «enfermedad infantil» de Lenin y que Antón Pannekoek responde en su importante trabajo de denuncia del leninismo: La revolución mundial y la táctica del comunismo[67]. Ya en esas circunstancias Radek y Levi, que coqueteaban con la USPD (la izquierda de la socialdemocracia) contra todo lo que afirmaba la izquierda comunista alemana y lo que la lucha misma iba delimitando, defienden abiertamente el frentismo hablando de «bloque temporal» entre el KPD y el SPD. Lo importante es subrayar que esta práctica frentista se contrapone a la práctica misma de la vanguardia proletaria en lucha abierta contra la socialdemocracia. El momento culminante fue cuando, en plena insurrección del proletariado en la Ruhr en 1920, los jefes leninistas del KPD sabotearon el movimiento llamando a un frente con los enemigos directos del proletariado. Es decir, que en plena lucha internacional del proletariado, los bolcheviques, contra todas las expectativas rupturistas suscitadas, defienden abiertamente no sólo el sindicalismo y el parlamentarismo, sino la realización de un frente único (predecesor del frente popular y del frentismo supuestamente antiimperialista) con los enemigos abiertos del proletariado, que habían reprimido y seguían reprimiendo abiertamente la lucha insurreccional. En este sentido, la política contrarrevolucionaria de los bolcheviques en Alemania, justo adonde el proletariado había demostrado más fuerza, prefiguraba la que sería aplicada luego en todas partes. En el mismo momento que Lenin sostenía esa política contra las minorías comunistas, les escribe minimizando las diferencias. Un año más tarde, reconoce que también esto era pura maniobra, simple «cuestión táctica». Lenin declara que había sido necesario «soportar a la izquierda comunista» pero que «ahora no le hagamos más publicidad, no hablemos más de ella».

En 1919 se crea, en Ámsterdam, un Buró de la IC para Europa Occidental, que expresa un conjunto de tendencias extremadamente ricas, algunas de ellas en ruptura con la socialdemocracia, que critican el sindicalismo, el electoralismo y el parlamentarismo, el partido de masas..., y que dada la coincidencia de posiciones con fracciones comunistas de América del Sur (en Argentina, Uruguay, Chile…) y de América del Norte (Estados Unidos, México…) podría haberse constituido en una verdadera alternativa organizativa a la política oportunista de Moscú. Sin embargo, muy rápidamente se constituye otro buró en Berlín, a instancias de los bolcheviques, con personajes claramente centristas y opuestos a la ruptura decisiva como Levi, Zetkin y Radek. El Buró de Berlín parte del principio (¡en pleno1919!) de que «la revolución, incluso a escala europea, se hará lentamente» y se encarga de liquidar el otro Buró. La contradicción entre ambos burós es cada vez mayor y queda en evidencia, a principios de 1920, cuando la conferencia de Ámsterdam, impulsada por el Buró de esa ciudad, adopta las bases para el trabajo en Europa Occidental. En ellas, si bien por las discrepancias existentes y la acción represiva no se llega a afirmar la ruptura revolucionaria con toda la fuerza que ya se expresaban en diferentes países (no se pronuncia claramente sobre el entrismo o no en los sindicatos reaccionarios), se llama abiertamente a la ruptura total con los partidos socialpatriotas y particularmente con el laborismo en total contraposición con el oportunismo de Lenin, Radek, Zinoviev, Clara Zetkin y otros oportunistas decisivos de la dirección de la IC. La contraposición entre ambos organismos será cada vez mayor, hasta que Fraina, en nombre del Buró de Ámsterdam, afirma públicamente[68] un conjunto importante de rupturas revolucionarias: reivindicación de la escisión en Alemania con el oficialista KPD y de las posiciones del Partido Comunista Obrero de Alemania (KAPD) de ruptura total con los sindicatos, el rechazo de la posición «masista» del partido y la afirmación del mismo como factor unificador y dirigente, la necesidad de ruptura con el centrismo definido como el principal enemigo y la definición como oportunistas de un conjunto de fuerzas (USPD, el Partido Socialista Norteamericano, la izquierda del Partido Laborista británico, el Partido Socialista Obrero Español) con las que Moscú coqueteaba. Fue demasiado, pues en los hechos se estaba denunciando abiertamente la política oportunista de los bolcheviques y la dirección de la IC. La respuesta del Comité Ejecutivo de la IC no se hizo esperar: se decidió lisa y llanamente liquidar el Buró de Ámsterdam. Es un antecedente importante de cómo se liquida a los discrepantes más adelante. Nada de discusiones, ni de consultas de los propios interesados, se decide oficialmente disolver el Buró de Ámsterdam y los interesados no son notificados de esta resolución directamente, sino que se enteran, por la radio, de que no existen más como Buró, que no son más representativos, que su mandato está anulado. Todavía no se utiliza la liquidación física pero se dice abiertamente que la decisión de «anular el mandato del Buró de Ámsterdam» es adoptada por el simple hecho de que «este último defiende, sobre estas cuestiones, un punto de vista opuesto al del Ejecutivo y principalmente en el rechazo del arma parlamentaria» (sic) y «el renunciar a hacer penetrar el espíritu revolucionario en los sindicatos». Muy rápidamente se verifica que el «arma parlamentaria» y el entrismo en los sindicatos liquida totalmente ese «espíritu revolucionario» y los partidos «comunistas» serán una nueva edición de los partidos socialdemócratas que siempre habían sido partidos parlamentarios y sindicales, es decir, partidos estatales (de control de los proletarios).

Como la ideología del parlamentarismo revolucionario o del entrismo en los sindicatos, la ideología de la liberación nacional coloca, ya en esos años leninistas, a los bolcheviques del lado de los Estados contra la lucha del proletariado en varios países. Es decir, incluso antes del Segundo Congreso de la IC, en donde se da un debate sobre la cuestión con Roi, militante comunista de la India[69], la IC fija su posición frentepopulista de «apoyo a la liberación nacional» en los países «coloniales y semicoloniales»; los leninistas, en vez de apoyar a las minorías revolucionarias de Persia, Afganistán, India, China… buscan, a todo precio, una aproximación diplomática con la burguesía autoproclamada «nacionalista» de esos países y contribuyen objetivamente al aislamiento y por ello a la represión de los revolucionarios de esos países. Merece subrayarse que esa política diplomática de buenas relaciones interestatales, que se intenta desde 1917, se oficializa ya, en mayo de 1919, con el apoyo al régimen del Emir Amanullah de Afganistán y el consecuente intercambio de representantes diplomáticos. El propio Lenin insiste unos meses después, en una carta dirigida ni más ni menos que al primer mandatario de ese país, en «reforzar las relaciones de buena vecindad entre ambas naciones». A Lenin no le preocupaba ya la contraposición, que Marx siempre había subrayado, entre el interés del proletariado y el interés de la nación, ahora sólo pensaba en los intereses de «ambas naciones», «Marx no podía haber previsto» que en nombre del proletariado se hablara entonces de «las relaciones de buena vecindad entre ambas naciones».

Con esa misma política se organiza el Segundo Congreso Pan Ruso de Organizaciones Musulmanes Comunistas. En ese congreso, Lenin no tiene ningún reparo en poner como sujeto de la revolución, en primer lugar, no al proletariado revolucionario, sino a los «países oprimidos», es decir a la alianza de explotados y explotadores: «La revolución socialista no será sólo, ni será principalmente, la lucha de los proletarios revolucionarios de cada país contra su burguesía, sino que ella resultará de la lucha de todas las colonias y de todos los países oprimidos por el imperialismo de todos los países dependientes contra el imperialismo internacional». Es totalmente falso que los llamados al frente popular y a las alianzas con la burguesía hayan comenzado con Stalin, como pretende por ejemplo el trotskismo en todas sus variantes; es una mentira gigantesca culpar a Dimitrov o Stalin de la política liquidacionista del frentepopulismo. Este tipo de llamados y manifiestos implicaban un llamado abierto a la lucha nacionalista y supuestamente antiimperialista. Ese tipo de proclamas, que se sucedieron desde entonces, contribuyen directamente a la liquidación de la autonomía del proletariado en el mundo entero. En efecto, sólo una versión nacional del desarrollo del capital, muy común en la ideología euroracista de la socialdemocracia y luego de la IC, puede pretender que esos llamados al proletariado para que apoyara a las burguesías nacionales, en su supuesta lucha contra los imperialistas, afecta únicamente al proletariado de tales o cuales países «coloniales o semicoloniales», y no a todo el proletariado mundial. Primero, porque esa supuesta «táctica» era un verdadero entreguismo estratégico de todo el proletariado mundial; al que se le llamaba explícitamente a considerar la contradicción nacional como más importante que la contradicción de clase y como conducente al mismo objetivo socialista, lo que es totalmente falso: jamás la liberación nacional conduce al socialismo, ni favorece los intereses del proletariado. Porque, en vez de afirmar la lucha mundial del proletariado contra la burguesía mundial, esos oportunistas, erigidos en jefes de Estado, estaban llamando, en nombre del proletariado, a los proletarios de todo el mundo a apoyar tal o cual nación considerada oprimida, es decir a liquidar, en todas partes, la verdadera autonomía de clase y poner al proletariado como furgón de cola de cualquier burguesía del mundo que se definiera «contra el imperialismo». Segundo, porque la cuestión misma de «países oprimidos» se podía aplicar realmente en cualquier parte del mundo, lo que más tarde hacen los trotskistas y estalinistas por doquier. En efecto, exceptuando algún país (¡no se nos ocurre otro que Inglaterra!), todos los países del mundo podían ser, y serían, en algún momento de la historia, redefinidos como oprimidos o como semicolonias (por ejemplo, ¡fueron definidos así hasta países como Alemania o España!). E incluso, en esos poquísimos países «opresores» que quedarían totalmente exceptuados de esa tan interesada como absurda calificación[70], siempre se podía, y se podrá, encontrar otros «pueblos» o «naciones» oprimidas en su interior y, por lo tanto, también en ellos, justificar la alianza de los proletarios con las burguesías de esas «naciones oprimidas», lo que era, y será siempre, un arma contra la constitución del proletariado en clase y por lo tanto en partido. En los hechos, se proclamaba, de forma apenas encubierta, el viejo principio socialdemócrata de que la revolución socialista, por la que se luchaba, no era el resultado de la lucha contra el capital, y mucho menos contra el capital mundial, sino de una amplia alianza, popular y nacionalista, contra tal o cual «imperialismo», contra tal o cual país. Prácticamente se llamaba a renunciar a la lucha proletaria contra el capital y a aliarse con los capitalistas que se considerasen (y realmente se dejaba así la puerta abierta para toda política de alianza y pactos imperialistas como el que realiza algo después Stalin con Hitler y después con Roosvelt y Churchill) en cada caso particular como «antiimperialistas», o más adelante más demócratas que los otros. Como es sabido, ésa será la política de oportunidades, tan defendida por Lenin, en función de los intereses del capital nacional e imperial ruso, que marca las alianzas y los virajes de los dirigentes rusos desde la época de Lenin. Es totalmente lógico que, con esa concepción nacional imperialista, Lenin llamase cada vez menos a la revolución y mucho más a la paz entre las naciones. En diciembre de 1919, subrayando «su invariable anhelo de paz» (¡textual!), Lenin se dirige a todas las potencias de la Entente: Inglaterra, Francia, Estados Unidos, Japón, Italia… Ese mismo mes, Radek afirma la necesidad de «la reconstrucción nacional» y la «construcción del socialismo», en «coexistencia pacífica con los estados capitalistas» y en base a un «compromiso con el capitalismo mundial». Años después Stalin, con la teoría del socialismo en un sólo país y su represión del movimiento obrero de cada país en función de los intereses y acuerdos del Estado ruso, contrariamente al mito trotskista, no haría más que aplicar y llevar a las últimas consecuencias esta concepción de los bolcheviques, defendida cuando apenas habían consolidado el poder.

