¿QUE VEINTE AÑOS NO ES NADA?

(Apuntes apresurados para una historia de la CGT, 1984-2004)

 

 

Los comienzos: el Congreso de Unificación

 

Entre los días 29 de junio y 1 de julio de 1984, medio millar de delegados y delegadas, representando oficialmente a 116 sindicatos, se reunieron en el Palacio de Congresos y Exposiciones de Madrid para celebrar un Congreso de Unificación de dos sectores procedentes de la CNT. Uno de ellos era el llamado Congreso de Valencia, organización que agrupaba a los sindicatos que abandonaron la CNT durante el Vº Congreso, el de la Casa de Campo. En esos momentos estaba encabezado por Carlos Ramos. El otro era el que formaban sindicatos de la CNT-AIT –sobre todo de Cataluña, Andalucía, Madrid, Valencia y Coruña[i]-, unidos todos ellos como reacción al proceso que entre las primaveras de 1983 y 1984 había distanciado a las bases sindicales de la dirección del sindicato. Efectivamente, tras el VIª Congreso (enero de 1983, en Barcelona) que había favorecido las posiciones de los llamados “aperturistas”, encabezados por Antonio Pérez Canales, la reacción tres meses después de los sectores más ortodoxos, en el Congreso monográfico de Torrejón, había desplazado a éstos. En consecuencia, y tras un año de fuertes tensiones internas, en marzo de 1984 una Conferencia de sindicatos de CNT-AIT “por la unificación confederal” se había desmarcado de su dirección e iniciado el proceso para la confluencia con los procedentes del Congreso de Valencia.

Al frente del sector disidente de la CNT-AIT se encontraba José Bondía, quien en el Vº Congreso había sido elegido Secretario de la organización, representando por un tiempo las posiciones menos evolutivas. Ahora, Bondía y Ramos habían encabezado a sus respectivos sectores en una Plenaria de las dos organizaciones celebrada los días 9 y 10 de junio en Madrid, preparatoria del inmediato congreso. Uno y otro sector habían suscrito sucesivos llamamientos a la “unidad confederal”[ii], y la Plenaria no hacía sino explicitar el sentir de todos ellos al respecto de los asuntos principales, anticipando un consenso que sería tal dos semanas después. En esa Plenaria se declaraba ya que, siendo la alternativa las secciones sindicales de empresa, el boicot a las elecciones sindicales no había resultado positivo y había desplazado a los sectores confederales del ámbito de la negociación colectiva y de la representación sindical. Se adelantaba, pues, una intención participativa en esas elecciones al considerarse la misma una cuestión estratégica y no de carácter ideológico, de manera que la CNT se presentaría a las próximas, siempre con la intención de “potenciar la afiliación y la conciencia organizativa de los trabajadores”. El objetivo final era “vaciar de contenido a los comités de empresa”, actuando desde dentro de los mismos pero derivando lo principal de la acción sindical hacia las secciones sindicales. El preacuerdo se completaba con una invocación a la libertad personal de los afiliados no partidarios de este cambio estratégico, así como con una referencia al control de los futuros delegados y a la intención de ser representativos en la negociación colectiva, aunque no se plantearan cotas como la de llegar al diez por ciento que les convirtiera en “sindicato más representativo”, con todo lo que ello suponía.

El Congreso resultó tenso, “movido” y hasta violento, pero no dentro de la sala sino fuera de ella. Miembros de la CNT-AIT oficial tomaron los alrededores del Palacio y hostigaron a los delegados durante su celebración, resultando incluso algunos heridos en las agresiones y dando hacia el exterior una imagen de auténtica “batalla confederal”[iii]. En el interior de la sala, sin embargo, los debates evolucionaron hacia el acuerdo con más rapidez de lo habitual, sustanciándose éste en una “Declaración de Unidad Confederal” aprobada por aclamación, después de limar algunos aspectos de matiz. Los debates, cuando quisieron apurar cuestiones más concretas, fueron suspendidos con el argumento expuesto desde el potente –en los términos de la CNT de entonces- Sindicato de Transportes de Barcelona en el sentido de que de lo que allí se trataba era de “dar un paso político” para crear una organización, y que una vez creada ésta se iría a otro comicio que tratara temas como el que en ese momento monopolizaba la discusión[iv].

De aquel congreso salió una CNT “sin apellidos”, desprendida de la referencia “AIT”, que quedaba en patrimonio y como distinción de los sectores ortodoxos del anarcosindicalismo español. La “nueva CNT”, por boca de su recién elegido Secretario, José March Jou, un trabajador de correos leridano de 33 años[v], apostaba por “la renovación y actualización del anarcosindicalismo, sin renunciar a su historia”. Tampoco se renunciaba a los principios ideológicos, pero afirmando la necesidad de adecuar éstos a las necesidades del tiempo presente, propiciando incluso una evolución estratégica a medio plazo[vi]. Esa distinción entre historia asumida sin titubeos y principios sometidos a evaluación resulta muy sintomática de ese instante. La “nueva CNT” necesitaba de la legitimación interna y externa de la historia asociada a esas siglas, pero pretendía encarar la eterna trilogía de “los principios, tácticas y finalidades”, santo y seña de la ortodoxia a la que venían a combatir, con un criterio abierto y flexible. No en vano, el choque contra la realidad –lo estéril de una estrategia apoyada en exclusiva en el boicot a los comités de empresa y elecciones sindicales- les había llevado a aquel congreso, donde reconocían que “un sindicalismo sin soluciones prácticas para la realidad vigente”, unido a divisiones y tensiones internas y agresiones exteriores, había conducido a la “atomización” y pérdida de posiciones del anarcosindicalismo, tan prometedor todavía a finales de los años setenta.

El Congreso también trató de otras cuestiones de menor importancia, por más que la discusión se la proporcionara en exceso. Así, se rechazó la Ley Orgánica de Libertad Sindical (LOLS), que en ese momento suponía el marco legal de relaciones laborales, por propiciar un sindicalismo afín al gobierno socialista y reducir los espacios para un obrerismo autónomo; se proclamaron genéricas posiciones sobre negociación colectiva; se discutieron iniciativas sobre normativa interna, que pasaron en su totalidad a un futuro comicio (salvo las cuestiones de urgencia para el funcionamiento ordinario de la entidad resultante de la Unificación); y se habló largo y tendido de las relaciones internacionales de la “nueva CNT”. Éste fue un debate nada práctico, centrado en la vigencia de la AIT como internacional anarcosindicalista, que contrastaba con el hecho de que la totalidad de los apoyos internacionales reales de la nueva organización no pertenecían a la disciplina de esa AIT, controlada desde los sectores ortodoxos de la CNT española y “del exilio”.

 

Años de penuria y entusiasmo

 

La organización salida de la Unificación era pequeña, sin recursos y llena de problemas. Uno que no se producía era el que podía preverse: las dificultades de relación entre sindicalistas procedentes de dos sectores que habían tenido fuertes tensiones entre ellos. En realidad, la procedencia de uno u otro sector quedó enseguida difuminada y superada ante la nueva convivencia y, sobre todo, ante la emergencia de nuevos retos que colocaban a unos y a otros en afinidades diferentes, no relacionadas con el origen.