En 1920, los bolcheviques, al mismo tiempo que hacen algunas declaraciones rimbombantes y llamados al proletariado, se afirman cada vez más como continuadores del zarismo, llegando incluso a protestar porque en tal o tal tratado (por ejemplo, el tratado de París en febrero 1920) no se tiene en cuenta los tratados concluidos por el zarismo con anterioridad. Es decir reclaman internacionalmente, ante los otros gobiernos burgueses, ser aceptados como los continuadores de los derechos, privilegios y deberes del Estado ruso zarista. Los dirigentes representativos del Estado ruso (Lenin, Trotski, Joffé, Linvinov, Chicherin, Radek…) multiplican los comunicados y las conferencias de prensa, dirigidos a mostrar la buena voluntad y hasta la paridad del gobierno ruso con los otros gobiernos del mundo y no dudan en dejar claramente establecido que incluso renuncian a la lucha revolucionaria para mantener la paz. Radek declara en febrero de 1920 que «el gobierno soviético no desarrollará más actividades revolucionarias en los países capitalistas»[71] «exigiendo» para ello ¡la lógica reciprocidad! Es decir, los bolcheviques, como administradores del Estado ruso, no sólo no lo ponen al servicio de la lucha del proletariado[72], sino que liquidan la lucha del proletariado en función de los intereses del estado ruso. Por lo tanto se sitúan del lado del Estado mundial del capital contra la lucha del proletariado.

Cuando, unos meses después, se produce la guerra contra Polonia, es claro que de aquellas posiciones derrotistas revolucionarias, de guerra proletaria contra la burguesía en todas partes, no queda absolutamente nada y se afirma abiertamente como una guerra entre Estados nacionales e imperiales. Los propios bolcheviques reconocen este hecho y proclaman abiertamente que se trata (no de una guerra de clases sino) de una guerra nacional. El ejército rojo, con Trotski a la cabeza, reintegra a oficiales zaristas (Kamenev, Vaisetts, Tukhchvsky), incluido el último comandante en jefe del zar, el general Brusilov. Toda la dirección bolchevique se afirma como nacional imperialista al participar, así, en la liquidación de la autonomía de clase que ese encuadramiento militar, y los llamados a la guerra nacional, implican para el proletariado. A los proletarios que habían triunfado en la lucha contra los zaristas se les obliga ahora a obedecerlos y se aplica todo el terror de Estado contra quien se rebela. Los fusilamientos, calaboceadas y torturas fueron moneda corriente. Zinoviev, uno de los viejos bolcheviques que siempre había defendido la posición socialdemócrata de que la revolución en Rusia sólo podía realizar las tareas democráticas burguesas, que, consecuentemente con ello, se había opuesto a la insurrección en nombre de la ausencia de condiciones y que había colaborado con el enemigo denunciando sus preparativos, declara: «La guerra se vuelve nacional. No sólo los sectores avanzados del campesinado, sino incluso los campesinos ricos son hostiles a las imposiciones de los propietarios polacos… Nosotros, comunistas, debemos situarnos a la cabeza de ese movimiento nacional que unirá a toda la población».

Es en esas circunstancias, de unidad nacional rusa hasta con los generales zaristas, de terrorismo interno y de sumisión de los bolcheviques a la política capitalista e imperialista rusa, que Lenin escribe su inmundo panfleto La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo, en el que caricaturiza la práctica de las izquierdas comunistas, se pronuncia a favor de la participación en los sindicatos, en los parlamentos, se defiende la política de compromisos y se afirma la política del frente único con la socialdemocracia y de «gobiernos obreros». ¡Cómo no ver la coherencia entre esta política de liquidación democrática del movimiento y las promesas bolcheviques de coexistencia pacífica, de paz social, de que «el gobierno soviético no desarrollará más actividades revolucionarias en los países capitalistas»! Las diferentes delegaciones de las izquierdas comunistas, que van llegando a Moscú, en especial las del Partido Comunista Obrero de Alemania, que esperaban ser apoyadas por Lenin y sus compañeros en la ruptura que estaban realizando y en la lucha contra el centrismo, sufren una decepción total: las posiciones de Lenin no sólo no son las de ellos, sino que son exactamente las mismas posiciones contrarrevolucionarias que las de Levi, Radek y compañía. El mito de Lenin estaba tan arraigado, incluso entre los revolucionarios, que es necesario enviar una delegación tras otra para convencerse de que Lenin estaba objetivamente del otro lado de la barricada. Esa obrita de Lenin sobre la «enfermedad infantil» es, más adelante, el manual de formación de base de todo cuadro al servicio de la contrarrevolución. Es algo así como la biblia que recitan los servicios de choque estalinista en el mundo entero.

Fue así, con tomas de posiciones a favor de los oportunistas y centristas, con todos los socialdemócratas que se disfrazaban ahora de «comunistas» y se mostraban partidarios de la IC, con afirmación del ejército dirigido por oficiales zaristas, que encuadraban y disciplinaban a los proletarios, con llamados al capital extranjero, con acuerdos comerciales y militares con diferentes Estados burgueses del mundo, como los bolcheviques prepararon el Segundo Congreso de la IC. En el mismo momento en que mejoran las relaciones comerciales y militares con los gobiernos de la región (Irán, Afganistán…), firman acuerdos comerciales con varios gobiernos (por ejemplo Suecia), se reanuda el comercio con Estados Unidos (eliminación de las restricciones al comercio con Rusia por parte del gobierno estadounidense), y llegan a un «acuerdo pleno» con el gobierno británico, entre marzo y julio de 1920; los bolcheviques publican una serie de documentos en los que adoptan claramente, y sobre la totalidad de las cuestiones en discusión, la posición del centrismo internacional contra la ruptura que las izquierdas comunistas (incluso en Rusia) habían afirmado desde siempre. De esta forma, el Comité Ejecutivo de la IC dirige una «carta abierta al KAPD», cuyo contenido fue conocido en el Segundo Congreso de la IC, en el que se toma abiertamente partido contra ellos y a favor del partido contrarrevolucionario de Levi y compañía. Dicha carta llama a los miembros del KAPD a renunciar a toda la ruptura que venían efectuando, callando sus críticas al PC oficial, a ingresar en los sindicatos socialdemócratas, a participar en las elecciones nacionales y en el parlamento… Apelando a la autoridad póstuma de Luxemburgo y Liebneckt, se llama, o más aún se conmina, a los militantes de ese partido a renunciar a todo lo que los había llevado a constituirse como fuerza aparte, afuera y en contra de los partidos y los sindicatos del capital. Al mismo tiempo se los calumnia y desprestigia, diciendo que ayudan en la práctica a «la burguesía a prolongar su dominación de clase», que su concepción de partido es «propagandista», «anarquista»… y, simultáneamente, les dan un verdadero ultimátum para que se sometan a la disciplina, utilizando métodos que más tarde son moneda corriente.

En preparación del Segundo Congreso se redactan las 19 (luego se agregarán dos más) condiciones de adhesión a la IC, que, a pesar de que son presentadas como un parapeto contra reformistas, excluyen a los grupos y las organizaciones que habían afirmado una ruptura fundamental con la socialdemocracia. Ya antes del Congreso, esas condiciones circulan como «las condiciones de exclusión del Partido Comunista Obrero de Alemania». Ello queda bien claro en la discusión de junio, entre por un lado Lenin-Radek, en nombre de esas condiciones, y Merges-Rüle por el otro, en nombre del KAPD. También circulan una serie de artículos redactados por Zinoviev, que había pasado de ser considerado, por Lenin y Trotski, como el peor de los traidores, por su actitud policial durante la insurrección (¡y así lo decía antes Lenin!), a ser ni más ni menos que el adulado presidente de la IC. Entre esos artículos se destacan Las cuestiones quemantes de la actualidad para el movimiento internacional, el Segundo Congreso de la IC y sus tareas y Lo que ha sido la Internacional hasta ahora y lo que debe ser en el futuro. En el primero se defiende la vieja concepción «masista» del partido y se trata de probar el éxito de esos partidos con el número de personas y adherentes y en general por los éxitos parlamentarios (como siempre había hecho la socialdemocracia), lo que se sitúa en las antípodas de la posición del KAPD. Los revolucionarios en Alemania contraponían al partido de masas socialdemócrata-leninista el partido «núcleo» y especificaban que utilizaban la palabra partido (como Marx) en el «sentido no tradicional del término». En el segundo texto de Zinoviev, lo más importante es la afirmación de que ahora hay que obedecer a la disciplina. Toda su perorata, en contra del reformismo, esconde mal que se buscaba liquidar la ruptura comunista, dado que se llama abiertamente a la unidad con el centrismo, a la unidad con los Levi, los Gramsci ¡y hasta con el Partido Laborista británico!

De la misma manera, Lenin, antes del Segundo Congreso de la IC, anuncia su color, definiéndose abiertamente no sólo por el parlamentarismo sino por la afiliación de los comunistas al Partido Laborista británico que la izquierda comunista, de ese país y del mundo, consideraba, con total razón, como el «último bastión de la defensa del capitalismo contra la revolución proletaria ascendente»[73]. En el Congreso mismo, que se produce en Moscú en julio-agosto de 1920, se consolida toda la línea bolchevique y, también, el dominio total de éstos sobre la Internacional y sobre cada uno de los partidos adherentes: parlamentarismo, sindicalismo, «emancipación nacional». En cuanto a este último punto, se imponen, claro está, las oportunistas tesis de Lenin, aunque suavizadas para no cristalizar la organización de la izquierda comunista especialmente persa, corea, hindú… Así, en vez de la fórmula abiertamente frentepopulista que Lenin había elaborado —«la necesidad de que todos los partidos comunistas ayuden al movimiento democrático burgués de liberación»—, que pone al comunismo como sirviente de la burguesía, se termina aprobando otra mucho más vaga. Sólo en función de los intereses del Estado y maniobrando en los corredores, los leninistas suavizaban las formulaciones derechistas para evitar que las minorías revolucionarias se reagruparan. Sin embargo, el alineamiento de los bolcheviques y del Ejecutivo de la IC «sin reservas, junto al oportunismo»[74] es denunciado abiertamente por los verdaderos comunistas que efectivamente habían roto con la socialdemocracia.

Como decimos en la presentación de la segunda parte de la cronología[75], el período que viene luego de ese Congreso y hasta fines de 1921 «se caracteriza por la ola de derrotas y un repliegue desordenado del movimiento revolucionario, que constituye, por un lado, la verificación práctica de que la revolución no podía avanzar sin romper programáticamente, a fondo, con el programa de la socialdemocracia (parlamento, sindicatos, apoyo al desarrollo del capital en Rusia, “derechos de los pueblos a la autodeterminación”, reformismo en todo los niveles…) y, por el otro, será refrendado por una “nueva política” que irá aún más lejos en la afirmación de la contrarrevolución —participación en la lucha intercapitalista internacional, frente único (“obrero” y “antiimperialista”), gobiernos obreros...—, que será oficializada por el Tercer y Cuarto congresos de la IC. Esa NPE[76] en lo internacional será acompañada por la liquidación real de toda la vanguardia comunista, desarticulada, vencida desorganizada, desarmada, separada de los obreros que ya se iban resoldando con su capital nacional para producir los monstruosos fenómenos que veremos unos años después: estalinismo, fascismo, frentes nacionales antiimperialistas, nazismo, frente popular».

La aplicación de las directivas del Segundo Congreso conduce a la adhesión masiva de socialdemócratas a los partidos comunistas o a la dilución de los comunistas en un partido socialdemócrata y el aislamiento y desautorización de los revolucionarios que se oponen al nacionalismo, el parlamentarismo, el sindicalismo. En nuestra cronología se dan muchos ejemplos de cómo esa política de la IC conduce a ese resultado en Alemania, Austria, Francia, Argentina, México. En Alemania, la política del partido de Levi, que apoya a la IC, es cada vez más cercana a la de la putrefacta USPD (la unificación ordenada desde Moscú se produciría unos meses después), llegando al extremo de publicar comunicados conjuntos, llamando a los proletarios a oponerse al movimiento insurreccional del proletariado definido como una provocación. El leninismo actúa como habían actuado los viejos bolcheviques que se oponían a la insurrección. El zinovievismo y el kamenevismo de los viejos bolcheviques contrarrevolucionarios se había internacionalizado, avalado ahora por Lenin y Trotski: la insurrección proletaria pasó a ser considerada aventurerismo pequeño burgués. ¡Esa caracterización sigue siendo utilizada hoy por socialdemócratas y estalinistas!

Es decir, en los países, en los que la revolución tiene todavía posibilidades de triunfar, la IC pone en práctica su línea oportunista situándose del lado de los contrarrevolucionarios. Si tenemos en cuenta que mientras el proletariado alemán luchaba contra sus explotadores y verdugos los dirigentes rusos negocian secretamente con las autoridades militares de Alemania sobre la posibilidad de reconstituir la industria rusa de armamento, se puede entender perfectamente porqué la línea de Zinoviev, Lenin, Trotski era tan abiertamente contraria a la lucha revolucionaria: esos dirigentes del «comunismo» no podían conciliar la lucha proletaria con los intereses del Estado ruso y ya habían elegido a éste último. Mientras durante todo el año 1921, el proletariado alemán sigue sufriendo derrota tras derrota, los dirigentes bolcheviques van logrando que las grandes firmas militares alemanas (Albertossewerke, Krupp, Bonn y Vose) construyan en Rusia (evidentemente que explotando al proletariado de ese país) cañones, obuses, aviones, submarinos... Por supuesto que el propio Lenin insiste, contrariamente a lo que habían prometido en el momento insurreccional, en que esos acuerdos sean guardados en absoluto secreto. La abolición del secreto en los acuerdos imperiales, con el que tanto se habían llenado la boca «como ejemplo revolucionario», resultaba ya entonces una reminiscencia de la revolución. El progreso y la puesta en práctica de esas conversaciones conducen al célebre Tratado de Rapallo entre ambos Estados, que preparaba ya las condiciones de la siguiente masacre interimperialista.

El oportunismo triunfante contra la revolución llega a niveles tales que Zinoviev, como jefe de la IC, sustituye la «lucha de clases» por la «guerra santa contra los ladrones y los opresores» en su discurso de apertura del Primer Congreso de los Pueblos de Oriente. Esas posiciones conducen a los bolcheviques a mantener excelentes relaciones con los represores nacionalistas del proletariado, que utilizan ya el método de la tortura y la desaparición de militantes. Mientras Mustafá Sufi y otros militantes comunistas turcos eran torturados y desaparecidos (al parecer lanzados al mar tras ser asesinados), los bolcheviques afirman las relaciones amistosas y comerciales con (los represores directos) el Estado en Turquía, llegando a la firma de un tratado en el que, con total desparpajo e insolidaridad con respecto a los comunistas asesinados, se proclama «la afinidad mutua entre el movimiento de liberación nacional de los pueblos y las luchas de los obreros de Rusia por un nuevo orden social». En Persia sucede otro tanto, en 1921, se aísla y expulsa a los revolucionarios, imponiendo al partido «comunista» en ese país que abandone la lucha y colabore con el nacionalismo en el mismo momento en que los bolcheviques afirman las relaciones amistosas y diplomáticas con el Estado represor. También en Afganistán afirman las relaciones interestatales, que habían comenzado desde la insurrección, aislando así a los revolucionarios de ese país.

Ni siquiera la política nacionalista burguesa de los bolcheviques es consecuente, porque (como siempre en el terreno interburgués e interimperialista) los acuerdos con los diferentes imperialismos los lleva a traicionar, una y otra vez, la política nacionalista prometida. Por ejemplo, los acuerdos imperialistas con Reino Unido llevan a los bolcheviques a no cumplir los acuerdos de publicar la revista Los pueblos de Oriente, que se había acordado en el Congreso de los Pueblos de Oriente. Mientras el Estado ruso va consolidando sus alianzas imperialistas y la política de atraer capitales, en Rusia, durante todo 1921, se siguen disminuyendo todas las raciones alimentarias e intentando, por todos los medios, aumentar la explotación de los proletarios, lo que conducirá a la última gran resistencia proletaria: huelga general en Petrogado, revuelta en los históricos talleres Putilov, «el crisol de la revolución», y luego la gran revuelta de los proletarios y marineros de Kronstadt.