Mayor fue el problema de relación con la CNT-AIT, centrada ahora ésta en una actividad que se limitaba a contrarrestar la presencia de la nueva organización. Los primeros años estuvieron plagados de tensiones e incidentes, violentos muchos de ellos, entre unos y otros. La CNT-AIT echó la casa por la ventana en cada elección sindical para que sus opositores anarcosindicalistas no obtuvieran adecuado resultado. Sus medios de prensa vivían para esa causa de descalificación, y los precarios de la nueva organización para responderla[vii]. En ese viaje, otras organizaciones aprovecharon la tesitura, y así se produjeron casos como, en el sector ferroviario, donde el grupo AIT firmaba con CCOO un documento contrario a la nueva CNT. En ese sentido, fue un tiempo casi “de guerrilla”, exacerbadamente endogámico, a partir de núcleos reducidos muy militantes que justificaban su labor en pequeñas victorias tenidas por cruciales, con aplicación drástica y necesitada por diversos motivos de la acción directa –para imponerse en los conflictos y para legitimarse “en los principios y tácticas”-, en momentos en que el “desencanto” ya había sentado plaza, cuando el gobierno del PSOE se disponía a llevar a cabo grandes reconversiones del aparato productivo que supusieron desindustrializaciones de comarcas y regiones y un fuerte incremento del paro, y cuando en paralelo se asentaba un modelo sindical y de relaciones laborales bipartito, entre CCOO y UGT, con escaso espacio para otros, si exceptuamos a los sindicatos nacionalistas en Euskadi y en Galicia[viii].

“El Congreso de Unificación, en la práctica, solo representó aceptar las exigencias que la propia realidad nos imponía. La adecuación voluntaria de nuestro proyecto, adelantándonos a los acontecimientos, estaba aún por realizarse”. Con un sentido crítico retrospectivo realmente encomiable, así se veían los primeros años de la “nueva CNT” en su congreso de 1989[ix]. Efectivamente, el Congreso de Unificación solo había puesto “pie en pared” para evitar que un anarcosindicalismo con intención de futuro se desangrara definitivamente en querellas internas, ataques externos y ceguera para analizar la realidad. Pero “solo” había podido hacer eso: poner punto final al desastre. Ahora quedaba todo por hacer. Quizás el mejor reflejo de ello sea el local que ocupó la nueva organización, una primera planta en la madrileña calle Infantas, caracterizado por un ir y venir desordenado de personas de todas procedencias, que identificaba a un tiempo una clara revitalización del sindicato y una falta de concreción de su política futura.

Quedó para el Secretariado que encabezaba José March poner orden en todo ello, anticipando muchas veces soluciones y propuestas que casaban mal con una supuesta tradición donde los comités se interpretan a remolque de la capacidad propositiva de la base, que no al revés. Este aspecto, estando detrás de muchos pasos de la organización, también fue motivo de suficientes querellas internas.

Los retos de la “nueva CNT” tenían que ver con el exterior y con el interior. Hacia fuera, era una nueva organización, necesitada de legitimarse ante la sociedad y ante la clase trabajadora, y también ante la mirada de otras organizaciones de la izquierda social y política. Hacia dentro, debía encauzar esa recuperada vitalidad definiendo unas normas de relación interna, unos estatutos, que en el fondo fueran más que ello, que además permitieran precisar qué tipo de organización se estaba construyendo. Ninguna de las dos cosas era fácil.

Hacia fuera, los retos encontraron pronto tres escenarios perfectos a los que responder y a través de los cuales hacerse un sitio. Fue el importante Pleno de Confederaciones de marzo de 1985 el que atendió con acierto éstas y otras cuestiones. Allí se aprobó “la participación activa por el no” en el referéndum de la OTAN, que se celebraría justo un año después, un 12 de marzo. No era una decisión sin importancia. Todo lo contrario, desde la tradición antipolítica del anarquismo español, la “nueva CNT”, todavía sin soldar mínimamente su consistencia interna, se atrevía a dar el paso y participar en un referéndum político y entrar en relación con otras fuerzas políticas. Fue una decisión de riesgo que, como mucho, encontró al principio cierta inseguridad en las bases, pero que no provocó tensiones de carácter “ideológico”: nadie o pocos apelaron a los sacrosantos principios para desautorizar el acuerdo y la nueva estrategia. A cambio, la nueva organización entró en la mayor movilización social del ecuador de los años ochenta, se mostró válida y útil, conectó con sectores juveniles muy motivados por el carácter pacifista y antimilitarista de la campaña, y se dio a conocer y comenzó a legitimarse entre amplios sectores y organizaciones de la izquierda política y sindical[x].

Algo parecido ocurrió con la participación en la huelga general del 20 de junio de 1985 en contra de la reforma de las pensiones y del sistema de Seguridad Social promovida por el gobierno socialista. Todavía sin la UGT –que hasta la del 14-D de 1988 no se incorporaría a una huelga general contra el gobierno de Felipe González-, fue Comisiones Obreras quien llevó el grueso de la acción y quien capitalizó su relativo éxito. Para la “nueva CNT” fue otra ocasión para coincidir en la acción, ahora sindical, con otras organizaciones, para dejarse ver y para verse reconocida. Tampoco dejó de provocar recelos la coincidencia en la unidad, y sectores de la organización iniciaron una queja de largo recorrido en el sentido de que se iba “al carro” de otros o de que el trabajo resultaba en beneficio de otros. Persistía en esa crítica la perenne incapacidad de parte de la base confederal para medir el peso diferenciado de su organización y de otras con las que se venía a coincidir. A la vez, el beneficio de la huelga cara a salir a la calle destapó de paso las carencias: no había una extensión uniforme de la organización; en amplias regiones y sectores productivos ésta estaba ausente; no había tradición de participación en un proceso coordinado, para el que se necesitaba de una cierta disciplina orgánica. Pero, con todo, allí, en esa jornada tan bien (doblemente) sintetizada en  el eslogan confederal: “Parar el país para empezar a andar”, comenzó la recuperación del prestigio de la organización y la vuelta de viejos militantes frustrados luego de tanta conflictividad interna.

La tercera salida al exterior la constituyó un reto de primer orden: las elecciones sindicales de 1986. Después de la luz verde dada en el Congreso de Unificación para participar en esos comicios, como base para fundamentar otra práctica sindical, la “nueva CNT” debía preparar sus estructuras. El Pleno de octubre de 1985 diseñó estrategias en este punto y en negociación colectiva, pero a las carencias mostradas ya en la huelga del 20-J (falta de extensión horizontal de la organización, falta de cohesión interna para desarrollar una campaña prolongada en el tiempo) se sumó otra muy importante: el acuerdo del congreso de 1984 permitía intervenir, pero no obligaba ni instaba a toda la organización a pelear con entusiasmo en esta elección. La obtención de delegados se interpretó como el punto final de una tarea sindical previa, el momento en que legal y efectivamente ésta se refrendaba y consolidaba. También podía ser al revés, el punto de partida para incrementar la presencia sindical, pero no se vio así. De este modo, la “nueva CNT” consolidó o dio lugar a delegados sindicales allí donde estaba presente, pero siguió ausente y desconocida donde no estaba o donde no era suficientemente fuerte. La negativa a una “caza del delegado”, a “tener delegados porque sí”, a sumar delegados “sin más”, a una campaña “electoralista”, trajo por consecuencia un resultado muy por debajo de algunas expectativas, tampoco demasiado reales. De alguna manera, todo expresaba un impasse en la nueva organización: ésta se había abierto a la realidad, para no fenecer ante la obstinada ideologización anterior, pero no se creía del todo los pasos a dar. De las tensiones a medio plazo que ello provocó, entre la visión desde arriba de la dirección del sindicato y la que tenían las bases más partidarias del cambio lento y controlado, se dará cuenta más adelante.