Durante esa afirmación progresiva de la contrarrevolución internacional y de la política contrarrevolucionaria de los bolcheviques, se realiza el Tercer Congreso de la IC, en el que se consolida toda la política socialdemócrata de «ir a las masas». No quedan ni las huellas de la fraseología revolucionaria del Primer y el Segundo congresos. Todo es sustituido por la «conquista de la mayoría de la clase obrera» y otras frases clásicas del oportunismo y la vieja escuela socialdemócrata. Para ello, el verdadero debate es sistemáticamente saboteado y prohibido por los dirigentes de la IC, que hacen enormes y sensacionales discursos pero que acortan, todo lo posible, el tiempo de palabra de los delegados del KAPD, Roi u otros compañeros. Todos los discursos oficiales tienen como objetivo repetir la fraseología barata de Lenin, en su «enfermedad infantil», y descalificar a los compañeros de las izquierdas comunistas. El debate mismo, en el Tercer Congreso, es una caricatura, una burla, de la polémica real. A los delegados se los reúne aparte y se les explican las posiciones oficiales contra el KAPD; todo está preparado para su exclusión. A los delegados de esta organización se los reprimió en el uso de la palabra y sólo se los escucha un tiempo limitadísimo y en una sala ya convencida y sin interés en la polémica. Los compañeros cuentan que el rumor era permanente y que ni siquiera se los escuchaba. Se funcionaba como en los viejos congresos socialdemócratas y en general de la democracia: todo está cocinado de antemano, la polémica se sustituye por los discursos espectaculares que inducían los aplausos en función del prestigio espectacular del que lo pronunciaba. La IC no sólo defendía el parlamentarismo sino que se había transformado en un verdadero parlamento; todas las tareas propias del congresismo socialdemócrata se generalizaban nuevamente.

La apología leninista de los compromisos y los acuerdos con el enemigo, la maniobra permanente como «táctica genial», como «estrategia revolucionaria», la falta total de principios es erigida para siempre en el único principio general del Congreso. Trotski no se imaginaba hasta qué punto se estaba gestando el estalinismo y él estaba contribuyendo al mismo, cuando declaraba, en ese congreso, que la IC se había transformado en una «escuela de estrategia revolucionaria… superando su fase infantil» y que eso había sido posible gracias al dominio de «la ciencia de la maniobra política, táctica y estratégica».

Creemos que estos elementos resumen bien lo que es en Rusia, y especialmente en lo internacional, el leninismo como gran liquidador de las fuerzas revolucionarias en el mundo entero e introducen conceptualmente la liquidación práctica que se produce en todos los países, en los años siguientes, como expusimos y seguiremos exponiendo en otros trabajos.

 

El dualismo fundamental

«La ciencia de la maniobra política, táctica y estratégica» o leninismo es, entonces, el perfeccionamiento de la concepción de la socialdemocracia. Su principio de base es negar la unicidad fundamental entre los intereses inmediatos e históricos del proletariado y preconizar, invariantemente, tácticas y estrategias que contradicen los intereses más elementales del proletariado. Ésa es la clave, una argumentación (y luego propaganda) en nombre del comunismo, que contradice la práctica de siempre del movimiento comunista, que no puede ser otra cosa que el movimiento histórico concreto de combate contra el capitalismo y su desarrollo. Una teoría, una ideología, un partido, que invariantemente justifica la necesidad de desarrollar una política contraria a los intereses proletarios, en nombre de esos mismos intereses en el futuro. Sólo así se puede argumentar que: el proletariado debe trabajar lo máximo posible en vez de luchar contra el trabajo; que lo importante es desarrollar el capitalismo en vez de luchar contra el mismo; que hay que realizar las tareas de la burguesía (tareas democrático burguesas) en vez de realizar las tareas proletarias de abolición del trabajo asalariado y la sociedad mercantil; ir al parlamento y hacer una política electorera en vez de sabotear el parlamento y las elecciones; someterse a la disciplina sindical en vez de luchar contra los sindicatos, verdaderos aparatos del Estado burgués; hacer frentes nacionales y populares con la burguesía, sus partidos, sus Estados, en vez de enfrentarlos; defender la nación y la política estatal nacional en vez de luchar contra Estados y fronteras; en fin… hacer acuerdos y alianzas con burgueses, milicos y generales de otros países que están reprimiendo a los compañeros, en vez de solidarizarse con éstos y seguir la lucha contra aquéllos. El estalinismo no es más que la consecuencia inevitable de todo ello: sin todos los presupuestos anteriores no se podían haber justificado los millones de proletarios encerrados en los campos de concentración, ni las alianzas y pactos políticos, económicos, militares con todos los enemigos del proletariado: desde los Estados de Estados Unidos, Reino Unido, Francia… a la propia Alemania nazi, dirigida por Hitler. Todo absolutamente todo eso había sido defendido por Lenin (y Trotski) en el poder.

La sistematización leninista de todos los dualismos socialdemócratas generaliza la función de ese partido burgués para los proletarios. En efecto, sólo oponiendo al proletariado como clase con el partido, los intereses económicos de los proletarios con los intereses históricos del socialismo, se puede argumentar que, en nombre del socialismo, hay que dejar los intereses inmediatos y, por ejemplo, sacrificarse por la economía nacional. Todos los virajes y justificaciones leninistas, todos los sacrificios del proletariado, todas las «traiciones» de los partidos de izquierda, tienen como fundamento ese conjunto interminable de dualismos que hoy encontramos en todas las formas modernas de la socialdemocracia: intereses económicos e intereses políticos, programa mínimo y programa máximo, intereses inmediatos e intereses históricos, táctica y estrategia. La ciencia de la maniobra política se materializa prácticamente en el posibilismo y el realismo de la oportunidad política que todos conocemos: «si pero es menos malo que…», «no será socialista pero es lo que se puede hacer», «el parlamento es una institución burguesa pero hay que participar para denunciarlo», «las elecciones no permiten llegar al socialismo, pero mientras tanto votemos por...», «la liberación nacional es un paso… hacia el socialismo». A su vez este maniobreo sin fin, de las zanahorias políticas y del oportunismo erigido en método, en función de intereses ajenos al proletariado (intereses del partido y/o Estado que lo lleva adelante y particularmente de la Unión Soviética), al mismo tiempo que conlleva la liquidación de las minorías revolucionarias, que siguen aferradas a los intereses proletarios, consolida la contrarrevolución mundial y se transforma en la forma, al fin encontrada, de liquidar toda la autonomía del proletariado, en nombre de ese mismo proletariado. Más allá de la falsa imagen radical de Lenin en sus primeros tiempos, el leninismo pasará a ser reconocido, por sus supuestos enemigos socialdemócratas y hasta por las otras fracciones de la burguesía, como un modelo exitoso. Los nazis imitarán los métodos de movilización de masa y propaganda, la policía política, los campos de trabajo y concentración, y las otras grandes fuerzas imperiales del mundo no se quedarán atrás en cuanto a los «grandes trabajos» y la consecuente movilización de masas durante el New Deal. Las escuelas de oficiales y militares, de todas las grandes potencias, leerán Lenin, no sólo como un enemigo a tener en cuenta, no sólo como un excelente intérprete de Clausewitz, sino por el perfeccionamiento de los métodos de control y sumisión de las masas.

Evidentemente, en ese dualismo siempre hay un polo que es determinante y dominante —el partido, la teoría, la ciencia, la civilización, el progreso, el socialismo, el desarrollo de las fuerzas productivas…— y otro que es subordinado, oprimido, secundario, condenado al sacrificio —el proletariado, lo inmediato, lo táctico, las necesidades concretas, los intereses «economicistas»...—. Siempre la humanidad es sacrificada en nombre de una zanahoria que nos hace marchar y que esconde, invariantemente, el propio desarrollo de las fuerzas productivas del capital. En todos los casos se sacrifican los intereses proletarios, los intereses directamente humanos, en nombre de intereses superiores, se hace primar ese polo definido como superior. Sucede exactamente lo mismo que con la religión judeocristiana, el sacrificio aquí en nombre del más allá. Más aún, ese polo dominante se argumenta a sí mismo, es el que define los criterios de verdad, es la expresión misma de la ciencia incuestionable y ante la cual hay que sacrificarse. Si los proletarios no son más que el polo subordinado, ¿quién tiene esa función de la verdad en la Tierra, de la ciencia ante la cual hay que arrodillarse? Es evidentemente lo que el leninista llama «el partido». Exactamente como la iglesia era en la Edad Media la concreción de dios en la Tierra, el partido pasa a ser así la concreción del socialismo idealizado, de la ciencia, de la civilización y por lo tanto es incuestionable. Toda crítica de fondo pasa a ser un pecado y los críticos tienen como sanción la excomunión y la hoguera. La represión y el terrorismo de Estado fueron, y son, la consecuencia inevitable del dogma revelado.

Esta concepción siempre estuvo presente en la socialdemocracia, desde Lasalle a Proudhon, hasta que fuera sintetizada y sistematizada por Karl Kautsky. Su discípulo Lenin la adopta (de ahí la importancia del texto de Barrot que presentamos a continuación)* y la lleva a la práctica, en forma masiva, desde 1917. Stalin, Trotski, Zinoviev, Kamenev, Dimitrov, Gramsci... son los mejores discípulos contemporáneos del discípulo de Kautsky. Luego siguen no sólo otros discípulos declarados del discípulo, tales como Mao, Ho Chi Min, Giap, Kim Il Sung, Enver Hoja, Fidel Castro…, u otros menos declarados como los supuestos «anarquistas» españoles de la CNT (Abad de Santillán, Federica Montseny, Marianet…), que también en nombre de la lucha contra el Estado defendieron abiertamente al Estado presente y concreto, el Estado capitalista, y pusieron al proletariado, organizado en la CNT, a su servicio. Pero más allá de esas aplicaciones, esa concepción vuelve y volverá a ponerse de moda en todo tipo de organizaciones sociales y políticas para paralizar al proletariado en su acción directa contra el capital y el Estado en nombre de un supuesto interés superior.