La CNT que participaba en las elecciones sindicales obtuvo en la contabilidad de las de 1986 la cantidad de 1.037 delegados, lo que suponía un 0,63% sobre el total de los elegidos. En el cómputo anterior, el de las elecciones de 1982, el sector “Congreso de Valencia” y alguna sección sindical díscola de la CNT-AIT –fue el caso sonado de la del metro barcelonés- solo sumaban 107 para esas siglas, un 0,08%. Era un resultado interesante pero muy desequilibrado, donde la regional catalana aportaba un tercio de los delegados, una cuarta parte los proporcionaba Madrid, casi otro cuarto entre la regional levantina y la andaluza, y el resto a repartir en pequeños guarismos. Regiones enteras como Asturias, Baleares, Canarias, Cantabria, Castilla-La Mancha, Extremadura o Murcia eran a los efectos de delegados confederales casi inexistentes[xi]. Se esperaba más, pero los resultados trastocaron la situación interna de la organización en, al menos, dos aspectos: empujó a ésta a la realidad de una acción sindical consistente, y proporcionó recursos humanos y materiales, discretos si se les compara con lo que recibían otros sindicatos, pero realmente apabullantes para la tradición necesariamente austera de la “nueva CNT”. Ahora, como le había pasado más veces, debía transitar con mesura, control y tino de una situación de ausencia casi total a otra de relativa abundancia.

Este asunto de la economía interior –y de los recursos humanos: liberados, personal, horas sindicales…, o de locales[xii]- vino a sumarse a otro importante a estos efectos que procedía del Congreso de Unificación: los estatutos y la definición de la organización que ellos conllevaban. El Pleno de marzo de 1985 procedió a dotarse de unos provisionales, que debían ser ratificados en el próximo comicio[xiii]. En cuanto a la nueva economía, ésta trató de ordenarse en el Pleno Económico de febrero de 1987 a través de tres medidas: una homogeneización de la contabilidad en todos los niveles de la organización; la creación de una Comisión económica que distribuyera los recursos excedentes entre toda la organización confederal; y la dotación de un Fondo de Solidaridad Interterritorial que permitiera equilibrar el desarrollo territorial y sectorial de toda la CNT (o atender a emergencias). Al cabo de los años, solo el Fondo de Solidaridad funcionaba, pero, sin un mecanismo estable de control y ejecución de sus recursos y sin una contabilidad homogénea, las decisiones no respondían tanto a la planificación o a la estrategia como a los cambiantes equilibrios de fuerzas internas o a las singulares tradiciones localistas de gestión de los recursos de la organización confederal[xiv].

 

Un lento crecimiento plagado de conflictos

 

La impresión que quedó escrita de estos primeros años de la recuperación confederal distingue entre un primer periodo de dificultades, pero de gran y desordenado entusiasmo, el que va de la Unificación al Xº Congreso de 1987, y otro inmediato de crecimiento más continuado y de asentamiento de la organización, pero marcado por la vuelta a las tensiones internas, producto de una definición de la CNT todavía no resuelta[xv].

El eje de esas dos etapas se encuentra en el Xº Congreso, un comicio al que la pequeña historia de la “nueva CNT” reservaba un papel fundamental: asentar acuerdos, sobre todo de tipo interno, que se habían ido improvisando en Plenos confederales. Pero el congreso no solo no fue capaz de responder a esa expectativa, sino que se constituyó en el escenario donde contendieron dos grandes visiones de la organización: los que pensaban que se iba demasiado lento y que los cambios que necesitaba la entidad, de no llevarse a cabo, imposibilitarían su desarrollo; y los que entendían que esas transformaciones eran excesivas y que, de producirse, podrían proporcionar un crecimiento al precio y riesgo de desfigurar el carácter de la nueva Confederación. Al final, una incierta “tercera vía”, que no conformaba a nadie pero que tampoco determinaba el camino a seguir, fue la que se impuso. A la vez, todo el asunto de estrategia sindical quedó para una Conferencia, situación expresiva de que el comicio había sido incapaz de establecer las nuevas directrices de la organización en un momento tan crucial como aquél. Realmente, lejos de resolver cuestiones, el Xº Congreso fue el inicio de un proceso de acumulación de conflictos internos que dejó para el siguiente demasiadas cuestiones a tratar y a despejar. Todas las circunstancias anteriores acumuladas, y alguna novedad importante que veremos, fueron convirtiendo al XIº Congreso, mucho antes de celebrarse, en el momento crucial para el futuro de la organización.

El Xº Congreso se caracterizó por unos acuerdos alambicados, innecesariamente pretenciosos, más que eruditos, en cuanto a análisis de situación y extraordinariamente alejados de la realidad de la organización. Como ejemplos, ésta debatió y definió la trama de una Federación Estatal de Cooperativas, que nunca dio ni sus primeros pasos, o la creación de una Internacional Libertaria, a partir de los magros recursos e importancia de organizaciones como la SAC sueca y, todavía más, de pequeñas entidades como las francesas OSL y UTCL o la suiza OSL. A cambio, la Conferencia para la que quedó el punto séptimo de estrategia sindical sí que tuvo más enjundia, pero escenificó en el desacuerdo en los subpuntos 7 (“El sindicalismo de la CNT hacia el futuro”) y 7.2.1. (“Estrategia de consolidación y expansión a medio plazo”) las profundas diferencias de visión que existían en la organización.

La Conferencia llegó al acuerdo hasta donde cabía la crítica a lo existente, pero fracasó a la hora de concitar criterios de intervención posterior. En lo primero, el epígrafe “Ser representativos para ser únicos” resume perfectamente la coincidencia: se criticaba un mecanismo de representación articulado solo desde los resultados de las elecciones sindicales, que producían una escisión entre representantes y representados, que debilitaba al sindicalismo y lo hacía pasivo y dependiente del excesivo intervencionismo estatal (“el Estado como poder sindical” a través de la reglamentación continua del marco legal de relaciones laborales). Hablaba de algo muy en boga entonces: de la desestructuración de la clase obrera y de su ruptura en tres tercios (empleados, parados y autónomos), cuya consecuencia era un sindicalismo débil, instrumental (no ideológico), con tendencia corporativa y limitado progresivamente en sus sectores tradicionales (industria) en beneficio de otros emergentes (servicios, administración y parados).

Los dos dictámenes alternativos a los subpuntos señalados expresaban dos maneras bien distintas de ver la futura CNT. El primero, sostenido desde la dirección confederal y desde una regional tan potente como la catalana, era muy crítico con lo ya hecho y se planteaba mecanismos concretos para incrementar la importancia de la organización y para marcarse el reto de ser “más representativos” (obtener el 10% de la representación sindical en comités) en una década. Ello obligaba, en su visión, a estructurar una organización disciplinada, sin disfunciones, respetuosa de la decisión de las mayorías y extendida horizontalmente. “Debe de preocuparnos el desarrollo homogéneo de la CNT por todo el país. No servirá de mucho que alguna Confederación se desarrolle si por el contrario otras se van estancando”. A la vez, el protagonismo que confería a la dirección del sindicato, al Comité Confederal, era determinante para acabar con la sempiterna tendencia al localismo y para encabezar iniciativas que englobaran y obligaran al conjunto de la organización[xvi]. Los partidarios de este dictamen –el denominado “A”- proponían la articulación y fortalecimiento de estructuras, “incluso administrativas”, que propiciaran la continuidad de la CNT más allá de las personas que ocuparan en un momento los comités. En definitiva, la creación de una maquinaria sindical, con todas sus exigencias, incluida la dedicación exclusiva –y pagada- de personas a la organización, un tema todavía tabú en la “nueva CNT”. A la vez, proponían un Plan de Expansión, otro de Formación, la constitución forzada de Federaciones de Ramo, la creación de un periódico –que se iba a llamar Confederación-, el establecimiento de servicios para los afiliados, etcétera. Era una manera de ver el futuro y la estrategia de la “nueva CNT”.