La historia del leninismo (y en general de la socialdemocracia) contra la revolución, sólo existe en forma dispersa e inorgánica. En su forma moderna, esa concepción no ha desaparecido, sino que por el contrario se ha generalizado y dispersado, lo que la ha hecho más fuerte y constitutiva fundamental del modo general de pensamiento dominante moderno, considerado políticamente correcto. Todavía no existe una sistematización de esa teoría y de esa práctica tras casi un siglo de acción decisiva. De ahí la importancia de nuestro intento. Hoy, bajo otras formas o denominaciones, la socialdemocracia, con todo lo que el leninismo le ha aportado, sigue siendo fundamental en la canalización y la liquidación de la energía de millones de proletarios que quieren cambiar el mundo hacia su contrario. Es decir para que toda esa energía se utilice en las tareas democrático burguesas y, en general, en el progreso del capital.

 

La vigencia contrarrevolucionaria del leninismo

No sólo quienes nos critican, sino incluso lectores y compañeros próximos, se sorprendieron de nuestra enésima insistencia sobre el leninismo, el bolchevismo, el estalinismo…, considerando que todo eso ya está quemado, superado y/o que todo eso se hizo pelota con la «caída del muro» y que sólo quedan absurdos resabios, caribeños u otros, que no tienen ninguna actualidad. Esa apreciación no se basa en la realidad de la dominación capitalista y el aporte que, a la misma, significó la contrarrevolución leninista-estalinista como «ciencia de la maniobra política, táctica y estratégica», que justifica todo y su contrario, sino en lo que los políticos dicen de sí mismos, o lo que es lo mismo, en los regímenes políticos o partidos formales que se llaman a sí mismos leninistas o marxistas leninistas.

El leninismo es, sin embargo, mucho más amplio e importante que los regímenes marxistas leninistas que, no está de más recordarlo, abarcaron más de la mitad de la humanidad y Lenin fue el autor más divulgado de todos los tiempos hasta épocas muy recientes. El marxismo leninismo es una metodología general decisiva para dominar al proletariado, una verdadera «ciencia de la maniobra», como Trotski decía, por la cual, en nombre de intereses superiores, se liquida la acción directa revolucionaria. Si en el sentido más amplio todas las fuerzas y partidos, cuyo objetivo es controlar a los proletarios, constituyen el partido histórico de la socialdemocracia (sí, del viejo partido burgués para neutralizar a los proletarios), el triunfo de la contrarrevolución leninista hizo, de esa ciencia, la forma más desarrollada de la dominación de los proletarios, la metodología más perfeccionada para imponerle al proletariado, en nombre del futuro socialista, la movilización productiva y nacional imperialista.

El leninismo no sólo es utilizado por estalinistas, trotskistas, zinovievistas, gramscianos… que es verdad que cada vez son menos importantes, sino que, en forma consciente o inconsciente, es utilizado por nacionalistas, socialistas, libertarios, liberales, populistas, derechistas, izquierdistas… No es necesario leer a Lenin para encontrar esa misma dualidad característica, llevada a su expresión máxima, en nombre no tanto del partido, sino del socialismo futuro, el progreso, la nación, la democracia, la igualdad… Tampoco es necesario ser miembro de un partido para defender esa concepción; hoy la misma reflorece, como si se tratara de hongos, en las ONG, los sindicatos, las estructuras de ayuda social... que el Estado instaura en los barrios pobres como táctica contrainsurreccional (en las favelas, en los banlieu, en los suburbios, en las villas…), en el pseudosocialismo latinoamericano, entre los piqueteros argentinos o adentro del movimiento de trabajadores sem terra de Brasil…

Se nos dirá que ese dualismo es esencial en todas las formas de dominación capitalista y que no son fruto del leninismo, ni de la socialdemocracia, lo que es totalmente cierto, porque la democracia misma, para disolver la clase en el individuo ciudadano, requiere de todo eso y, en ese sentido, todo partido interesado en el desarrollo y el progreso del capital tiene que utilizarlo. Sin embargo, en tanto que proletarios, explotados y dominados, en lucha contra el capital y sus Estados, nos interesa de sobremanera las formas precisas en que esa dominación se estructura y, en particular, las formas de dominación destinadas a los proletarios, concebida para canalizar a quienes ponen su voluntad en la lucha contra esta sociedad. Es decir, nos interesa de sobremanera el papel de los partidos burgueses para el proletariado, es decir la socialdemocracia y su perfeccionamiento marxista leninista. Y al profundizar en la misma constatamos que no estamos frente a una forma cualquiera de dominación sino frente a la forma más perfeccionada que puede existir, más allá de la terminología que la misma pueda utilizar.

Así, el «mal menor» es un invariante en toda la historia de la opresión y dominación de clase. Siempre la clase dominante intenta utilizar y canalizar a sus propios explotados y dominados contra otros sectores diciendo que son peores, siempre se trata de cambiar algo para que todo quede como está. Siempre la socialdemocracia había utilizado ese expediente contra la autonomía proletaria y la acción directa. Pero el mérito de aplicar dicho expediente para liquidar toda la fuerza del proletariado insurrecto mundial de los años 1917 a 1919 y canalizarlo hacia el frentismo corresponde al leninismo en el poder (1918-1923) y a la consecuente propaganda marxista leninista. La forma más elevada de esa liquidación revolucionaria es precisamente esa transformación histórica hasta imponerle el frente único, luego el frente popular, el frente nacional, hasta la sumisión a la guerra interimperialista y su masacre generalizada. Desde entonces siempre la dictadura del capital, la democracia, para su dominación, crea el cuco del fascismo para legitimarse como antifascista y liquidar toda expresión autónoma en base a un frente (que como todo frente popular incluye el terrorismo de Estado). Pueden variar las formas o las denominaciones pero todas las formas de dominación y liquidación del proletariado autónomo utilizan las bases socialdemócratas y el perfeccionamiento de las mismas que efectuó el leninismo y sus diferentes y numerosas variantes.

 

Terrorismo de Estado contra el proletariado

La contrarrevolución escondió, desde el principio, que el terror «rojo», que se aplicó bajo Lenin, no iba dirigido principalmente contra la burguesía, sino contra el proletariado. Ello es la consecuencia lógica del programa de desarrollo del capitalismo aplicado desde el principio por Lenin y los suyos: la defensa de los intereses elementales del proletariado se contraponen siempre a la política capitalista. Por eso aunque también se reprimen sectores de la burguesía y otros partidos capitalistas, cada vez más fuerzas burguesas serán cooptados y/o neutralizadas y el terrorismo de Estado se aplicará masivamente contra el proletariado rural y urbano.

Desde la creación de la Checa, en diciembre de 1917, se definió como enemigo al «sabotaje y la contrarrevolución», categoría en la que entraron de primera quienes se oponían a la política nacionalista de los bolcheviques y a quienes saboteaban el desarrollo de la organización capitalista y tayloriana de la producción. Cuanto más se fue reafirmando la política nacionalista e imperialista, y en lo interno se iba cooptando para el aparato del Estado a viejos funcionarios y militares zaristas, así como a viejos burgueses para gestionar el capital, más la represión contra el proletariado se fue agudizando. Si las primeras víctimas del terrorismo de Estado, especialmente entre el proletariado agrícola, se producen en plena guerra civil (entre el terror blanco y el terror rojo) y se puede aducir una gran confusión en una contienda entre dos proyectos capitalistas, luego se fue concentrando en lo económico, en la represión contra toda tentativa proletaria de vivir menos mal. Eran acusados de especuladores quienes intercambiaban comida, quienes resistían a las requisiciones, quienes obtenían un pedazo de carne para comer, quienes hacían huelga en la fábrica, quienes resistían al reclutamiento forzado en el ejército y en general quienes promovían la lucha contra las medidas de agudización de la explotación que el leninismo imponía contra los intereses proletarios. Pero fueron reprimidos selectiva y más violentamente todavía quienes llamaban abiertamente a la resistencia frente a la política claramente burguesa de los bolcheviques y especialmente quienes actuaban organizadamente contra el Estado, como siempre habían hecho. Los mismos partidos y grupos que más habían sido reprimidos por el zarismo son los primeros en ser reprimidos por los bolcheviques que, no podemos olvidar, contaron con la colaboración de muchos de los viejos oficiales zaristas y experimentados milicos. En muchos casos, los militantes revolucionarios fueron arrestados en las mismas cárceles y en los mismos calabozos en los que habían estado durante el zarismo.

La cantidad y la calidad de la represión fue, desde la creación de la Checa, terrible: la tortura se generalizó desde el principio y la desaparición de personas y la liquidación física fue la política general. La época de más represión masiva abierta, en toda la historia de la Unión Soviética, medida, por ejemplo, por el número de muertos directos de la represión, contrariamente al mito, es bajo Lenin. Diferentes fuentes coinciden en afirmar que, en lo que se considera oficialmente época del Terror, es decir 18 meses (desde septiembre de 1918 a enero de 1920), hubo un promedio de un millón y medio de muertos por año. La declaración del Comité Central Ejecutivo de los Soviets, del 2 de setiembre de 1918, que legitima lo que denominarán «terror de masas» y que efectivamente fue terror contra las masas, fue aprobada en principio contra los opositores a la paz de Brest-Litovsk y particularmente contra la rebelión abierta de los socialistas revolucionarios de izquierda y contra quienes llamaban a continuar la revolución, a hacer la revolución permanente o «tercera revolución». Para quienes habían decretado que la revolución había terminado, que ahora había que trabajar y construir en alianza y colaboración con las diferentes fuerzas del capital y el Estado mundial, quienes llamaban a continuar la revolución (¡como habían hecho los bolcheviques insurreccionalistas hasta octubre de 1917!) pasaron a ser definidos como «agentes de la burguesía». Algo más de un mes después, Lenin se justifica en Pravda: «Cuando la gente nos reprocha nuestra crueldad, nosotros nos preguntamos cómo olvidan los más elementales principios del marxismo» (publicado el 26 de octubre de 1918). Si Lenin se tomaba por él máximo interprete de dios Marx en la Tierra, para justificar lo injustificable, es totalmente lógico que Dzerjinsky, el primer jefe de la Checa, declarase que el hombre comunista se creaba matando a quienes resistían: «La imposición proletaria bajo cualquier forma, comenzando por la ejecución capital, constituye un método para crear el hombre comunista».

Un año y medio después, cuando el Estado decide suprimir la pena de muerte, lo hace para utilizar toda la fuerza de trabajo y ponerla al servicio del desarrollo económico. Se consolidaba así la ideología leninista del indispensable desarrollo del capitalismo como paso al socialismo, se aplicaba el eslogan «genial» de Lenin de que el socialismo es «el poder de los soviets y la electrificación del campo». La aplicación estricta del trabajo forzado era necesaria para la realización de las tareas democrático burguesas en un país en ruinas. Se le impondrá al proletariado, por la ideología y el terror de Estado, el máximo esfuerzo productivo posible. Los campos de trabajo forzado habían empezado a funcionar ya en 1918, en donde se habían creado dos. En 1920 se abrirían ocho campos de concentración más. En 1922, la dirección de la policía política controlará 56. Al mismo tiempo que la condena a «trabajos forzados», que Lenin y Trotski defendían, se seguía generalizando, hasta transformarse en la condena tipo contra «los que no querían trabajar y los saboteadores», es decir contra la resistencia proletaria. Las cárceles, que los proletarios habían vaciado en 1917, tendrán en sus inmundas entrañas, a la muerte de Lenin, 87.800 presos políticos, lo que incluye ya a muchos militantes que habían participado en la insurrección de octubre, incluidos militantes de la izquierda comunista del propio partido bolchevique.

El aparato policial, el terror de Estado y los campos de trabajo forzado se transformaron así en la clave de la contra «revolución rusa» y del desarrollo del capitalismo (que luego Stalin obliga a llamar «socialismo») en un solo país. En el segundo aniversario de 1917, el propio Pravda escribía «”todo el poder a los soviets” se transformó en “todo el poder a las Checas”».

 

Primeros pasos del terrorismo de Estado

La primera acción de la Checa fue aplastar una huelga de empleados y funcionarios de Petrogrado. La primera gran redada se realizó la noche del 11 al 12 de abril de 1918, fue contra organizaciones que se definían como anarquistas y sorprendió por su inusitada dureza. Durante la misma actuaron más de 1.000 milicos de la Checa que tomaron por asalto unas 20 casas de anarquistas de Moscú y apresaron a 520 personas, de los cuales asesinaron a 25 de ellos, acusándolos de «bandidos». Este apelativo se haría corriente en lo sucesivo contra los militantes que continuaban luchando contra el capitalismo y el Estado.

 

Testamento de un represor leninista arrepentido

El 16 de febrero de 1923 en pleno bulevar Nikitsky de Moscú, un miembro de la Comisión Gubernamental de Investigación y Dirección Política del Estado se suicida y como testamento deja la siguiente carta: «¡Compañeros! Luego de que me pusieron rápidamente al tanto de los asuntos tratados por nuestra principal institución para la defensa de las conquistas del pueblo trabajador, un estudio de los documentos de investigación y de los procedimientos aplicados conscientemente por nosotros, para afirmar nuestra situación, en base a las indicaciones del compañero Unschlich que los considera indispensables para los intereses del Partido, me obligaron a salir para siempre de tales horrores, de esas canalladas que practicamos en nombre de los grandes principios del comunismo y a los cuales yo participé inconscientemente como obrero del Partido Comunista. Quiero, con mi propia muerte, confirmar mi error y en ese sentido os dirijo mi última plegaria. Cambiad totalmente mientras todavía estéis a tiempo, no deshonren, con vuestros métodos, a nuestro gran maestro Marx y no sigáis alejando a las masas del socialismo»[77].

 

 



[1] En la época en que se proclamara la teoría del socialismo en un solo país circulaba entre los militantes el horrible chiste de que «sí, existe un país socialista, el país constituido por los campos de concentración en donde todo lo que está encerrado es socialista y comunista».

[2] En Argentina, así como en otros países del Cono Sur, la desaparición sistemática de militantes revolucionarios fue considerada por muchos, incluso por muchos grupos que se pretenden revolucionarios, como algo original, inédito y fruto de la maldad propia a los militares de ese país. Ello revela una ignorancia y/o ocultación total de la historia de la lucha de clases: nosotros no nos atrevemos a decir cuándo empezó; con seguridad la desaparición física de personas como centro del terrorismo de Estado debe remontar a la aparición misma del Estado. Pero podemos afirmar que durante todo el siglo XX se practicó de manera sistemática, que el estalinismo se impuso y se consolidó aplicando sistemáticamente esa metodología, no sólo en Rusia y las otras repúblicas soviéticas, sino contra los militantes considerados discrepantes de todos los países del mundo. Las invitaciones a Moscú de los discrepantes contenía siempre esa posibilidad y hasta el día de hoy no se han censado los desaparecidos. Lo mismo puede decirse de los militantes, que los agentes estalinistas y el partido «comunista» de ese país, torturaron e hicieron desaparecer en España entre 1936 y 1939.

[3] Por ejemplo la concepción misma del partido leninista, infalible, perfecto, expresión del dogma revelado y necesariamente infalible, también viene de ahí. En efecto, la concepción del partido de la socialdemocracia que hace derivar el mismo no del proletariado y su lucha, sino de la ciencia y la civilización (común a Kautsky, Lenin, Stalin…) es básicamente religiosa. Esto lo mostraremos en la continuación de este texto que publicaremos próximamente.

[4] Entrevista a Agustín García Calvo publicada en CNT número 324 de junio 2006.

[5] Agustín García Calvo, Idem.

[6] Mientras las izquierdas comunistas en su proceso de constitución y ruptura con los «partidos comunistas» oficiales, siempre criticaron las bases económicas de la sociedad estalinista y denunciaron el carácter capitalista, la mayoría de los grupos denominados anarquistas nunca criticaron las bases económicas de esa sociedad contentándose, como otras fracciones de la socialdemocracia (incluido el trotskismo), en hacer una crítica superficial y política. Esta crítica, como la efectuada por ejemplo por Arthur Lehning en Marxismo y anarquismo en la Revolución Rusa, se limita a la crítica de «la dictadura» leninista, estalinista, a la crítica de la falta de democracia y la ausencia de los derechos humanos, etc. Esta crítica «anarquista» y/o «socialista» avala como comunista, lo que en realidad es capitalismo.

[7] Aquí mencionamos la democracia tal como se utiliza normalmente sólo como una forma de organización del poder burgués. Como lo hemos dicho muchas veces la democracia es mucho más que eso, es la esencia de la dominación del capital, producto de la generalización de la sociedad mercantil y en este sentido más global todas esas banderas y estructuras (incluyendo el fascismo, el estalinismo, el frente popular…) son expresiones formales de la democracia.

[8] Lenin: Sobre el infantilismo de izquierda y las ideas pequeño burguesas.

[9] El pretexto socialdemócrata es siempre que se trata de algo táctico; pero la contribución activa del leninismo al desarrollo del capitalismo es, en la práctica, fundamental, estratégico.

[10] Lenin: Sobre el impuesto en especie

[11] Ver al respecto Contra el mito de la transición socialista: la política económica y social de los bolcheviques en Comunismo número 15/16.

[12] Lenin: La catástrofe inminente y los medios para conjurarla octubre de 1917.

[13] Desde nuestro punto de vista es claro que el cambio político no implica ninguna revolución y, consecuentemente, que en Rusia, en la medida en que no se ejerce ninguna dictadura contra el capital, es decir destructiva de las relaciones sociales burguesas, resulta totalmente absurdo hablar de «dictadura del proletariado», que es precisamente ese proceso destructivo (en lo económico social).

[14] Ponemos «revolución» entre comillas porque en realidad esas «revoluciones» son, precisamente, lo contrario a lo que los revolucionarios entendemos por revolución. Se trata de un cambio del poder político, seguido de un conjunto de reformas, que tienden a mantener el viejo sistema social, como sucedió incluso con lo que se llama «revolución francesa» y en última instancia también con la «revolución rusa». En todos esos casos se trata de la liquidación de la revolución, de la contrarrevolución.

[15] Incluso eso de «dirigir» el capital es sumamente relativo, la dinámica del capital mismo implica que sea indirigible o si se quiere que quienes aparecen dirigiendo al capital sean en los hechos dirigidos por él.

[16] Lenin en La catástrofe inminente y los medios para conjurarla de octubre de 1917.

 

[17] En todo lo que sigue, nosotros no llamamos socialdemocracia a tal o cual partido formal, sino al conjunto de fuerzas de integración capitalista específicamente destinado a encuadrar al proletariado y tal como lo caracterizamos en lo que sigue. Este verdadero partido histórico del capital para los proletarios, como lo señalamos en muchas oportunidades, comprende a fuerzas que se denominaron de muy diferentes maneras: socialistas, comunistas, anarquistas, marxistas leninistas, trotskistas, bolcheviques leninistas, maoístas, guevaristas, castristas…

[18] Sobre la transformación de los intereses proletarios en la reforma recomendamos al lector el libro de Miriam Qarmat Contra la democracia, Colección Rupturas, Libros de Anarres, 2006, Buenos Aires, y también el artículo Consignas ajenas conciencia enajenada.