La otra visión –el “dictamen B”- actuaba a la defensiva y trataba de poner coto a semejantes ínfulas organizativistas. En el fondo, un debate muy viejo dentro de la organización confederal. A semejanza de las proposiciones históricas, partía esta visión del individuo, del militante, más que del afiliado. Comenzaba por denunciar lo acelerado del proceso, singularmente en dos aspectos que bien resumen estas frases: “Hemos pasado de una situación de completo aislamiento a una especie de figurar como sea y con quien sea”, y “Hemos pasado de hablar continuamente de revolución… a casi olvidarnos de palabras como autogestión o acción directa. ¡No vayamos a espantar a la clientela!”[xvii]. La denuncia central era la “crisis de identidad” que vivía la “nueva CNT”, la búsqueda de un crecimiento sobre la base de desprenderse de las referencias ideológicas que caracterizaban a la organización. Ello quedaba patente, según éstos, en las recientes elecciones sindicales, donde, a pesar de que el Informe del Secretariado Permanente señalaba desfondamiento y falta de entusiasmo final, para este sector se había pasado por encima del acuerdo del Congreso de Unificación y se había entrado en el juego con campañas electoralistas de búsqueda del voto y del delegado “a cualquier precio”[xviii]. Se olvidaba que era una estrategia para “vaciar de contenido” los comités, y éstos se convertían en un fin en sí mismo[xix]. Como consecuencia de lo señalado, este sector pretendía una afirmación expresa de la “nueva CNT” como organización anarcosindicalista, lejos de las indefiniciones ideológicas que poco más tarde –ya para entonces tímidamente- ensayarían sus compañeros opositores. Asimismo, vistos casi como peligro, los delegados electos debían ser férreamente controlados desde sus secciones y fiscalizados en el uso de sus horas sindicales y decisiones. El afiliado debía conocer el carácter y compromiso que suponía su vinculación a la CNT, de manera que una afiliación masiva –que, por otra parte, tampoco se daba-, incontrolada e ignorante –“gratuita”- no viniera a cargar en las espaldas de los escasos militantes. La participación orgánica era la alternativa al fortalecimiento del aparato burocrático, de servicios y de organización que proponía la otra parte: no hacían falta liberados si había militantes, y viceversa. Pero una u otra elección definía el carácter de la organización.

Al final se impuso un intermedio de ambas visiones –una llamada “tercera vía”-, insatisfactorio para las dos, que frenaba los impulsos de unos y limitaba un tanto las prevenciones de otros. De alguna forma, todo quedaba para un futuro cercano, para el que sería el XIº Congreso.

Pero hasta el próximo comicio, todavía ocurrieron más cosas. Las elecciones sindicales en la Administración Pública tampoco depararon grandes resultados -113 representantes, un 0,86% del total[xx]-, y volvieron a evidenciar las grandes lagunas de la organización. Sin embargo, supusieron un nuevo aporte de recursos, sobre todo humanos, para la estructuración de un aparato que diera consistencia a la Confederación. A este pequeño avance se sumaron pronto los procesos llevados a cabo en sectores como Banca, SEAT, FASA-Renault y otros, donde diferentes referendos en los que CNT tuvo una posición protagonista evidenciaron las distancias que se manifestaban entre las mayorías sindicales de CCOO-UGT en esas empresas y sectores, y las demandas de las bases obreras y sindicales. La CNT pasó a rentabilizar esas disidencias, consolidando en el inmediato futuro su presencia en esos ámbitos tras las elecciones sindicales y, sobre todo, dejándose ver como una opción realmente alternativa a lo existente[xxi]. Sin embargo, los éxitos de una actuación “a la contra” seguían ocultando la ausencia de estrategias en el momento en el que la posición de la CNT fuera de orden constructivo[xxii]. La participación en la gran huelga general del 14-D (de 1988) volvió a hacer patentes las carencias orgánicas, pero constituyó a la vez un nuevo impulso para el movimiento sindical, del que también se benefició la Confederación[xxiii].

Todos estos procesos seguían incrementando el volumen de la organización, pero en la medida en que el crecimiento no se producía sobre la solidez de un acuerdo sobre la identidad de la misma, las tensiones internas se fueron traduciendo en crisis. Crisis que hacían colapsar la dinámica interna: disidencias de la regional asturiana, asunto “Flamenco 2000”, funcionamiento de las Plenarias, casos personales (como el del dimitido secretario de Organización)… Las reuniones orgánicas, incluidos los Plenos, se vieron progresivamente monopolizados por estos debates, y el ambiente interno fue enrareciéndose.

 

De CNT a CGT: la sentencia de las siglas

 

En ese punto contradictorio, de progresivo crecimiento y de tensiones interiores, se conoció la sentencia del Tribunal Supremo de abril de 1989 que daba las siglas en exclusiva al sector CNT-AIT, impidiendo que la “nueva CNT” pudiera seguir usándolas. El asunto venía de lejos, de los años 1984 y 1985, del momento inmediatamente posterior al Congreso de Unificación, y había proporcionado ya dos sentencias favorables para la “nueva CNT”, que incluso habían llevado a ésta a discutir sobre una invitación al otro sector para resolver el asunto sin recurrir a los jueces. No fue por ahí la respuesta de aquéllos que, finalmente, lograron una sentencia que trastocaba lo anterior y la convertía en la práctica en ejecutiva.

De esa manera, la dirección de la CNT debió moverse rápido y en sendas Plenarias, en enero y marzo, fue preparando a la organización para lo que pudiera pasar, así como dando los pasos para una adecuación forzada a una nueva situación. Las nuevas siglas “CGT”, “Confederación General del Trabajo”, surgieron a iniciativa del Secretariado Permanente y de su Secretario, Pepe March, y fueron contrastadas discretamente con diferentes militantes de la organización. Se trataba, de un lado, de unas siglas que permitían mantener la conexión histórica con la CNT y, de otro, factibles de hacer propias, ya que el “propietario” de las iniciales “CGDT” estaba por la labor de cederlas a la necesitada organización[xxiv].

De las Plenarias hubo de pasarse a un Congreso Extraordinario, el 29 de abril de 1989 en la Casa de Campo madrileña, para recomponer la situación. Éste ratificó las decisiones anteriores y confirmó las siglas CGT para el futuro. Sin embargo, hubo mucha tensión, sobre todo entre las delegaciones gallegas y algunas andaluzas, acerca de tres cuestiones: sobre cómo se había tomado la decisión previa al comicio; sobre las posibilidades de un recurso; y sobre la hipótesis de seguirse llamando CNT. Al final se llegó a un intermedio, de manera que legalmente se usaba CGT, pero se permitía que los que desearan seguir como CNT usaran estas siglas a continuación y entre paréntesis, hasta tanto se sustanciara el tema del recurso. El asunto quedaba como CGT (CNT), en la confianza, luego confirmada, de que el tiempo acabaría dejando en pie unas siglas y remitiendo el uso de las otras[xxv].

En todo caso, el Congreso Extraordinario fue ilustrativo de tres realidades. Primero, la capacidad de la organización para responder eficaz y rápidamente a una decisión ajena que la cuestionaba de raíz. Segundo, su apuesta por un nuevo nombre suponía también que la nueva CGT se justificaba más en el proyecto de futuro que constituía ya que en la “obligación histórica” de pasado que la podía haber sostenido hasta entonces. Tercero, la demostración ante la opinión pública de que la mayoría del anarcosindicalismo en España se encontraba para esas horas en la que ahora iba a llamarse CGT, y no en el sector denominado “histórico”.