[19] Los más modernos de los socialdemócratas postmodernos han puesto a la moda ahora una palabra más radical «las comunicaciones», la comunización para sustituir a aquellas ya muy desgastadas. Pero al igual que sus colegas nunca queda claro en sus teorías cómo se puede hacer comunismo sin la dictadura revolucionaria y la consecuente destrucción del capitalismo.

[20] Ver al respecto nuestro número Contra el trabajo (Comunismo número 12) y particularmente nuestro texto: Acerca de la apología del trabajo.

[21] Ver por ejemplo el CICA (Circulo Internacional de Comunistas Antibolcheviques) www.geocities.com/cica_web. El CICA es el ejemplo típico de grupo que se reivindica de la izquierda comunista sin romper con la esencia de la concepción socialdemócrata. Ver al respecto nuestro sitio Internet www.geocities.com/icgikg/

[22] Lenin Acerca del papel y de las tareas de los sindicatos (publicando en enero 1922).

[23] Es sistemática y típica, de todo partido burgués para los proletarios, esa confusión e identificación permanente entre dos cosas que son antagónicas: los intereses del trabajo con los intereses de los trabajadores. ¡Estos consisten precisamente en trabajar lo menos posible, en imponerse contra los intereses del trabajo!

[24] Lo que decimos aquí para el pan, es evidentemente válido para el arroz, o los derivados de ambos, así como para cualquier otro elemento alimenticio de base.

[25] Ello no implica no reconocer que la socialdemocracia no es un partido burgués cualquiera. Es un partido burgués específicamente dirigido a encuadrar, dirigir, encausar a quienes tienen interés en destruir el sistema social para que no lo hagan, es un partido burgués para encuadrar a los proletarios.

[26] Lo que se llama «revolución francesa» no es la revolución que intentaron los proletarios agrícolas y urbanos, en esa época en Francia, ejecutando terratenientes, nobles y curas, quemando títulos de propiedad y conspirando por hacer la revolución permanente (intento de dictadura de los pobres, conspiración por la igualdad, Babeuf, Buonarroti…) sino todo lo contrario, la liquidación de esa revolución social y la transformación en mera «revolución» política antimonárquica y la proclamación de la república democrática burguesa y de los derechos democráticos del hombre y del ciudadano.

[27] Lo que sigue es evidentemente un esquema en el que se presenta una enumeración de cuestiones consideradas tácticas que en realidad forman un todo estratégico contra la revolución.

[28] Ver nuestro texto El argumento del mal menor, sirviente caballero del capitalismo Comunismo No. 42

[29] Es evidente que esta enumeración la hacemos tal como nuestros enemigos la expresan, porque esas oposiciones tampoco son tales: ejemplo la democracia no se opone a la dictadura sino que es dictadura del capital, la liberación nacional es necesariamente proimperialista del «otro lado», lo que es derecha en un país es izquierda en otro y viceversa, la aristocracia también puede hacer una política popular, el fascismo no es más que un producto orgánico del Estado democrático y hasta del antifascismo que lo desarrolla como cuco indispensable para sus intereses...

[30] Ver al respecto Liberación nacional cobertura de la guerra imperialista en Comunismo Números 2 y 3.

[31] El mejor documento histórico de cómo funcionaban las diferentes fracciones trotskistas en Rusia contribuyendo a la reproducción del estalinismo y saboteando toda crítica de fondo, es sin dudas el libro de Ante Coliga Dix ans au pays du mensonge déconcertant. Desconocemos si existe traducción castellana y en francés aconsejamos la única obra completa Editions Champ Libre y no la versión parcial publicada por 10/18.

[32] Por ejemplo Lenin dice: «El impuesto en especie es la transición del comunismo de guerra a un justo intercambio socialista de productos» y 6 renglones después: «El intercambio significa la libertad de comercio, es capitalismo», en la Conclusión de Sobre el Impuesto en especie. O sea que el intercambio de productos es según Lenin ¡socialista y capitalismo al mismo tiempo! Así se manejó la dirección del Estado ruso hablando simultáneamente de patria socialista, de los beneficios del capitalismo de Estado, de empresas comunistas, de las ventajas del intercambio capitalista… la confusión generalizada sirvió para desorientar totalmente al proletariado y someterlo nuevamente al trabajo, al capital, a la economía nacional.

[33] Ver al respecto el texto de Jean Barrot: El ‘renegado’ Kautsky y su discípulo Lenin.

[34] Lenin en el VIII Congreso de los Soviets de Toda Rusia.

[35] Como ya lo hemos señalado, en muchas oportunidades, discrepamos con llamarle a ese régimen «capitalismo de Estado» porque en realidad el capital sólo está estatizado formalmente, jurídicamente. Además, la continuidad de las relaciones sociales mercantiles hace imposible un verdadero control central de la economía, lo que irá quedando claro, contrariamente a las ilusiones que los marxistas leninistas se habían hecho, en los años siguientes. Ese estrepitoso fracaso en el control del capital muestra también hasta qué punto, el capital en la URSS no era capitalismo de Estado, ni siquiera era controlado por el Estado y que ese supuesto socialismo, defendido por los marxistas leninistas, no era competitivo a nivel internacional.

[36] Lo falso es esa oposición entre monopolio y competencia (o entre exportación de mercancías y exportación de capitales…) u otras oposiciones que esa ideología hace, cuando en realidad el capitalismo contiene necesariamente ambas realidades, todo monopolio implica competencia y viceversa (toda exportación de mercancías es exportación de capitales y viceversa). Por otra parte el imperialismo existe durante toda la historia del capitalismo e incluso desde antes. En fin no hay ningún cambio en la naturaleza esencial del capital, tal como Marx lo había descrito. Los supuestos cambios son subterfugios ideológicos de los socialdemócratas, desde que existe el partido socialdemócrata, para revisar la esencia de la teoría revolucionaria y justificar todo tipo de revisión de la teoría de Marx, en nombre de que la época «ha cambiado».

[37] Lenin: Acerca de la significación del oro ahora y después de la victoria del socialismo 1921

[38] Lenin en Informe sobre la sustitución del sistema de contingentación por el impuesto en especie en el X Congreso del PC (R) de Rusia (1921)

[39] Idem.

[40] La enumeración, que sigue a continuación, no es exhaustiva y no pretende ser más que un claro esquema, ilustrativo, que facilita la exposición y la explicación. Todo lector atento puede decirnos, con razón, que la separación en puntos es totalmente arbitraria, que en realidad uno y el siguiente se recubren parcialmente, etc. A pesar de esto, resulta sumamente útil, para nuestra explicación, hacer una enumeración característica de esa ruptura, para luego contrastarla con lo que fue el marxismo leninismo.

[41] Ver nuestro artículo: Brest-Ltovsk: La paz es siempre paz contra el proletariado en Comunismo número 15/16 así como el documentado trabajo de Guy Sabatier: Traité de Brest-Litovsk 1918 coup d’arret a la revolution Spartacus.

[42] Ver Contra el mito de la transformación socialista: la política económica y social de los bolcheviques, la continuidad capitalista. Comunismo número 15/16

[43] Lenin en La revolución proletaria y el renegado Kautsky

[44] No sólo porque en todos los países se encontrarán causas nacionales para defender, sino porque se subordina, al proletariado de todos los países, a los apoyos interminables de las liberaciones nacionales, porque bajo esa cobertura se impone el apoyo de los proletarios a las burguesías de todo el mundo.

[45] Sobre este punto y el anterior ver en este mismo número el artículo Lo que nos separa.

[46] Lenin en el IX Congreso del PC de Rusia en 1920.

[47] Lenin en La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo (1920).

[48] El lector hará inevitablemente el paralelismo con lo que los dominantes del mundo condenan hoy como «el islamismo». Dicho paralelismo tiene bases históricas reales y puede explicarse por muchas otras razones, aunque también podríamos señalar diferencias, pero dicho análisis, tanto en el sentido de las concordancias como en cuanto a las diferencias, nos alejaría de los objetivos de este texto.

[49] «Y termino aquí, aunque habría que criticar casi cada palabra de este programa…Hasta tal punto que, caso de ser aprobado, Marx y yo jamás podríamos militar en el nuevo partido erigido sobre esta base y tendríamos que meditar muy seriamente en qué actitud habríamos de adoptar frente a él, incluso públicamente. Tenga usted en cuenta que, en el extranjero, se nos considera a nosotros responsables de todas y cada una de las manifestaciones y de los actos del Partido Obrero Socialdemócrata Alemán. Así por ejemplo, Bakunin en su obra Política y Anarquía, nos hace responsables de cada palabra irreflexiva pronunciada y escrita por Liebknecht…» Engels carta a Begle 18-28 de marzo de 1875.

[50] Más allá de que, en esa afirmación, se reduce la revolución a la insurrección, conviene subrayar que ni siquiera esto era cierto. Los viejos bolcheviques, el famoso «partido de Lenin», con sus planteos y reivindicaciones democrático burguesas, siempre habían ido detrás del proletariado revolucionario en Rusia, siempre se opusieron a la lucha por la revolución social en ese país y se dedicaron al apoyo más o menos crítico de los partidos burgueses y de la democracia. Durante la insurrección de octubre actuaron como partido oscilante y los viejos dirigentes se opusieron a la misma.

[51] La política internacional de los bolcheviques y las contradicciones en la Internacional Comunista, Comunismo números 17 y 18.

[52] Muchos dirán que eso era lo que decían, que en realidad los bolcheviques ya tenían por objetivo liquidar la revolución y que utilizaban el discurso socialista para sus fines, que como otros contrarrevolucionarios querían que todo cambiara para que todo quede como está. Nosotros no compartimos este análisis, que sitúa a esos individuos por encima de la historia, dirigiendo voluntariamente la contrarrevolución, sino que vemos esto como resultado de un proceso que los supera. Pensamos que la concepción contrarrevolucionaria de la socialdemocracia, que los dominaba, los hizo efectivamente creer en esa utilización progresista del capitalismo y el Estado para fines socialistas. En esto desconocieron el ABC de lo que es el capital y el Estado.

[53] Se nos dirá que el frentepopulismo formal recién fue aprobado en los años treinta, y es verdad. Pero nosotros no nos referimos al frente popular formal sino al real. El frentismo con «los otros partidos obreros», el frente unido o único, esconde que en realidad se trata de un frente popular porque los «partidos obreros», con los que se propone frente, son los partidos burgueses para el proletariado, son los partidos de la socialdemocracia, es decir partidos que todos los internacionalistas consideraban como abiertamente capitalistas. Por eso hablamos abiertamente de frente popular en general, más allá de que a partir de mediados de los años veinte, importantes dirigentes de la IC, como el propio Dimitrov, hicieron llamados abiertamente policlasistas y frentepopulistas.

[54] Ver Liberación nacional cobertura de la guerra imperialista en Comunismo números 2 y 3.

[55] El día siguiente de la insurrección, los bolcheviques anuncian que publicarán «una nota asegurando a todo el personal de las embajadas y de las misiones el respeto que quiere testimoniar la segunda revolución a los Aliados» (Jacques Sadoul, Notes sur la révolution bolchevique, página 55).

[56] Según Sadoul este ofrecimiento lo hace, en primera instancia, el propio Lenin. En las obras de Lenin éste aparece, un poco después, opuesto a esta solución, que siguen defendiendo en el Comité Central consagrados bolcheviques, hasta que luego, al quedar en minoría y ser amenazados de exclusión, abandonan dicha posición.

[57] «Yo ya les propuse toda una serie de condiciones preliminares a la conclusión de un armisticio que harán temblar de horror a los negociadores alemanes: continuidad de la fraternización y de la agitación revolucionaria, prohibición del transporte de tropas de un frente a otro, negociaciones en territorio neutro o ruso, condiciones militares muy desventajosas para los alemanes». Texto citado de Sadoul, página 120.

[58] Texto citado de Sadoul, página 161.

[59] Extraído de la cronología citada, Comunismo número 17.

[60] Esta carta fue presentada al Comité Central el 22 de febrero de 1918 y fue firmada por importantes miembros del mismo como Oppokov, Lomov, Ouritski, Bujarin y Boubnov, así como por varios Comisarios del pueblo como Stukov, Bronski, Iakovieva, Spundé, Pokrovski y Piatakov.

[61] «Todavía emocionados por la escenas de fraternización con los soldados revolucionarios rusos, por las poses comunes para la fotografía junto a ellos, por los cantos y las hurras y la entonación de la Internacional, los “compañeros” alemanes se lanzan, desde ahora con las mangas remangadas, hacia el fuego de las acciones masivas heroicas para abatir todos los proletarios franceses, ingleses e italianos. Gracias al refuerzo masivo en carne de cañón alemán, la masacre volverá a encenderse por todo el frente oeste y sur con una fuerza multiplicada por diez. Ello obliga a Francia, Inglaterra, Estado Unidos a realizar los esfuerzos más desesperados. Así, lo que resulta como efectos primeros del Armisticio ruso y de su consecuencia inmediata, la paz separada al este, no es para nada algo que apresure la paz general, sino 1) la prolongación de la masacre entre los pueblos y la monstruosa agravación de su carácter sanguinario que exige de ambos lados mayores sacrificios que sin duda harán palidecer todo lo que vimos hasta ahora y 2) una enorme fortificación de la posición militar de Alemania y de sus planes de anexión, de sus apetitos más osados». Rosa Luxemburg, La responsabilidad histórica, enero 1918. Nos parece incuestionable lo que declara Luxemburg en este texto. Debemos recordar sin embargo, que a su vez, Rosa Luxemburg nunca llegó a romper con las bases ideológicas de la socialdemocracia y jugó un papel centrista contra la ruptura comunista en Alemania.

[62] Por todo lo expuesto es lógico que hablemos de ejército ruso, e incluso de reorganización del ejército ruso (en contraposición a los guardias rojos o lo que luego se conocerá con el nombre de «ejercito maknovista»), en continuidad con el ejército zarista (se reconstituyen las normas y la jerarquía del ejército histórico del zarismo) y que no tenga ningún sentido hablar de ejército proletario como hicieron los aburguesados dirigentes bolcheviques. Esa denominación, o la de ejército rojo u otras, son pura mistificación del leninismo, el trotskismo y el estalinismo.

[63] Las llamadas «concesiones al capital internacional» se presentan como meramente económicas pero, evidentemente, son también políticas, programáticas, contrarias al ABC de la lucha comunista: el capital sólo entiende de ganancia, de tasa de ganancia y, por lo tanto, de aumentar la explotación de los proletarios. Lenin aseguró esto también.

[64] Aquí se comprueba, una vez más, que Lenin ve las cosas como los patrones identificando aumento del trabajo (mayor disciplina, más cantidad y más intensidad del trabajo) con aumento de la productividad del trabajo que, como dijimos anteriormente, es todo lo contrario (¡menos trabajo para producir lo mismo!). La cita es de Las tareas inmediatas del poder de los soviets. Tesis.

[65] Es importante conocer las posiciones de quienes luchaban contra esa política en Rusia. Ver entre otros el número 18 de la revista Comunismo, donde se publican varios textos de las oposiciones bolcheviques (Osinky, «Grupo del Centralismo Democrático», Declaración de los 22…), así como el número 20 de Comunismo, en donde se publica el «Manifiesto del Grupo Obrero del Partido Comunista Ruso».

[66] Ver al respecto nuestros trabajos en Comunismo número 17 y Jacques Baynac, La Terreur sous Lenine (El Terror bajo Lenin).

[67] Ver la traducción de la primera parte de este artículo en Comunismo número 20.

[68] En el artículo La Conferencia Comunista Internacional y los problemas de la Internacional.

[69] Ver al respecto: Memoria Obrera, La izquierda comunista en la India (1920), en Comunismo número 7.

[70] La calificación es absurda porque se le aplican términos que tienen sentido de clase, como explotación y opresión, a la relación entre países. Es falsa, en el sentido de que es absurdo decir, por ejemplo, que toda la nación es explotada y oprimida escondiendo que en ella hay explotadores y opresores. Pero como la misma sirve para dividir al proletariado, para transformarlo en furgón de cola de tal o cual fracción, es y seguirá siendo utilizada. Preferimos agregar que es también interesada, lo que explica la persistencia de lo absurdo.

[71] Esta colaboración de Radek, y por su intermedio del Estado ruso, con los represores directos del proletariado en Alemania había sido acordada por el propio Radek unos años antes, cuando de preso pasa a ser adulado hombre de Estado. Radek pasa así de enemigo a colaborar abiertamente con el jefe de la Reichwsehr, general Von Seecket, y a preparar los acuerdos entre ambos Estados que se concretarán unos años después (como el de Rapallo). Ver, por ejemplo, Sebastian Haffner, Le pacte avec le diable (El pacto con el diablo).

[72] En realidad, la formulación es incorrecta. Sólo usamos la fórmula de nuestros enemigos para poner en evidencia su falsedad: un Estado nacional nunca puede ser puesto al servicio de la lucha del proletariado, sino que hay que destruirlo; sólo el proletariado armado puede desarrollar aquella acción revolucionaria. La cuestión es que los marxistas leninistas confunden y asimilan una cosa con otra: el poder armado del proletariado con el Estado burgués ruso que nunca fue destruido. Como explicamos, el desarrollo del capitalismo en Rusia, que Lenin tanto defendía, sólo podía consolidar el estado burgués en ese país, cualquiera fueran sus administradores. La aplicación del leninismo consolidó entonces al Estado burgués en ese país y a los bolcheviques como sus administradores.

[73] Agregando que «hay que desarrollar una lucha sin piedad contra el laborismo». Las dos citas son de las tesis de Fraina aprobadas por la Conferencia de Ámsterdam.

[74] Del Postcriptum agregado por Pannekoek, luego del Segundo Congreso de la IC, a su texto La revolución mundial y la táctica del comunismo (el texto apareció entonces firmado con el seudónimo de Horner) ya citado.

[75] Ver Comunismo número 18.

[76] Se hace referencia a la Nueva Política Económica de Lenin favorable al capitalismo y el comercio privado en Rusia, que será aplicada con éxito para el desarrollo capitalista en ese país, lo que significará, como es lógico, un golpe brutal a la lucha del proletariado.

* El leninismo contra la revolución. Segunda parte  se publicó en el órgano del Grupo Comunista Internacionalista, Comunismo, número 56. El documento de Jean Barrot al que hacen referencia lleva por título El «renegado» Kautsky y su discípulo Lenin y se encuentra en la misma publicación (Nota del Grupo Socialista Libertario).

[77] La carta fue reproducida por un corresponsal de Poslednia Novosti según cita Melgounov y nosotros la extrajimos del libro de citado de Baynac.