Pero lo que se interpretó como una agresión exterior, que llevó a un momentáneo cierre de filas, no fue suficiente –no podía- para desvanecer el crescendo de tensiones internas que acumulaba la organización. Después del “Congreso de las siglas”, en media docena de meses la organización se enfrentaba al decisivo XIº Congreso, llamado a resolver el pulso acerca de la definición de la CGT. El preámbulo fue intenso. Los cinco primeros números de Libre Pensamiento –exceptuado el número dos- contienen una desbordante cantidad de artículos expresivos de hasta los perfiles más mínimos de las dos grandes posiciones en liza. La acumulación de motivos para la confrontación interna no cesó, y a los anteriores (Plenarias, Asturias, “Flamenco 2000”, dimisión de algún secretario…) se sumaron otros nuevos: actuación del Secretariado ante el contencioso del cambio de siglas; estatus de los liberados[xxvi]; diferencias de criterio entre los propios miembros del Secretariado; crisis en la importante Federación de Banca (Fesibac); tratamiento informativo de las cuestiones internas en Rojo y Negro[xxvii]

El XIº Congreso no resolvió nada, pero estableció determinadas pautas que, aunque muy criticadas y poco sólidas, al final acabaron por asentarse. Otras no. Básicamente seguían contendiendo las dos grandes miradas anteriores y futuras de la organización: los partidarios de acelerar el proceso de fortalecimiento y disciplina orgánicas, dispuestas para un desarrollo y ampliación de los espacios de la CGT; y los que lo eran de un crecimiento más lento, casi natural, con una organización menos estructurada y disciplinada, y mucho más identificada en lo ideológico. Los partidarios de las llamadas “Tesis para avanzar”, con base en el propio Secretariado saliente y en potentes sindicatos de Cataluña, de Valencia o de Andalucía, chocaban con otros núcleos de tipo mediano, muy extendidos horizontalmente, y con representantes privilegiados en Valladolid, Vitoria o Galicia.

La piedra de toque eran los Estatutos de la organización, un tema que seguía arrastrándose. El trabajo de Ponencia fue muy intenso y hábil en la integración de las dos grandes visiones, encabezadas respectivamente por Metal de Barcelona y por Valladolid. Con todo, y a pesar de los grandes acuerdos, los “organizativistas” abrieron paso para el futuro a nuevas cuestiones, como el voto proporcional de las Confederaciones Regionales en las Plenarias, la Comisión de Garantías para los afiliados, el derecho de los afiliados a partidos a ocupar cargos y, en general, una trama orgánica mucho más exigente y jerarquizada. El acuerdo, sin embargo, se alcanzaba gracias a las limitaciones que estableció el otro sector, de manera que el voto proporcional en Plenarias existía pero con el compromiso de solo usarlo en situaciones extremas, la Comisión de Garantías tenía una capacidad ejecutiva muy cuestionada, los cargos de miembros de partidos no podían superar el nivel del sindicato local, y a cambio se mantenía una definición anarcosindicalista explícita de la organización.

El otro punto de controversia tenía que ver con la estrategia de crecimiento: agresiva y dispuesta en un caso, expectante en el otro. Los de las “Tesis para avanzar” se mostraban abiertos a la incorporación de colectivos sindicales autónomos, y entendían que el crecimiento iba por la vía de CGT como aglutinadora de esos espacios. El otro sector prefería un crecimiento decantado a partir del trabajo cotidiano de los militantes de la organización, sin focalizar con precisión en colectivos que en buena medida les generaban temor. Otra vez, un debate clásico[xxviii].

Representando a la mayoría de los de las “Tesis para avanzar”, fue elegido como Secretario General el trabajador de Banca de Madrid, Emilio Lindosa, que se presentó como “un hombre de equipo, más que un líder”. Pero su mandato no fue más allá del año y medio, plagado de situaciones de fuerte tensión interna que llevaron a la vuelta de Pepe March como Secretario o a la sustitución posterior de éste por el navarro Chema Berro, designado “en ausencia” en un Pleno totalmente desmoralizado[xxix].

En ese tiempo chocaron dos situaciones contradictorias: la organización seguía creciendo e incrementando sus espacios, mientras que internamente seguía sumida en el marasmo. El IIº Congreso Extraordinario celebrado en Coslada (Madrid), en mayo-junio de 1991, volvió a matizar algunos acuerdos anteriores, impuso un cierto orden[xxx]y eligió a March como sustituto del dimitido Lindosa. El XIIº ordinario, que tuvo lugar en un colegio de la localidad madrileña de Colmenar Viejo, en octubre de 1993, fue rotundo en el análisis de la situación interna: “El Pacto Federal –así se llamaba entonces el mínimo acuerdo dentro de la CGT- quedó seriamente tocado a partir del XI Congreso”. Y a partir de ahí dibujaba un escenario estremecedor: “La pérdida de mutua confianza y del diálogo dio como resultado una Organización dividida y desorientada…”; “replegamiento interno”, con cuotas ocultadas o no pagadas a los entes confederales, con insumisión ante los acuerdos, con falta de implicación en acciones generales, con ausencia de candidatos para ocupar cargos de gestión, con conflictos internos inacabables, con múltiples interpretaciones de la normativa, con comités confederales diezmados y enfrentados entre sí, con una clara tendencia al corporativismo[xxxi]. Como alternativa no se proponían grandes resoluciones sino una serie de recomendaciones encerradas en la frase “recuperar la confianza y la ilusión”, una apelación a renovar el Pacto Federal y a hacer uso de la transparencia, y una reclamación de unos estatutos “blandos”, de mínimos.

Pero, a cambio, también se afirmaba que “nunca la CGT ha tenido tanta realidad como hoy, ni tantos afiliados y tanta capacidad de negociación y de representación como ahora. A pesar de eso, la situación general no es tan ilusionante como debiera”. Para salir de ese impasse, la organización eligió a José Mari Olaizola como Secretario General, un militante del País Vasco con una larga trayectoria como activista, más que como sindicalista clásico. En cuanto al desarrollo del Congreso, la frase del cronista lo resume: “Las tentaciones autodestructivas de la Organización Confederal parecen haber encontrado por fin un coto sensato[xxxii]”. Significativamente, el debate sobre la situación interna y sobre los Estatutos dio lugar a un acuerdo suscrito por unanimidad –algo insólito, producto a un tiempo del hartazgo y del reconocimiento del mal autoproducido-, mientras que los otros puntos, incluido el de política sindical, se caracterizaron por su bajo perfil.

Los dos mandatos de Olaizola –fue reelegido en el XIII Congreso de comienzos de 1997- se caracterizaron por tres pautas: la insistencia en un lenguaje diferente, que cargaba más en la denuncia de una humanidad postergada y humillada que en demandas de una organización eficaz; la atención al ámbito internacional y al afianzamiento de contactos con otras organizaciones libertarias o radicales, en Europa y en Latinoamérica; y la incorporación -cuando no impulso protagonista- de la CGT a campañas y movilizaciones nacionales e internacionales, exigentemente militantes y de destacada repercusión en la izquierda social (marchas contra el paro, contra la Europa de Maastricht, contra la guerra, Iniciativa Legislativa por las 35 horas...)[xxxiii].

A la vez, la dinámica de la organización, una vez atenuados los fuegos internos, permitió un continuo crecimiento de efectivos. Más allá de los debates e incluso más allá de estrategias sobre un crecimiento vinculado a la captación de núcleos organizados (izquierda sindical de CCOO, sindicatos gremiales o locales, espacio del autonomismo sindical, restos sindicales de CNT-AIT…) o ligado a la afirmación anarcosindicalista de la CGT, lo cierto es que ésta mantenía una llegada constante de jóvenes trabajadores y de defraudados de otras centrales. A la incorporación sonada y en ocasiones conflictiva de la Izquierda Sindical de Banca o de SEAT se le fueron sumando otras “llegadas organizadas”: el Sabei (un sindicato balear de banca), el CAT de Administración Pública, la CNT de Córdoba y otras. Pero también se crecía “desde dentro”, desde la capacidad exclusiva de la propia organización, como demostraba singularmente un Sindicato Federal como el ferroviario. Eran dos fórmulas que muchas veces se tomaban por alternativas y hasta excluyentes, solo porque una y otra llevaban aparejadas sendas y distintas percepciones o miradas de la organización y diferentes estrategias de crecimiento.

La cifra creciente de delegados sindicales venía a confirmar esta situación[xxxiv], aunque a la vez seguía constatando irregularidades. La CGT se concentraba territorialmente en Cataluña y Madrid, seguida de País Valencià y Andalucía. Algunas regionales, como Castilla-León, se habían extendido considerablemente, pero otras estaban paralizadas o en retroceso. Incluso en importantes zonas del país, la CGT seguía, si no ausente, sí escasa de efectivos. Otro tanto ocurría con los sectores. Producto probablemente de la sangría que padeció el anarcosindicalismo español en la segunda mitad de los setenta y en los ochenta, solo se mantuvieron estructuras sólidas en grandes empresas o en sectores determinados. Eso era un problema a medias, porque la CGT se demostraba fuerte realmente en espacios de mucha influencia sindical, económica y política, y de fuerte proyección social: servicios como el transporte público, teléfonos o correos; sectores como banca o limpieza; grandes empresas como SEAT, Renault, Ford, Opel-GM, Michelin; sectores emergentes como el telemarketing o las televisiones, etcétera. Sin embargo, la empresa de tamaño medio o sectores importantes como la construcción, la minería, el comercio, pero sobre todo la administración pública, la enseñanza, la sanidad u otros seguían y siguen presentando una gran laguna en cuanto a presencia, posiblemente por haber llegado tarde a espacios relativamente sindicalizados por otras opciones. La extensión horizontal de la CGT sigue siendo uno de sus principales problemas.

 

El último Secretario de la organización ha sido Eladio Villanueva, exponente de un tipo de sindicalista más joven pero con muchos años de experiencia sindical, de los principales animadores del Sindicato Federal Ferroviario, una de las “joyas de la corona confederal”, y representante junto con otros del “grupo de Valladolid”, un sector emergente en la CGT que expresa la progresión de esa regional. Su mandato a partir del XIV Congreso de 2001[xxxv] se ha caracterizado por mantener la pauta de crecimiento, con entrada en sectores como el telemarketing, por una destacada atención a nuevas realidades como la emigración extracomunitaria, por continuar con una dimensión sociopolítica, muy característica de la tradición anarcosindicalista y que proporciona a la CGT una posición destacada en la izquierda del país, y por un fortalecimiento de las estructuras y recursos de la organización, donde siguen sin faltar recurrentes conflictos internos, de importancia variable, quizás como idiosincrasia inevitable del elemento y de la organización confederal, quizás expresión local o sectorial de grupos no renovados en su base y, sobre todo, en su dirección.

Lo cierto es que con sus problemas y dificultades evidentes, la CGT se ha consolidado en el espacio de la izquierda sindical y social, e incluso hasta política, con un espacio propio[xxxvi]. No es ya solo la expresión contemporánea del anarcosindicalismo en España, sino que ha sido capaz de conformarse como una organización justificada por ese origen y esa influencia ideológica, pero también distinta, específica. CGT viene a expresar, de manera señalada, un proceso que se viene produciendo a nivel europeo y, menos aún, latinoamericano de confluencia orgánica de las dos grandes familias del socialismo decimonónico, el de tradición libertaria y el de tradición marxista. Es posiblemente su condición de instrumento de intervención social, cada vez menos ideologizada “a la antigua”, su capacidad para interpretar e intervenir socialmente en términos radicales –altermundismo, anticapitalismo instintivo, salto de posiciones de clase a defensas de la condición humana en un sentido amplio-, lo que justifica su presencia en nuestra sociedad. De alguna manera, sin abandonar su tradición libertaria, ha logrado dar cauce a la vuelta a ese espacio de sectores procedentes de otros ámbitos o, simplemente, descontentos con el acomodamiento al sistema de otras organizaciones clásicas de la izquierda social y política. Con todo, sus problemas de extensión horizontal adecuada y, sobre todo, las reticencias que se mantienen a articular una trama orgánica más fuerte y consistente explican dificultades de continuidad y le asignan un estigma de provisionalidad que, al cabo de veinte años, podía y debía haber superado ya.

 

Antonio Rivera es profesor de Historia Contemporánea en la Universidad del País Vasco (UPV/EHU)

 

 

 


 

[i] Aunque los sindicatos del “Congreso de Valencia” presentaban en este momento una mayor coherencia en sus posiciones, como consecuencia de su continuidad orgánica desde su salida del Vº Congreso, el aporte cuantitativo a la Unificación corría a cargo de estos sindicatos de Oposición de la CNT-AIT. En el listado de votos de ese congreso solo destacaban por afiliaciones superiores a lo normal –sindicatos de menos de cincuenta cotizantes- Transportes de Barcelona y Metal de Valencia, los dos de ese sector, y Químicas de Vitoria, del “de Valencia”. No es casual que fueran éstos los que ocuparon la mesa de discusión, junto con otros destacados ya como Sanidad de Málaga o los dos de Banca de Madrid (de uno y otro sector). Algunos sindicatos de Oposición de CNT-AIT –particularmente los vallisoletanos- acudieron como observadores al congreso y se incorporaron a la organización poco después. La organización del congreso proporcionó a la prensa la cifra de 182 sindicatos previstos y 650 delegados, pero en el listado solo se contabilizan 116.

[ii] El “sector Valencia” había hecho un “llamamiento a la unidad” en su VIII Congreso celebrado en 1983 y, por su parte, diversos sindicatos de CNT-AIT y sindicatos de Oposición de Cataluña habían remitido una carta pública a su Comité Nacional y al de CNT-Congreso de Valencia comunicando similar intención con motivo de su Conferencia Nacional celebrada el 24 de marzo de 1984 en Madrid.

[iii] La prensa se centró en esos días sobre todo en los incidentes. Curiosamente, solo un comentarista muy conservador, Lorenzo Contreras, hizo un análisis político en las páginas de ABC, titulado “La nueva CNT”.

[iv] En concreto, se discutía sobre el sistema de votación. El delegado de Transportes fue gráfico al decir: “Se discute sobre las votaciones de una organización que aún no existe”. Luego remitía a un próximo congreso que acordara sobre nuevos estatutos y otras cuestiones. 

[v] March era Secretario del Sindicato de Transportes de Barcelona, el más numeroso de los asistentes al Congreso. En primera instancia salieron también nominados el taxista sevillano Rafael Sánchez y el navarro Chema Berro.

[vi] Egin, 2 de julio de 1984.

[vii] Una de las escasas aportaciones con una cierta racionalidad en ese cruce de descalificaciones es el libro de Fernando Ventura Calderón, CGT ¿anarcosindicalista? (Las siete entidades-Madre Tierra, Sevilla-Móstoles 1993). En el texto, Ventura, miembro del Comité Nacional de CNT-AIT en los tiempos ortodoxos de Bondía, rechazaba el carácter anarcosindicalista de “la nueva CNT” (entonces ya CGT) y “descubría” indirectamente un aspecto interesante de la misma: que su nueva naturaleza no era la de “no ser anarcosindicalista” sino la de ser, por procedencia de su afiliación, por su práctica, por la mezcla de discursos teóricos, una organización diferente, perteneciente a un tiempo diferente. A pesar de las descalificaciones y cruces de acusaciones, en la CGT (y en su anterior CNT renovada) siempre ha existido un importante sector muy preocupado por la unificación definitiva de las diversas organizaciones que se reclaman del anarcosindicalismo y de la tradición cenetista. Un ejemplo de esa constante es el artículo del vallisoletano Jesús Sáinz de la Maza, “La CGT y la CNT. ¿Qué diferencias las separan?”, Libre Pensamiento, 23, enero 1997, págs. 43-48.

[viii] En las elecciones sindicales de 1986 había ganado la UGT con un 40,2% de delegados, seguida de CCOO, con un 34,3. En ese panorama, solo la CSIF en Administración Pública, con un 24,5%, o los sindicatos corporativos sanitarios (SATSE y CEMSATSE) o de la enseñanza, rompían ese binomio hegemónico. En algunas comunidades autónomas los sindicatos regionales marcaban ya la pauta, como en Euskadi, donde ELA-STV sumaba un 35% de delegados y LAB superaba ya la cota del 10%. En Galicia, unas todavía divididas CXTG e INTG (luego se integrarían en la CIG) sumaban juntas el 20,8%, que en el caso canario del SOC y de la CANC llegaba al 11,3. Por su parte, la nueva CNT sumó 1.030 delegados. Los delegados de entidades autónomas de izquierda suponían 1.432. Si se sumaban esos dos últimos guarismos –en base a la estrategia de “CNT como referencia del sindicalismo autónomo”- se llegaba a un porcentaje de delegados del 1,5%. El panorama debiera haber resultado desolador, pero entonces la penuria y el entusiasmo estaban en perfecto equilibrio. Los datos proceden del Informe para el XI Congreso de 1989 (págs. 12-14).

[ix] “Análisis de la actuación de la CGT (CNT) desde el Congreso de Unificación” (apartado 5.1. de los Acuerdos del XI Congreso Confederal, 1-3 diciembre 1989, pág. 21).

[x] “La campaña anti-OTAN permitió a la CGT (CNT) salir definitivamente del aislamiento con respecto al resto de organizaciones sindicales y políticas y empezábamos a mostrar la verdadera cara de la CGT (CNT). Nos alejábamos así de las interpretaciones personalistas e irreales de nuestra historia. (…) … la CGT (CNT) logró legitimarse ante la opinión pública y los trabajadores, yendo de la mano de organizaciones ya legitimadas, que nos permitieron romper con una tradición de orgulloso aislamiento y estéril y absurdo purismo ante la realidad, que nos conducía a la nada más absoluta. A partir de entonces, para muchos trabajadores, la CGT (CNT) pasó a ser una organización de presencia y merecedora de respeto y consideración” (“Análisis de la actuación de la CGT (CNT)…”, XIº Congreso, pág. 23).

[xi] Sumando 1.037 delegados computables y 83 no computables, Cataluña tenía 373, Madrid 271, País Valencià 142, Andalucía 103, Euskadi 75, Castilla León 43, Galicia 36, Aragón 35, Cantabria 11, Castilla La Mancha 10, Asturias 8, Canarias 5, Murcia 5, Extremadura 3 y Baleares 2.

[xii] Diferentes locales sindicales, normalmente del Patrimonio Acumulado (el de la disuelta CNS), pero en algún caso del Histórico (el de la CNT), comenzaron a ser devueltos como consecuencia de sentencias judiciales, como aplicación de repartos a los sindicatos o mediante ocupaciones, consolidadas luego en la práctica. También el propio incremento de representatividad permitía acceder a locales en las empresas, para las secciones sindicales. Ello suponía una reducción drástica de los costos ordinarios del sindicato, así como un incremento de la presencia física de éste.

[xiii] Un importante asunto interno que se solucionó en ese instante fue el de la relación con el exilio confederal, un tema que hasta antes del Congreso de Unificación había sido origen de no pocos conflictos y de no pocas mediaciones para determinar una extraña correlación de fuerzas en el seno de la organización. La “nueva CNT” determinó una estructura de “delegaciones en el exterior al servicio de los trabajadores españoles en el extranjero”. De esa manera, mantenía la presencia de los veteranos militantes, no demasiados, y les adscribía una función teórica no determinada por su edad y condición sino por su utilidad. En el fondo, era un subterfugio para acabar con la figura del “exilio” sin cortar –aunque limitando al extremo su protagonismo en las decisiones de la organización- con unos núcleos de viejos cenetistas que habían apoyado “la travesía del desierto” desde la salida del Vº Congreso hasta la Unificación. Obviamente, los trabajos para articular una militancia entre la emigración económica no dieron resultado, posiblemente porque se correspondían con otros tiempos, pero sí que sirvió para que el “problema del exilio” se resolviera adecuadamente y con respeto para los viejos compañeros del exterior.

[xiv] En su primer ejercicio, el Fondo se destinó en un 65% a sostener la campaña de solidaridad con los sindicalistas vitorianos acusados de terrorismo. Luis Cachán, el tesorero que diseñó los cambios económicos en la organización, acabó consiguiendo que, al menos, las grandes federaciones territoriales y locales se incorporaran a una contabilidad ordenada.

[xv] “Análisis de la actuación de la CGT (CNT)…”, pág. 28. Entre el Xº y el XIº congreso, de julio de 1987 a diciembre de 1989, la organización había regulado un incremento de cotizaciones del 40% (“Informe de gestión del Secretariado Permanente del Comité Confederal. XIº Congreso”, pág. 2)

[xvi] “No puede confundirse la autonomía y la descentralización con reinos de taifas”. No a una CNT como “oficina de coordinación de algunas secciones sindicales, con nula incidencia en la realidad sindical del país” (Dictamen sobre el punto 7º del Xª Congreso Confederal discutido en la Iª Conferencia Estatal de Sindicatos, 19 y 20 de setiembre de 1987, Madrid, págs. 9 y 10).

[xvii] Ibidem, pág. 13.

[xviii] “La precipitación con que nos hemos presentado a las elecciones sindicales y los planteamientos electoralistas que muchas veces hemos reflejado pueden ser y están siendo peligrosos”. “… CNT no ha de realizar campañas electorales sino presentarse allí donde tengamos implantación y sea necesario” (Ibidem, pág. 16).

[xix] Para este sector, los delegados de CNT debían negar constante y prácticamente el hecho de que se tomara la representación de un comité como expresión de unidad de los trabajadores: “aquello no puede ser un Parlamento en pequeño”. Bien al contrario, había que hacer que éste solo fuera un lugar de confluencia de las diferentes y encontradas visiones que tenían los trabajadores de una empresa. El comportamiento previsto para un delegado era tan estricto que su seguimiento imposibilitaba la labor cotidiana de éstos y, además, se establecía de nuevo como si el resto de sindicatos no existieran o no fueran mayoría las más de las veces, y se pudiera imponer arbitrariamente la pauta de funcionamiento (pág. 17). En última instancia, el delegado de CNT no existía como figura o realidad dentro de la CNT (“… estos cargos son ajenos a la estructura y al deseo de la CNT”), y se ponía coto a la reciente costumbre de reunir a éstos solos, como activistas por excelencia del sindicato, o de convocar reuniones en horas sindicales a las que únicamente ellos pudieran acudir. 

[xx] La CNT quedaba en el puesto decimoprimero en cuanto al global, pero sus poco más de cien delegados estaban a enorme distancia de los más de tres mil de CSIF, CCOO y UGT o incluso de los más de mil de la CEMSATSE sanitaria. Además, aquéllos estaban muy concentrados en Madrid (32) y Cataluña (21), y en sectores como Correos.

[xxi] Otro tipo de conflictos o situaciones que pusieron a prueba a la organización fueron, por ejemplo, el del cierre de la factoría coruñesa de Sidegasa, la negociación colectiva en CASA (Construcciones Aeronáuticas) o la respuesta dada por toda la CNT al juicio con acusaciones de terrorismo contra cinco cenetistas vitorianos, en diciembre de 1987.

[xxii] Las preguntas que se incluían en el análisis de actuación aprobado en el XIº Congreso eran expresivas: “¿Habría firmado el convenio de banca la CGT (CNT) de haber salido un resultado favorable en el referéndum? ¿El sindicato debe estar sometido siempre a la decisión de un referéndum sea cual fuere tal decisión?” (pág. 27). Los mecanismos de la “democracia obrera” y las relaciones entre voluntad de la mayoría de trabajadores y la posición de la sección sindical o sindicato de CNT no estaban en absoluto resueltos.

[xxiii] El resumen era éste: “La prepotencia que todos conocemos de UGT y CCOO, unida a nuestro excesivo orgullo, dan como resultado la inexistencia del entendimiento en la unidad de acción y, como siempre, el desafortunado es el más pequeño” (pág. 27).

[xxiv] La conexión histórica tenia que ver con el hecho de que al crearse la CNT en 1910 se pensó en fundar una “Confederación General del Trabajo”, a semejanza de la CGT francesa. Pero, al parecer, el temor que suscitaba ésta entre los gobernantes españoles forzó a la nueva entidad al nombre que conocemos. De hecho, hasta por lo menos 1919, los documentos internos se refieren muchas veces a la organización como CGT. Una explicación sobre esta vertiente histórica, en el artículo de Antonio Rivera y José Luis Ibáñez, “CNT, CGT: cuestión de letras”, Libre Pensamiento, 3, julio 1989, páginas de taller 5 y 6. En las actas del Congreso Extraordinario de 29 de abril de 1989 se señala en sus primeras líneas que “el S. G. (secretario general) de la C.G.D.T. (Confederación General Democrática de Trabajadores) estaba interesado en pasarse por el Congreso para dejar claro que no habrá ningún problema para la cesión de las siglas”. La CGDT era un pequeño sindicato, ya sin función en ese momento.

[xxv] Aunque la aplicación de las nuevas siglas fue general, todavía la regional gallega, contumaz a este respecto, en el IIº Congreso Extraordinario de mayo-junio de 1991, en Coslada, mantenía el contencioso. Como respuesta al mismo, en el comicio se discutió una moción a instancias de Enseñanza de Málaga que daba un plazo de sesenta días para que Galicia hiciera real y oficial (legal) su vinculación a la Confederación General del Trabajo. No por eso se solucionó inmediatamente el tema.

[xxvi] El Pleno de 16 y 17 de setiembre, dos meses antes del Congreso, aprobó un pormenorizado “Estatuto para los compañeros que formen parte de la infraestructura de la organización”.

[xxvii] El Informe de Gestión del Secretariado Permanente para el XIº Congreso da cumplida cuenta de toda la situación. Sin duda, es el mejor Informe de este tipo que ha conocido la organización. Ver página 12 y siguientes.

[xxviii] La Fundación “Salvador Seguí” realizó sendas encuestas de delegados en el Xº Congreso (1987) y en la IIIª Conferencia de Sindicatos (diciembre de 1991). Interesa observarlas para constatar los cambios producidos en la organización. En 1987, el delegado tipo era varón, de treinta años, casado, laboralmente en activo, oficial/obrero especializado, con nueve años de media en el sindicato, afiliado por sintonía ideológica, buen conocedor del funcionamiento orgánico y de la historia de la CNT, que destacaba la honestidad como rasgo de la organización y que creía que ésta podía asentarse como “una fuerza social determinante en la vida social del país” (Libre Pensamiento, 2, enero 1989, págs. 5-7). En 1991 sobrepasaba los cuarenta años, varón (85,7%), con estudios medios o universitarios, trabajaba en empresas de más de mil empleados, con muchos años de militancia en la CGT y varios congresos a cuestas, y, en el caso de los recientemente afiliados y procedentes de otros sindicatos, en un 60% provenían de CCOO o UGT (Rojo y Negro, 29, diciembre de 1991).

[xxix] March dimitió en diciembre de 1992 “por la prolongación del periodo para el que había sido elegido, así como por problemas de entendimiento entre los compañeros que conforman el actual Secretariado Permanente”. Junto a él dimitieron los secretarios de Acción Social y de Comunicación (Rojo y Negro, 40, diciembre 1992). Inmediatamente se convocó un Pleno Extraordinario para el 27 de febrero de 1993 que eligió a Chema Berro hasta el XII Congreso de octubre de ese año. Curiosamente, lo último que pudo hacer Pepe March fue participar en nombre de la CGT en la “cumbre sindical” que por primera vez en la historia reciente logró sentar en una mesa a los secretarios de CCOO, UGT, CIG, ELA y USO, el 30 de noviembre de 1991.

[xxx] Uno de ellos, que daba lugar a muchas tensiones, era acerca de la afiliación de quienes emplearan armas en su trabajo o lo desarrollaran en “instituciones represoras”: funcionarios de prisiones, seguridad privada…

[xxxi] XIIº Congreso. Acuerdos al Punto 6: Situación interna, págs. 55 y siguientes. Es sintomático que esta cuestión ocupara un punto específico en el orden del día congresual, cuando en otras ocasiones se discutía a la hora de evaluar el Informe de Gestión del Secretariado saliente.

[xxxii] Rojo y Negro (nº 50, noviembre de 1993) decía del Congreso en su portada: “Aunque la historia nos reservara un espacio en su regazo, este XII Congreso de la Confederación General del Trabajo (CGT) difícilmente pasaría a formar parte de la misma. Sin embargo, si todo va medianamente bien, sí que se constituirá en hito y en recuerdo de la Organización Confederal. No salieron de la Ciudad Escolar de San Fernando brillantes resoluciones. Al contrario, más bien han sido mediocres. Tampoco ampulosas declaraciones de principios ni correcciones de estrategia con las que comerse el mundo. Nada de eso. Nos hemos limitado a recuperar la confianza en nosotros mismos y en nuestro proyecto general. Sin aspavientos ni adhesiones inquebrantables. La ingenuidad no está para esos trotes. Pero lo que hacía falta se ha conseguido: voluntad de trabajo, promesa firme de lealtad recíproca, reconocimiento implícito de errores –lo del explícito hubiera sido pedir mucho-, afirmación de un nuevo talante y rechazo contundente y práctico, expresado allí mismo, a seguir perdiendo el tiempo en estupideces”. Es expresivo de los planteamientos previos al debate el dossier “Sobre las señas de identidad de la CGT” publicado en Libre Pensamiento, 14, otoño 1993.

[xxxiii] En lo primero, Olaizola se identificaba personalmente más como anarquista que como sindicalista, aunque sintetizaba bien una cosa y otra, y valoraba la importancia de tener una organización bien coordinada y con cierta disciplina en la acción. En lo segundo, contaba con su experiencia anterior como Secretario de Relaciones Internacionales y con su conocimiento profundo de la realidad del espacio libertario europeo y latinoamericano. En lo tercero, le tocó abrir la conexión de la CGT con nuevas realidades reivindicativas que iban más allá del tradicional mensaje sindical y obrerista (vg.: el “altermundismo”, el rechazo a la “Europa del capital”, la lucha contra la pobreza y la exclusión, la solidaridad internacional, etcétera).

[xxxiv] El cuadro de elecciones sindicales pertenece al Informe para los acuerdos de la Conferencia de Sindicatos celebrada en Zaragoza en 2004. Las cifras de delegados anteriores eran: 107 en el cómputo de 1982 (un 0,08%), 1.030 en 1986 (0,63%) y 1.594 en 1990 (0,66%) (José Berlanga García, “CGT y las elecciones sindicales”, Libre Pensamiento, 18, invierno 1985, pág. 14).

[xxxv] Es significativo que éste se celebrara en Valladolid y que de él saliera elegido secretario, precisamente, un hombre formado en esa local.

[xxxvi] En el informe del XIVº Congreso (2001) se señala que la afiliación a la CGT en ese momento era de unos cincuenta mil cotizantes, con setenta federaciones locales en funcionamiento, en torno a cuatro mil delegados sindicales y varios sectores importantes con representaciones superiores al 10%, lo que permite sentarse en mesas negociadoras de amplio alcance (pág. 31). Cataluña y Andalucía seguían siendo los territorios que concentraban la mayor presencia confederal, seguidos de Madrid, País Valencià y Castilla-León. Aunque la extensión horizontal se había mejorado -complementada con una entrada progresiva en la pequeña y mediana empresa-, seguía habiendo espacios y sectores sin una existencia significativa. La CGT se veía en ese Congreso como “la única alternativa sindical organizada en la mayor parte de los territorios y sectores al sindicalismo ‘oficial’” (pág. 33).